24 diciembre 2006

La regadera

En aquéllos años de dulce niñez yo tenía un amigo que le gustaba mucho leer poemas de amor, y le gustaba decir, con respecto al oficio de su padre, que era el cuidador del jardín de la muerte; que era más o menos un sepulturero. Era una tarde de un verano cualquiera cuando la quietud de mi calle de Castellón de la Plana se quebró por el ronroneo de la regadera colorada de mi padre. Jamás, hasta ese momento, había tenido la sensación de una quietud, donde toda la calle estaba desierta, por ser verano y a las 4 de la tarde. No se oían los gritos y el jolgorio de los niños jugando, y el calor nos tenía acobardados en los secos jardines de eucaliptos. La gigantesca regadera colorada fue como una aparición al entrar por la parte de los árboles, toda cansada y exhausta. Decían que era de cuando la Republica, siendo ya muy vieja; tenía las ruedas muy grandes, y si la memoria no me falla eran macizas, y el volante con su diámetro igual como el de mi aro de juego de alambre de acero. Al llegar a la puerta de la casa del cura del Cementerio, procedente de Padre Lechundy, mi padre le metía la segunda y ella parecía con su sonsonete darle las gracias. Lentamente entraba por los eucaliptos hacia Castellón pasando Bernardino de Mendoza hasta el del Aceitero, que era donde la estacionaba para que mientras él almorzaba yo abría un grifo muy gordo y todas las mujeres de la calle llenaban sus cubos y garrafas. Entre la espera de una señora a otra, los niños nos deleitábamos con el gran chorro de agua que lanzábamos callejón abajo hacia Duque de la Torre. Era cuando en muchos barrios de Melilla, algunas casas no tenían agua corriente y debían desplazarse a la fuente del cementerio o a la de Duque de la Torre haciendo ochava con la de Almería, frente a la panadería. Esta fuente tenía el armazón de hierro y el agua la cortaban a las doce de la mañana, así que las colas de cacharros para llenar había días que se los llevaban vacíos En las corridas de toros que se celebraban en Melilla yo me sentía protagonista del espectáculo al acompañar a mi padre y a su ayudante, Infante, cuando regaban el albero de la plaza.

Contador de visitas