LA TRAGEDIA DEL "CONCHA"
Leyendo
el libro: “La
Marina de Guerra en África”, de Eduardo
Quintana Martínez,
ex-Director del “Diario de San Fernando”, y ex-Corresponsal de
guerra en África; y Juan Llabrés Bernal, Académico correspondiente
de la Real de la Historia y Publicista Naval; en el que se pueden
leer los emocionantes relatos sobre las Campañas
del Jolot y ocupación de Tetuán (1915-1925); La Tragedia del
“Concha” (1915); El Desastre y la Reconquista (1921-1924); el
Desembarco de Alhucemas (1925); Campaña de 1926-1927); y La
Pacificación. Obra premiada por el Ayuntamiento de Madrid en el
Certamen Nacional del 31.03.1928. Editado
por la Compañía Iberoamericana de Publicaciones, S. A. Librería
Fernando de Fe. Madrid. Obra está dedicada: “Al Excmo Sr. Ministro
de Marina, D.
Honorio Cornejo Carvajal, Vicealmirante de la Armada,
en
testimonio de admiración al heroísmo y
sacrificio
de nuestra Marina de Guerra. Los Autores. Madrid, octubre 1928”.
Humildemente
he creído que en la actualidad, después de 113 años que ocurrió
aquella tragedia, debe ser conocida por los lectores de este Diario.
“LA
TRAGEDIA DEL CONCHA” dice así:
“Alternaba
en 1913 el viejo cañonero General Concha en los servicios de
vigilancia y represión del contrabando con el de guardapesca en
aguas de Algeciras. De este puerto salió el 3 de junio para
Gibraltar, llevando a su bordo al General del Campo, Muñoz Cobo,
que pasaba a dicha plaza con
motivo
de celebrarse el cumpleaños del Rey Jorge V de Inglaterra. Marchó
después el buque a Málaga para repostarse de carbón, y en su viaje
de regreso a Algeciras, le sorprendió tan fuerte temporal que se vio
obligado a buscar refugio en la ensenada de Almuñécar. Calmado el
tiempo, se hizo nuevamente a la mar con rumbo a Alhucemas, a las 23
horas del día 10 de junio. Navegaba el Concha con las debidas
precauciones que reclamaban la obscuridad de la noche y densa niebla
que le envolvió a poco de emprender el viaje, cuando a las siete y
cuarenta minutos del 2º día, fué a embarrancar sobre la costa de
África en unos arrecifes de la playa de Busicú, cábila de Bocoya,
a unas cinco millas de distancia de la Bahía de Alhucemas, y cuando
se creía muy próximo ya a dicha bahía. Las fuertes corrientes que
en el Estrecho se desarrollan, habían variado su rumbo arrastrando
al cañonero, ciego en medio de la espesa niebla, hacia el peligro.
Cuando
el 2º Contramaestre D. José Bendala Díaz, que fué prisionero de
los moros, recobró su libertad, entre las muchas cosas que nos dijo,
relató así la varadura de su buque:
“Iban
en el puente el Comandante, Capitán de Corbeta D. Emiliano Castaño
y el Alférez de Navío D. Luis Felipe Lazaga, como oficial de
guardia. Yo, en la proa, vigilaba con gran atención, en medio de la
niebla, que intensísima, nos envolvía por completo. Todo iba bien a
bordo, cuando de pronto divisé unas rocas no muy lejos del barco.
Grité con toda mi alma: ¡Atrás a toda fuerza!, aviso que repetí
por dos veces y que el Comandante, dándose perfectamente cuenta del
peligro, secundó inmediatamente haciendo funcionar el telégrafo de
máquinas. Por desgracia, por muy pronto que la máquina cambió de
marcha no hubo tiempo bastante para contrarrestar la arrancada que
llevaba el buque, que fué a empotrarse violentamente en los
acantilados de la más maldita costa marroquí”.
Nos
atenemos a esta referencia, por ser irrecusable y coincidir con la de
otros náufragos de distintas categorías, como asimismo con la
versión oficial, y seguimos en este relato las manifestaciones de
los supervivientes del Concha, que pocos días después de la
catástrofe, recogimos de sus labios y publicamos en el Diario de
San Fernando.
El
buque quedó aprisionado entre las rocas con la proa hacia hacia la
costa, adoptando en el acto su comandante las disposiciones
convenientes, fondeando un ancla por la popa para espiarse (atoar), a
fin de sacar el barco a flote, resultando infructuoso todo esfuerzo.
