27 febrero 2015

LA CALLE NAPOLEÓN Y SIMILARES

Yo sé que por ser un mangangá, mosca cojonera, o un coñazo de tío, estos políticos no me hacen ni puto caso, si acaso les aflora una falsa sonrisita; la prueba la tenemos en que hace ya varios años que vengo reivindicando la retirada de Napoleón de una de nuestras calles, para que coloquen el nombre de mi profesor de música, D. Julio Moreno, que tanto hizo por varias generaciones de niños melillenses, o sea, por la cultura de la Ciudad, sin cobrar un céntimo y ellos, o ella: tararí que no te vi. Si me lo permiten, también deberíamos reflexionar si los nombres del Viento, Espalda al Viento, La Estrella, y otros nombres, iguales de absurdos, deben estar en el callejero de una ciudad que ha sido cuna de hombres y mujeres ilustres. Por mi oficio de Cartero Urbano, de clasificador de poblaciones nacionales e internacionales, y de calles en los distintos destinos que he desempeñado, yo siempre creí, y estaba seguro de ello, que los nombres rotulados en las mismas, si son de grandes filósofos, poetas, músicos, profesores, arquitectos, descubridores, militares que glorificaron con sus vidas la españolidad de esa ciudad estaban, por sus merecimientos, muy bien colocados en sus esquinas; pero que a un señor, que poseyó una flota de viejos autobuses, que “resoplaban renqueando” por la “Cuesta de la Shell”, que cobraba sus viajes con la tarifa estipulada; o a médicos, que por su trayectoria profesional ejercieron, con aciertos y desaciertos, su digna profesión de galenos, haciendo honor al Juramento Hipocrático, que también percibían sus buenos dineros por sus consultas; también a una persona que se manifestó, groseramente, haciendo burla y escarnio de los que son distintos; a los seudo-periodístas, viejas reminiscencias del pasado, -esto: ¡manda cojones!-, que durante varias décadas, solo hicieron por la ciudad comentarios en la radio; y ahora que las autoridades coloquen los nombres de algunos de ellos, en varias esquinas de nuestras vías urbanas, como si hubiesen sido grandes, y eminentes próceres, la verdad es que todo me parece una burla, o cachonda tomadura de pelo, hacia los ciudadanos, que aún conservamos las conexiones sinápticas en nuestro hipocampo, en perfectas condiciones.
Ahora que dicen, -hasta que no lo vea no me lo creeré, claro-, que van a retirar parte del mamotreto vergonzoso del “León de la Avenida”, yo reclamo, porque lo deseo, que la glorieta que quedase en ese lugar, llevara el nombre del General D. Manuel Romerales Quintero, que siendo Comandante General de la Ciudad, fue fusilado por los fascistas, al no secundar el Golpe de Estado de julio de 1936; además que la glorieta es el lugar donde en aquéllos aciagos, y luctuosos años, se encontraba el Café La Peña, cuyo propietario también fue fusilado. Yo pienso que, aunque tarde, al menos se haría justicia, y algo se repararía. O quizás también al Aeropuerto darle el nombre de aquél glorioso y mártir Comandante General: “Aeropuerto General Manuel Romerales Quintero”. Un buen amigo me comentaba hace unos días que al paseo marítimo de Horcas Coloradas, debieran bautizarlo con el nombre: “Paseo Marítimo del Recuerdo”, y que colocasen en plaquitas de lozas, varios nombres de personajes populares que ha habido en la ciudad, nombres que todos conocemos, y que serían recordados y glorificados a orillas del mar.


Yo tuve un compañero en Correos, de la plantilla de Melilla, que ahora reside junto a los Héroes y Mártires en la Purísima, muy cachondo él, que decía: “En Melilla, uno se pega un peo, y le cuelgan una medalla en el pecho, y le entregan una metopa que diría: A la memoria del céfiro maloliente que Fulanito, soltó en la Avenida, esquina con Arturo Reyes”. Dicho esto, y que aplaudo, yo me considero “ex cátedra”, en condiciones de afirmar que todas las cosas agradables de nuestra vida que dicen que son pecado, o carecen de educación, o engordan, digo rotundamente que es falso. Por eso, según el Dr. Pancorbo Morales, contra la mala leche, el desdén, y el menosprecio hacia el semejante, siempre receta la risa, que tomada en sobredosis, puede uno “partirse”, “troncharse”, o “mearse”, pero jamás “morirse”.

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