VILLACAMPA EN EL PRESIDIO DE MELILLA 1º
Observando,
y a la vez disfrutando, en un foro de Internet, de fotografías
antiguas y modernas, de nuestra ciudad, he observado nuevamente el
nicho del Brigadier Villacampa, con comentarios muy acertados, en el
que solo figura su nombre y primer apellido: “Manuel Villacampa”,
sin grado alguno, con la fecha de su fallecimiento: “12 de febrero
de 1889”. Y menos mal que en la losa figura el Deo Óptimo Máximo
(DOM), que seguramente lo grabarían como es costumbre en muchas
lápidas de difuntos católicos. También los ramilletes de unas
humildes flores, que manos piadosas depositan en su altarcito, no
desaparecen nunca. Sé, y me consta, que un buen amigo cada día que
le reza a sus padres, deposita en ese modesto nicho, una flor en su
recuerdo; y de otro que en cada viaje que hace a la ciudad, a la vez
que visita a sus padres y hermano, también lo hace al mismo nicho,
al que yo llamaría: “El Gran Olvidado”, y bien que lo digo,
porque lo han relegado al ostracismo, y nadie, ninguna autoridad,
tanto civil como militar, jamás han adecentado su figura, en este
caso su lápida, como el Héroe liberal, y republicano, que fue en
vida, y que estaba en posesión de la Cruz Laureada de San Fernando.
Aunque en honor a la verdad, hay que decir que en tiempos de la II
República, al Barrio del Polígono se le bautizó con su nombre. Por
ese motivo, a veces creo que nuestra ciudad es una “madrastra”
por el modo con que se comporta con sus Héroes; porque si a otro
liberal, condenado en el Presidio, como fue Francisco Sánchez
Barbero, se le puso una calle con su nombre en el Tesorillo “Chico”,
a pesar de que para éste Melilla era: “....aquesta mansión de
criminales”, o “negra siempre abominable mansión de las
cadenas”, al Brigadier D. Manuel Villacampa, solamente un humilde
nicho, sin el honor merecido. También hay que decir que cuando
fueron trasladados sus restos del antiguo Cementerio de San Carlos,
el 31.01.1904, y depositado en el nicho nº 2, 2ª fila de la Galería
Nueva, su hija, Emilia, abonó las 125 pesetas que la Junta de
Arbitrios imponía como reglamento, a todos los familiares, que
exigían una propiedad. Y como ya saben, los únicos que depositan
flores en ese altarcito son los que ya he citado; pero me dicen que
algún militar, de nombre desconocido, también suele hacerlo.
Quizás todo se deba a que estas autoridades, ya sea por supina
ignorancia, por la desidia, o la incuria manifiesta, que hay a
mogollón, o porque les importa un carajo, como lo de la calle
Napoleón que, como dice la canción sobre la Puerta de Alcalá:
“......Ahí está, viendo pasar el tiempo”. Yo estoy seguro que
el nombre de Manuel Villacampa, enterrado en el Cementerio de La
Purísima, muy pocas personas saben a ciencia cierta quién fue, y
por qué se halla en ese humilde nicho, y también el motivo por el
que fue encarcelado; cómo fue su cautiverio, su condena de muerte, y
su posterior indulto, para enviarlo desterrado a Fernando Poo, a
perpetuidad, preso en un barco hospital; hasta que enfermo, lo
trasladaron al Penal de Melilla, el 15.02.1887. A su buena hija
Emilia, que solo se separó de su padre para pedirle clemencia al
Presidente del Consejo de Ministros, vivió en la Calle de La
Soledad, en El Pueblo, le escribieron estos conmovedores versos: “La
hija de Villacampa/ llegó
a Madrid/ y por donde quiera que iba/ le daban vivas con frenesí/
misión tan noble llevaba/ y con el corazón partido./ Llegó a casa
de Sagasta/ a pedir por su padre querido/ los soldados de la Guardia/
no la dejaban pasar: /es que a mi Padre del alma/ me lo van a
fusilar. / El Ministro se confundía / Oyéndola suplicar. / Qué
cosa no le diría/ que hasta al Ministro hizo llorar”. En el
Presidio solo tendría por compañía los presos políticos, y la
presencia de su hija Emilia. Hubo también un joven alférez que lo
cuidó “con gran vigor y vigilancia”, mientras anciano y
achacoso, la vida se le iba desgastando en sus paseos por la muralla
cercana al Hospital del Rey (Faro del Bonete). Ese joven alférez
solo contaba 18 años, que décadas más tarde fue el General
republicano D. Leopoldo Ruiz Trillo.
Al
ser condenado a muerte, el General Villacampa, como masón, cuyo
nombre era: “Empecinado”, con el grado 33, escribe a su
correligionario, D. Práxedes Mateo Sagasta, también masón, de
nombre: “Hermano Paz”, sin solicitarle clemencia: “....Próximo
a sufrir la pena capital, necesito manifestar a usted, en estos
momentos tan solemnes, ….a orillas del sepulcro....al enviarle a
usted un cordial abrazo de despedida, pienso en mis
hijos.......Mitigue usted y mis buenos amigos el dolor que
forzosamente ha de causarles mi desastre, y reciban todos la cariñosa
expresión de los sentimientos con que ha sido siempre de usted
afectísimo y verdadero amigo. M. Villacampa”.
A
raíz de esta condena a muerte, el entonces Príncipe de Gales, más
tarde Eduardo VII de Inglaterra, jefe a la sazón de los masones
ingleses, le conminaba al “Hermano Paz” (Sagasta), a que se le
otorgara el indulto. La prensa de entonces decía que lo que no
pudieron otras razones, como las súplicas de perdón de su querida
hija, y las manifestaciones de la calle, púdolo la masonería. A las
pocas horas de la petición del Príncipe de Gales, D. Práxedes
Mateo Sagasta, llevaba a la Regente María Cristina el Decreto del
Indulto, que dice así: “ Vista la sentencia dictada por el Consejo
Supremo de Guerra y Marina en 4 del actual, por la que se condena a
la pena de muerte al Brigadier D. Manuel Villacampa y del Castillo, y
Teniente de Infantería D. Felipe González y González por delito de
rebelión; de acuerdo con mi Consejo de ministros, en nombre de mi
Augusto Hijo el Rey D. Alfonso XIII, y como Reina Regente del Reino,
Vengo en conmutar a los expresados reos la pena de muerte por la
inmediata de reclusión militar perpetua, con las accesorías
designadas en la parte dispositiva de la sentencia. Dado en Palacio a
cinco de octubre de mil ochocientos ochenta y seis. María Cristina.
El Ministro de la Guerra Joaquín Jovellar”.
Datos
de las Bibliotecas y Archivos privados de José L. Blasco y del autor
de estos artículos
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