Entonces, a las 8,30, destacó un bote convenientemente armado, al
mando del Alférez Lazaga, para que fuese en busca de auxilio a
Alhucemas, mientras parte de la tripulación procuraba taponar la vía
de agua, que en seguida anegó la despensa, pañoles, caja de cadenas
y departamentos de proa.
Cuando
Castaño vio que eran ineficaces sus trabajos para poner a flote el
cañonero, embarcó en el bote chinchorro para reconocer
exteriormente las averías de aquél. En este momento llegó a nado
un
morito
de Bocoya, que fingiéndose de la policía mora le dió todo género
de seguridades sobre la actitud de los indígenas que habían acudido
a la playa.
Aquel
moro era un traidor. Cuando la niebla empezó a disiparse, las
crestas de los acanti1ados de la costa y las alturas que dominaban el
barco, aparecían coronadas de rifeños, que rompieron por descargas
vivo fuego de fusil, contra el buque náufrago, mientras los que
estaban más próximos comenzaron a arrojar sobre él enormes
piedras.
Cayó
muerto el marinero José Piñeiro, repostero del comandante, y herido
en el antebrazo y brazo derecho el Alférez de Navío D. Rafael Ramos
Izquierdo, siguiendo a estas otras víctimas inmoladas en aras del
deber. Ante la agresión salvaje e inopinada de los indígenas, la
dotación del Concha aprestóse prontamente a la defensa,
serena y valiente. ¡Vano empeño estrellado contra su propia
impotencia dada su situación desventajosa!.
Con
desprecio de su vida, el 2º Condestable, D. Pedro Muiños San Martín
se dirigió al cañón de popa seguido del Artillero Eugenio Benítez,
y Cabo de Cañón Francisco García Benedicto, y cuando bajo una
verdadera lluvia de balas intentaba desenfundarlo fué herido
mortalmente, exclamando al caer: “¡Viva España! ¡Murió Pedro
Muiños!”, frase ésta que en broma tenía por costumbre repetir.
Muerto resultó también el Artillero Benítez, y herido el Cabo de
Cañón y otros marineros. El fuego enemigo arreciaba por momentos.
Al
salir de la cámara de oficiales, el cabo de cañón Ramón Salazar,
tres proyectiles le dejaron inerte; el primer maquinista, jefe de
máquinas, D. Antonio Paredes Perín se desplomó mortalmente herido
de dos balazos al pretender subir a cubierta.
El
mayordomo José Gómez Martín desde un portillo de luz de la cámara
de máquinas hizo fuego sin descanso sobre cuantos moros acercaban al
costado del Concha, matando a varios de ellos. Hasta que
resultó herido en el brazo, disparó su fusil el cabo de cañón
Francisco López Foncuberta.
El
2º Practicante D. Manuel Quignón Lubano, trasladó el botiquín a
la cámara de oficiales, siendo el primer herido que curó el Alférez
de Navío Ramos Izquierdo. Allí fué alojando a los heridos que por
su estado no podían volver al combate, para recoger y transportar a
los cuáles, arrollóse al cuerpo una colchoneta con cuya improvisada
defensa recorrió el buque distintas veces, recibiendo varios
impactos sin que le causaran daño alguno.
Próximamente
a las doce y media de la tarde, ebrios de sangre y ansiosos de botín
se lanzaron los moros al asalto del Concha. Los siete
primeros, que entrando por los escobenes intentaron hollar el sollado
de proa, fueron muertos por sus defensores, aquellos bravos y
arrojados marineros, que armados sólo de barras, palos y de cuantos
objetos pudieron recoger, escribieron una nueva página de heroísmo
en los anales de Marina Patria, pero invadido por los numerosos
enemigos que bajaban por las escotillas, entablóse en la penumbra
del sollado una lucha furiosa y encarnizada.
El
marinero preferente Alarcón, y sus compañeros, Luciano Azcorra y
Alejo Nascales, defendiéronse desesperadamente cuerpo a cuerpo, más
herido de bala el primero y arrollados por el número y amarrados por
los cabileños los otros dos, fueron fiera y cobardemente
acuchillados.
Eran
estos héroes dos hijos de Lequeitio, cuyos pescadores han sabido
honrar y conmemorar para siempre la noble conducta de sus hermanos.
