20 febrero 2006

Los pinos de mi amigo Miguel Balboteo

LOS PINOS DE MI AMIGO MIGUEL BALBOTEO

     Antes que nada quiero darle un abrazo a mi amigo de siempre, Miguel Balboteo.  Cuando leí la publicación en la que estaba sembrando pinos en un semillero para plantarlos en la Calle de Castellón de la Plana se me vino a la memoria nuestra niñez, y lo primero que hice fue llamar a Paco Romero Pelegrí para que comentarle lo que venía escrito en éste periódico, y solamente recordaba nuestros juegos: el de piola; el de las bolas; los partidos de fútbol en plena calle, “sollándonos vivas” las piernas; el alquiler de tebeos y novelas en la casa de Enriqueta -Queti-, la que tenía una vejiga de marrano que siempre inflaba para soltar la pedorreta cuando alguien pasaba cerca de nosotros, para así culparnos de ello; el intercambio de huesos de albaricoque (oñita, oñate y chocolate) en pleno verano, que siempre llevábamos en una bolsa, junto a otra llena de bolas; el juego de la cuarta :“¡vá!,…. dicho”, con una pequeña suela de goma y envoltorios de caramelos como moneda de cambio; el glorioso trompo, en el que metíamos cagajones del burro de Valero en el boquete de la púa para que ésta quedara más firme, siendo una tontería, pero para nosotros era una verdad algo sagrada; las colecciones de chapas de las gaseosas, que luego forrábamos de colores para competir como si de un partido de fútbol en miniatura fuera. De los carros de bolones rodando por Castellón abajo hasta el Colegio de Ataque Seco, o por calle Duque de la Torre Teruel, Sagasta y Cádiz.  El “arrastraero” de latas el Domingo de Resurrección, saliendo del apestoso urinario frente al Cementerio Castelar abajo y llegando hasta el callejón de Málaga (actual Soledad).  Este urinario estaba ubicado en el sitio donde en la actualidad  se encuentra el tanatorio. La verdad es que era una gozada.  
Mi querido Miguel, debes perdonarme si te digo que en nuestra calle de Castellón jamás ha existido pino alguno.  La verdad es que con mi memoria sesentona he recorrido desde el comienzo de la calle, a espaldas del colegio, hasta el Cementerio, y no he encontrado ningún pino del que dices que existían.  Solo he visto una calle alegre, sin aceras, sin apenas coches, con el antipático tío de los helados, el de la cañadú (la Meona), a gorda el cacho; con la gente sentada a las puertas tomando el fresco en verano, y en invierno con los braseros de picón  ardiendo con varias cáscaras de naranjas oreándose.  El burro de Valero y la señora Margót rebuznando cada vez que pasaba por su lado la burra del “Pistolero”, el que vivía cerca de tus abuelos.  La barbería que estaba frente a la carpintería junto a la fuente, y a la tienda de mi tio Andrés (antigua de Castaño).  Más arriba y frente al Callejón del Curruquero el obrador de la confitería España, y frente a éste: tu casa, junto a la de la señora Ascensión.  Y si seguimos hacia arriba está el callejón de Pepe Matías, el de la señora Antonia, la Planchadora; el del Aceitero (el mío), y finalmente el de Bernardino de Mendoza, el que en 1549 proyectó el traslado de la Plaza a La Laguna (Mar Chica), pero como no fue viable se quedó en agua de borrajas.  Y caminando hacia el Cementerio tenemos (teníamos) una gran arboleda de eucaliptos, no de pinos, plantados en los años treinta, en tiempos de la II República, en toda la Rambla del Agua en los finales de las calles de Explorador Badía, Barceló, Padre Lerchundy, Castelar, Duque de la Torre y Castellón de la Plana; pero de pinos, mi querido Miguel, no he encontrado ni uno.  De verdad que los únicos que veo son los del Parque de Lobera junto a los bancos en forma de grandes nichos, y los que hacíamos nosotros, los niños cabeza abajo.  Créeme que tu labor es encomiable y espero que no caiga en saco roto, y que el Consejero de Medio Ambiente no se quede en “cuarto y mitad del cuarto” con sus promesas. Yo espero que sonrías y que esta rectificación haya servido para que sigas en tu empeño, y si aparte de coníferas te ayudan a plantar alguna jacaranda de flores lilas o naranjo de cachorreñas, la cosa quedaría cojonuda.
Recibe un fuerte abrazo, y por supuesto sin acedera.  Tu amigo.  Juan J. Aranda.
  

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