NO ME VALEN LOS BARRIGAZOS FRENTE AL ALTAR
Hace
unos meses escribía yo un artículo, referente a los malditos
pederastas, que abusan de los niños; y en la actualidad viendo que
un supuesto pederasta de Madrid, que ha abusado de varias niñas
pequeñas, y los también religiosos (curas) de Granada, que hasta el
Papa, avergonzado, y pidiendo perdón, ha tomado cartas en el asunto,
viene muy acorde que este periódico vuelva a publicar, corregido y
aumentado, lo que ya decía yo en aquél escrito. Entonces me refería
a la historia de un amigo, compañero de mili, que cada vez que nos
encontrábamos, recordábamos nuestra niñez y dorada juventud, con
algunas pinceladas cuarteleras. Decía que un día del verano del 65,
cuando ambos vestíamos el kaki, paseando por la Avenida, observé
que de pronto, se detenía frente a la puerta del California,
quedándose mirando muy fijamente a un hombre sentado a una mesa, de
la edad de nuestros padres, vestido con una chilaba de color marfil.
Así estuvo casi dos minutos hasta que el de la chilaba, un poco
mosca, abrió sus brazos, como preguntándole por qué lo miraba así.
Mi amigo, sin hacerle caso, me dijo: “venga, vámonos”. Yo le
pregunté qué es lo que le ocurría con ese hombre, y entonces me
contó una historia de cuando contaba apenas diez años, de comunión
cumplida, cuando solía ir los domingos al cine con su hermano, 4
años mayor que él. Dijo que la madre le daba a éste 2 duros, de
los “cabezones”, para que ambos fuesen a anfiteatro del Nacional,
o Monumental, que costaba 3 ptas., o a butaca (platea), del Goya, que
solo costaba 4 ptas. El hermano, más listo, muy tuno él, lo que
hacía era sacar dos entradas de gallinero, de 2,50 ptas. cada una, y
el “pelote” que sobraba, se lo quedaba para cigarritos “Cheste”,
y algún tebeo alquilado en Castelar. Un domingo por la tarde,
mientras los dos hermanos estaban bien sentados en los bancos
corridos de gallinero del Goya, de pronto un hombre mayor, se sentó
junto a mi amigo, y recordemos que solo contaba unos diez años,
vistiéndo pantalón corto, cuando nota que la mano de ese hombre le
acaricia las piernas desnudas, así sin más. Él, muy asustado, con
un pequeño achuchón, se refugia en su hermano, y éste le pregunta
qué es lo que le ocurre; y a media voz y acobardado, le dice el
motivo; el hermano ni corto ni perezoso, lo coje de la mano, y
también con el susto en el cuerpo, salen los dos arreando escaleras
abajo. Al señor Quintana, portero del cine, que los conocía, no le
dio tiempo de preguntarles nada. Al llegar a su casa la madre, muy
extrañada, preguntó qué era lo que ocurría para que estuviesen de
vuelta tan pronto. Mi amigo, con su inocencia, y aún con el susto en
el cuerpo, lo soltó todo. Entonces la madre les hizo prometer que
no comentarían nada a su padre. Y al día siguiente, lunes, madre e
hijo agarrados de la mano, comenzaron una ruta por las calles del
Polígono, el Rastro, todas las naves del mercado, entraban en los
cafetines, donde olía a grifa, a yerbabuena, y a té; las tabernas y
tiendas de todas clases, en busca del cabrón que intentó meterle
mano a su hijo pequeño, al que adoraba. Así estuvieron durante una
semana, mañana y tarde, hasta que la madre desistió en la busca del
sátiro, y siempre silenciando la odisea a familiares y vecinos.
Claro que él, a pesar de los años, siempre supo quién era, y por
donde transitaba, como aquélla tarde que se lo encontró en la
puerta del California. En el 85 cuando, con mucho dolor y pena, tuve
que viajar a Melilla, a los funerales de mis padres, que en tan solo
40 días se me fueron los dos, me lo encontré en la escalinata del
Cementerio, y al darme el pésame, me comentó que venía de
“comunicarle” a su madre, ya fallecida, que el moro que con tanto
interés buscaron, la había palmado: “Y a que no sabes Juaneles,
(algunos amiguetes me llamaban así) de qué ha muerto aquél
hijoputa; pues de los mordiscos de un alacrán, que le estaba
destrozando los huevos”. Gráfica manera de decir que murió de
cáncer de próstata.
Esta
historia me ha venido a la memoria, por lo que en la actualidad se
lee en los periódicos: padres que abusan de sus hijos, e hijas,
durante años; algunos a sabiendas de la madre, por temor al
violador; profesores que no se detienen ante nada hasta conseguir,
bajo amenazas, que un niño le haga lo que él ansía, pero que no
tiene los cojones suficientes de lograrlo con una mujer adulta;
algunos curas desalmados, que bajo el negro manto de sus sotanas,
esconden la pederastia con los más bajos instintos de crueldad, y
sin importarles una mierda a sus mitrados superiores lo que la
Convención de los Derechos del Niño, de la ONU, ha dictaminado: que
los denuncien a la justicia del país en que se encuentren.
Yo,
leyendo toda la detritus que destilan todos estos casos, he pensado,
que si Dios, que anda el hombre por ahí muy ocupado, salvando almas
descarriadas de su recto camino del bien, se diera una vueltecita por
donde pulula esta gentuza y, apenas saliese a la luz uno de estos
hechos, les colocara a cada uno de estos hijoputas un alacrán en su
escroto, para que se lo vaya royendo, muy lentamente, pienso que no
estaría nada mal; porque eso de pedir perdón a “barrigazo limpio
frente a un altar”, queda bien para muchos meapilas, pero no para
los niños, a los que se les ha destrozado su inocencia, y también
la vida para siempre. Bueno ya sé que Tomás Moro, no escribió su
Isla “Utopía” para satisfacer mis deseos pero, y lo bien que te
sienta desearles a estos malnacidos una cosita desagradable, para que
vayan pudriéndose antes de que ardan en las “Calderas de Pedro
Botero”. Bueno, pues ahí la tienen, y que se jodan.
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