EL “TONTÓDROMO” DE LA AVENIDA EN LOS 40, 50 y algunos de los 60
Muchos melillenses, que
hoy peinan canas, o que padecen una alopecia rampante en sus
molondras, o también que han cambiado los dientes por algunas
arrugas, recordarán cuando la Avenida, nuestra Avenida, la cerraban
al tráfico, y la mayoría de la juventud se reunía al atardecer
para ver y ser vistos. Hace algunos años leí que en muchas ciudades
y pueblos, a esas alamedas les llamaban: Tontódromos. En nuestra
ciudad, la Avenida como gran Tontódromo, las muchachas solían
pasear discretamente un poquitín maquilladas, y oliendo a colonia
“Maderas de Oriente”, de Myrurgia, -que a mí no me gusta-. El
peinado lo llevaban muy cardado, para parecer más altas, un tanto
antiguo, como se llevaba apenas terminó el “Gran Baile del 36”,
muchas señoronas de pololos y Sección Femenina, tipo “Arriba
España”, solían presumir. Las muchachas, muchas eran dependientas
de perfumerías, y bazares, oficialas y aprendizas de sastrería, se
daban unos bandazos desde la puerta del Banco Español de Crédito
hasta Muebles El Ajuar, y cruzando a la acera de la Ferretería
Cabanillas, saludándose apenas se volvían a ver, hasta el Bar
Canarias, de mi amigo Juan Cañas. A veces algunas actuaban de
carabina de la otra, o en tríos, pero siempre riendo; quizás la más
seria, era la menos agraciada y con “mu-ma-la-fo-llá”. Gozando
de las noches dominicales, los muchachos iban en grupo de cuatro o de
cinco; y los mayores, solteros y de mili cumplida, en pareja,
después de haberse “jincao”, dos o tres cervecitas en “Los
Caracoles”, junto a la “Droguería Vicente Martínez”, y con un
“Philip Morris” entre los dedos. Lo de las cervecitas, si eran
tres: “Esta ronda la pago yo, la otra tú, y la siguiente éste”;
ya que si éramos unos tiesos eso era lo que había, y se acabó. El
vocabulario era más bien bélico, como: conquistar, vencer su
resistencia, se me ha entregado, acosar, se me ha resistido, o me he
rendido a sus encantos. Entonces circulaban varios chistes de años
anteriores, de cuando había más hambre aún, que los viejos,
sotto-voce, solían contar. Dicen que en la II Guerra Mundial,
Hitler contaba que en Alemania habían representado la ópera
“Sigfrido”, de Wagner, con dos mil actores. Mussolini, en
Italia, ha representado “La Huida de Egipto”, con cincuenta mil
actores. Pues eso no es nada, dice el español: “En España
representamos todos los días: “Los Miserables”, con 23 millones
de actores”. Otro era que cuando el General Muñoz Grandes junto a
un general alemán recorría una formación de soldados españoles,
de la División Azul, y el alemán le preguntó extrañado por qué
los soldados tenían las manos en los bolsillos, en lugar de saludar
militarmente, cuando se cruzaban con ellos, según el reglamento: “Es
que tienen que sujetarse los cojones, porque les pesan mucho”, le
contestó Muñoz Grandes. Hace muchos años yo escribía estos
humildes versos hacia la juventud de aquéllos años grises, del
toque de clarín del “Parte”, de “Usted no sabe con quién está
hablando”, de los oportunos regalos de una cestita de huevos, un
pollo de granja, donde su padre y su madre picaban por las chumberas,
o una ristra de chorizos caseros, que allanaban muchas trabas en la
España burocratizada de la póliza por duplicado, el aval, y el
“vuelva usted mañana que el jefe no está”. En aquéllos años
del hambre, por si se torcía la noche, y no encontraban clientes,
las putas caras de Barcelona solían pedir en la barra donde
trabajaban: “Porto Flip”, que era una mezcla de Oporto, yema de
huevo y avellanas, que al menos alimentaba algo.
Los versos son: “La
Avenida tiene un encanto/ que las muchachas lucen./ el paseo es
obligado/ en las tardes de domingo/ los coches no pasan,/ y la
vigilancia militar/ observa quieta, mientras/ ellas se saludan cien
veces/ hasta el toque de retreta”. El toque de retreta era la hora
en que los soldados debían volver a sus cuarteles. Y ahora uno de
mis arrebatos al leer lo que proclaman los arribistas mierdosos: “Es
Melilla africana,/ es de edificios modernistas,/ es coqueta y
castellana,/ es andaluza, es mi tierra orgullosa,/ es española por
naturaleza”.
Y ahora como mangangá,
les digo a los señores políticos: A Napoleón, ¿Cuando lo van a
retirar de nuestro callejero?.
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