10 noviembre 2015

JUAN MARTÍN “EL EMPECINADO”, Y NAPOLEÓN


En Cabrerizas Altas, como saben, existe la calle: “El Empecinado”, pero también, para el que ignore quién fue este personaje, hay que decir que era Juan Martín Díez, nacido el 2.09.1775, en Castrillo de Duero, Valladolid. En su partida de bautismo, que se halla en el Archivo Diocesano de Valladolid, dice: “En cinco días del mes de septiembre de mil setecientos setenta y cinco y en la parroquia de esta villa de Castrillo de Duero yo, el infrascrito, cura propio de ella, bauticé solemnemente a Juan, hijo legítimo de Juan Martín y Lucía Diez (…..)”. A los naturales de Castrillo se les llamaba con el mote de “Empecinados”, por un arroyo, llamado Botijas, lleno de pecina, cieno verde de aguas en descomposición, que atraviesa el pueblo y se cree que de ahí le venga el apodo a este personaje.
A los 18 años se enroló en la campaña del Rosellón, (Guerra de la Convención 1793-1795). Esos dos años que duró la contienda fueron para él un buen aprendizaje en el arte de la guerra, además de ser el comienzo de su animadversión hacia los franceses. En 1796 se casó con Catalina Fuente, en Fuentecén, Burgos, y en este pueblo se instaló como labriego hasta que los franceses ocuparon España en 1808, suceso que le decidió a combatir a los invasores. Se cuenta que la decisión la tomó a raíz de un hecho sucedido en su pueblo, de una muchacha que fue violada por un soldado francés al que Juan Martín dio muerte después.
A partir de este suceso, organizó una partida de guerrilleros, con amigos y miembros de su propia familia. Al principio, su acción estaba en la ruta Madrid-Burgos. Más tarde combatió con el Ejército Español en los inicios de la Guerra de Independencia, en el Puente de Cabezón de Pisuerga, en Valladolid, el 12.06.1808; y en Medina de Rioseco, batalla que se libró el 14 de julio de ese mismo año. Fueron estas batallas perdidas y en campo abierto, las que le hicieron pensar que obtendría mejores resultados con el sistema de guerrillas, y así comenzó con éxito sus acciones bélicas en Aranda de Duero, Sepúlveda, Pedraza, y toda la cuenca del río Duero.
En 1809 fue nombrado Capitán de Caballería. En la primavera de ese mismo año su campo de acción se extiende por las sierras de Gredos, Ávila y Salamanca, para seguir después por las provincias de Cuenca y Guadalajara.
El cometido principal de estas guerrillas era dañar las líneas de comunicación y suministros del ejército francés, interceptando correos y mensajes del enemigo y apresando convoyes de víveres, dinero, armas, etc. El daño que se hizo al ejército de Napoleón fue considerable, de tal manera que nombraron al general Joseph Léopold Sigisbert Hugo, como “perseguidor en exclusiva” del Empecinado y su cuadrilla. El general francés, después de intentar su captura, sin conseguirlo, optó por detener a la madre del guerrillero y algún familiar más. La reacción de Juan Martín fue endurecer las acciones bélicas y amenazar con el fusilamiento de 100 soldados franceses prisioneros. La madre y los demás, rápidamente, fueron puestos en libertad.
También mandó el Rgto. Húsares de Guadalajara, contando en ese momento con unos 6000 hombres. En 1812, tras abandonar Torija, en Guadalajara, decidió volar su castillo, para que las tropas francesas no pudieran hacerse fuertes en su recinto.
El 22.05.1813, ayudó en la defensa de la ciudad de Alcalá de Henares; y en el puente de Zulema, sobre el Henares, venció a un grupo de franceses que le doblaban en número. Más tarde, el “Deseado”, Fernando VII, daría su consentimiento para que la ciudad de Alcalá levantara una pirámide conmemorativa de esta victoria. Pero en 1823, este mismo rey felón, inmisericorde con los principios y leyes triunfantes en las Cortes gaditanas, ordenó su destrucción por ser símbolo de un “liberal”. Pero claro que en 1879, los alcalaínos volvieron a levantarle otro monumento, al que percibían como su liberador, que aún podemos admirarlo en la actualidad.
Y ahora viene la siguiente reflexión: Cómo es posible que en una calle de nuestra ciudad, esté dignificado el nombre del invasor que tantas muertes de Héroes y Mártires costó a nuestra Patria.
Señora Mohatar, y señor Bellver: ustedes siguen teniendo la palabra; y si carecen de autoridad para ello, que el Presidente Imbroda tome las riendas. Fíjense lo sencillo que es ordenar a los servicios operativos de la Ciudad, que descuelguen la dichosa plaquita del general con chaleco ombliguero, junto con la de la vivienda del dictador.

Juan J. Aranda

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