LOS HEBREOS ZAPATEROS, Y ALBERTO EL LATERO
Cuando
el Rastro era el típico Zoco, donde se podía encontrar desde un
tornillo herrumbroso, una dentadura usada, hasta un burro con
“matauras”, todo para la venta, conocí a un señor alto y
fornido, que era lañador, o latero. Esto último era y es como
popularmente se conoce a las personas que desempeñan este oficio,
que para muchos es humilde y para otros una obra de arte. El único
latero que había en el Rastro era él. Su
“taller”:
cuatro palos y
una lona de sombrajo, que lo tenía al lado de la carbonería de
Pepe, junto a la muralla del Colegio de Artes y Oficios, o Tiro
Nacional. Se llamaba Alberto, y era el hebreo atípico que,
aparentemente, sin practicar del todo su religión, parecía un
doctor en La Torá. A pesar de los pocos dientes, manchados debido
al tabaco que masticaba, poseía una sonrisa tan agradable que
inspiraba confianza y ternura a todo el mundo, en especial a las
mujeres, por ser un tanto pendón piropeador. Mientras que éstas
hacían la compra en los puestos de verduras y frutas cercanos él,
junto a su hijo, se enfrascaba con el soldador, calentado en un
anafre de carbón, -de las vías del tren-, en tapar con estaño los
agujeros de las ollas y cazos, que les dejaban para su arreglo.
Siempre admiré su maestría con la tijera para cortar hojalata. Sus
manos, que parecían dos guantes de boxeo con las palmas abiertas, no
le impedían hacer filigranas con toda clase de chapa. Era el típico
artesano que lo mismo fabricaba un jarro para la leche espumosa que
vendían los cabreros, ordeñando sus cabras por las calles, que una
olla para el cocido. El hijo, un muchacho gigantón, cuyo nombre era
el de su padre, Alberto, solía llevarme a coscoletas entre los
puestos, por todo el Rastro. Nuestros padres, cuando eran unos niños,
llegaron a conocer el resurgimiento del ensanche de Melilla: "...
¿Recuerdas Paco, cuando vino Alfonso XIII a Melilla?". Esta
frase se la oí a Alberto, comentarla con mi padre, su amigo; y hoy
la leo en un periódico de la época, la crónica del día 7.01.1911
en la que dice, entre otras cosas, que el Rey D. Alfonso XIII, a
bordo del yate “Giralda”,
atracó en el
incipiente puerto de Melilla.
Junto
a Alberto había otros “talleres”,
pero éstos eran de otra clase de artesanía: los zapateros
remendones; que en su mayoría eran hebreos. Las montañas de
cubiertas de ruedas de coches junto a ellos, el olor del caucho, y el
humeante té, sin colar, mañanero de las 11, con la yerbabuena, son
un recuerdo para todo aquél que vivió en Melilla con la intensidad
que emanaban aquellos “gloriosos” años grises de la dictadura y
del silencio político. José, un hebreo muy serio, era el que
parecía ser el mejor zapatero de todos. Aquéllos zapatos
remendados por los hebreos del Rastro, con sus medias suelas de goma
de coche, servían para correr, brincar, jugar al fútbol y dar
patadas a las piedras, tenían el lógico inconveniente de cuando la
hormona somatotropina-peptídica (qué palabreja más rara), debido a
la escasez de “jamancia”, bastante ralentizada por aquellos años,
que ordenaba el crecimiento de nuestros pequeños cuerpos con
cuentagotas, este calzado pasaba a los hermanos menores, o vecinos y
amigos más allegados, y tan necesitados como el donante. Como el
endurecimiento del alma es debido a la voluntad de olvidar los
pasajes más gloriosos y bonitos de nuestra vida, a mi me gusta no
olvidar jamás nada de lo ocurrido en mi niñez. Mi padre y Alberto,
siempre comentaban lo de un señor que tenía un hotel, o pensión,
llamado “Asia”
en la C/ Margallo, bautizado así en honor del regimiento del mismo
nombre, donde el propietario prestó su servicio militar. También
estuvo rotulada con el nombre de “Asia”, una calle muy nombrada
en dicho barrio y, sin asegurarlo, creo que puede ser una de las
paralelas a la de Toledo, en honor de los varios regimientos que a
finales de 1893 estuvieron destacados en nuestra ciudad, y acampados
en el mismo lugar. Otro nombre que apenas se comentaba en Melilla era
el Río de la Olla, mas bien lo que todos conocemos como el Barranco
del Polígono, donde nuestros hebreos zapateros y mi amigo Alberto,
el latero, tenían situados sus humildes negocios. Cuando la lluvia
grita con fuerza en Melilla, las calles García
Cabrelles, Lope de Vega y Sor Alegría, se convierten es un
verdadero río que desemboca en la Avenida.
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