LAS BIGOTADAS DE SILVESTRE, NO FUERON INCOMPETENTES
Hace unos días, en una
página de Internet, en las redes sociales, alguien publicó la
antigua y famosa fotografía del General Silvestre, de Comandante
General de Melilla, montado a caballo en la Plaza de España. A
continuación hubo personas que hicieron comentarios sobre la calidad
de la fotografía, y sobre el personaje. Sobre esto último hubo un
señor que se refirió a él como incompetente, y solapadamente lo
culpó del desastre, y de las muertes de nuestros soldados. Como a mí
no me agrada discutir en esos foros, ya que hay personas que creen,
como dice el refrán: “El buen paño en el arca se vende”, y
mucho menos enmendar plana alguna a nadie, disculpándome, solo le
indiqué que se leyera el libro: “El Derrumbamiento”, de Augusto
Vivero, (1922); “Historia Secreta de Annual”, de J. Pando,
(1999); y “La Marina de Guerra en África”, (1928).
Yo pienso que sobre la
vida militar, o la hoja de servicios, del General Silvestre,
cualquiera puede acceder a ellas por los medios modernos que existen;
pero para saber el sufrimiento, y la pena que padeció aquél Héroe,
porque fue un verdadero Héroe, en aquéllos aciagos días del
“Desastre”, viendo que toda su estrategia militar caía como las
fichas de un dominó colocadas en fila, por culpa de la incompetencia
de politicastros y militarotes, se debe leer un mínimo sobre lo que
se publicó entonces, “a pié de obra”. Me refiero a Vivero, que
en 1922, cuando aún sonaban los disparos en las distintas
posiciones, y España seguía con la ayuda al Protectorado: “El
Hueso del Yebala y la Espina del Rif”, que Francia tuvo a bien
“concederle”, al final, (“Abd el Krím y la Guerra del Rif”.
David S. Woolman. 1971).
Si como dijo ese señor
sobre la “prepotencia e incompetencia”, de Silvestre, debería
saber que para él cada indígena valía por tres soldados españoles:
uno que se ahorra España, otro que pierde el enemigo, y otro que nos
sirve contra éste. También que con sus “bigotadas”, tuvo un
rasgo de humildad, cuando el pintor granadino, López Mezquita, quiso
pintarlo como un caudillo entrando en el Fondac y dijo: “Habiéndome
propuesto desde mis nombramientos de Comandante General de Ceuta
primero, y ahora de Melilla, en esta mi segunda etapa en África, ser
un soldado a las órdenes del Alto Mando, y no destacarme, ni ser
motivo de notoriedad alguna, le hago merced de interrumpir su
trabajo”. También el 17.07.1920, cuando los agricultores de la
Circunscripción de Melilla, en los postres del banquete con que lo
agasajaron, alguien indicó que debiera pedirse para él, la Gran
Cruz del Mérito Agrícola, y respondió: “Cuanto se hace en
Melilla, y en el Protectorado, es por iniciativa del Alto Comisario,
Ilustre General Berenguer. Los demás somos sus entusiastas
colaboradores. Por consiguiente, si los agricultores creen que
existen méritos para ello, propongan también al Alto Comisario;
será el único modo de que yo no rehuse el inmerecido galardón”.
En una reveladora carta
que Silvestre envió a Berenguer, el 29 de mayo de 1921, solicitando,
más bien implorando, ayuda para la población indígena, decía:
“......... En Guelaia, Beni Said; Beni Ulixex, Beni Tuzin y
Tensaman, se ha sembrado todo, pero en Quebdana, Ulad Setuyut, Beni
Buyaji y Metalza, no, porque gran parte de la cebada facilitada por
el Gobierno han tenido que emplearla para comer, que era la necesidad
más apremiante,........”. Esa misma carta, que se debió leer en
el Congreso, jamás se hizo, pero el “Heraldo de Madrid”, la
publicó el 12.11.1921.
Hay
gente que porque sabe leer y escribir, cree que sabe leer y escribir,
y la verdad es que, a veces, no es así. Y como
me autolicencié en la “Universidad de las Ágoras Públicas”,
quiero decirle a ese señor, si es que me lee: ¡¡Lea, caballero,
lea, joder!!, porque aunque dicen que el
saber no ocupa lugar, yo creo que por mucho que tengamos en nuestro
cacúmen, siempre se puede aumentar.
Y tenga en cuenta que pienso exactamente en lo que dijo Jean-Baptiste
Poquelin Molière, el que falleció vestido de amarillo, y que los
actores le tienen tanta jindama a ese color: “Desapruebo lo que
dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho de decirlo”.
Juan
J. Aranda
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