Los
que no fueron muertos o heridos fueron sacados a cubierta y
arrastrados hacia el castillo, con objeto de hacerlos prisioneros. En
este momento el comandante del Concha, D. Emiliano Castaño,
seguido del Alférez Ramos Izquierdo y de un grupo de marineros,
cargó hacia proa haciendo vivo fuego. Cayeron en el choque
combatientes de uno y otro bando ... Y Castaño, cuando revólver en
mano al frente de sus hombres les arengaba, gritándoles: ¡Adelante
hijos míos!, ¡Viva España!, rodó sin vida sobre cubierta, herido
mortalmente de dos balazos en la frente y otros en el tronco. Los
rasgos de valor sucediéronse en aquella lucha épica en cubierta, en
los corredores, en las escotillas donde los moros que intentaban
descender eran briosamente rechazados... ¡Cuadro glorioso,
formidable, dorado por el sol africano que prestó aquel día mayor
grandeza a la agonía sangrienta de uno de los buques de la vieja
España!.
El
gesto heroico de la dotación del cañonero consiguió arrojar a los
moros de a bordo, aprovechando los momentos de lucha, los
supervivientes del sollado de proa que se hallaban en su poder para
abrirse paso y unirse a sus compañeros de popa, a excepción del
Contramaestre, Fernández Lucero y un marinero, que fueron llevados a
tierra prisioneros. Resultaron entonces algunos heridos, entre ellos
el oficia Quevedo, que recibió un balazo en el cuello.
Muerto
el Comandante, asumió entonces el mando del buque el Alférez de
Navío más antiguo, D. Rafael Ramos Izquierdo y Gener, herido como
hemos dicho (pues el 2º Comandante del Concha se
hallaba
en Cádiz en uso de licencia), sosteniendo durante cerca de catorce
horas la defensa del cañonero, mientras éste se hundía por
momentos a consecuencia de las dos vías de agua que tenía en el
casco.
Después
que en Alhucemas notició el Alférez Lazaga lo ocurrido, volvió al
lugar del siniestro remolcado el bote por la lancha Rubí que
conducía al Coronel de Estado Mayor D. Emilio Barreda. En el
trayecto encontraron al vapor mercante Vicente Sáenz, al que
transbordaron.
Cuando
este buque llegó al lugar donde se hallaba el barco encallado, el
fuego de los bocoyas era nutridísimo. Los tripulantes del Concha
defendíanse desde las escotillas, tendidos sobre los
trancaniles, haciendo fuego por las falucheras, por 1as portillas de
luz de los camarotes; vendiendo caras sus vidas, cuya sangre
ofrendaban nuestros marinos, una vez más, ante el Altar de la
Patria.
En
aquella cruenta lucha murieron también los marineros, José Postigo,
José Ruiz Delgado, Francisco Peña y Francisco Oteyza. José
Padilla, ayudante-carpintero, pereció ahogado.
A
las dos y media de la tarde cesó el fuego, presentándose en la
playa un grupo de cabileños que conducía al marinero Estenia Moaña,
pidiendo parlamento. Concedido éste, el marinero entregó un papel
escrito por el Contramaestre
Lucero, en que decía que los indígenas, si se entregaba el barco,
libertarían a los tres prisioneros y permitirían el salvamento de
los tripulantes.
Rechazada
tan absurda pretensión, abrieron de nuevo los moros nutrido fuego
contra el buque.
Desde
las cuatro y media de la tarde hasta las seis (hora en que pasó el
coronel Barreda a conferenciar con el moro Sibera, que estaba en la
playa), suspendieron el tiroteo.
A
esta hora se acercó al Concha una embarcación con indígenas
que llevaban bandera blanca. Solicitaron de Ramos Izquierdo les
entregara los moros muertos que había sobre cubierta, a cambio de no
hacer fuego hasta que en los botes del cañonero se evacuaran
nuestros muertos y heridos, prometiendo además, dejar salir del
buque, sin ser hostilizados, a los tripulantes que autorizase el
Comandante.
Accedió
aquel valeroso oficial, entregándoles por la borda once cadáveres,
y retirando del sitio en que se encontraban, hacia popa, los del
Comandante, primer maquinista y dos marineros, y mal herido al
marinero Estenia Moaña, que al entregar el papel de Fernández
Lucero había quedado a bordo.
Cuando
los traidores rifeños tuvieron en su embarcación a sus muertos
(que, con siete que cayeron fuera del escobén, y tres que mató
sobre la borda el marinero Carrillo, sumaban 21), rompieron
nuevamente el fuego.
Uno
de los primeros barcos de guerra que acudieron en auxilio del Concha
fué el cañonero Lauria, que al lugar de la hecatombe
llegó sobre las cinco y media de la tarde, situándose a 5oo metros
de distancia, pero sin poder comunicar con el buque náufrago.
A
las nueve de la noche, otra vez pidieron parlamento los indígenas,
pretendiendo la entrega del armamento y municiones, ridícula
demanda, a cuya negativa respondió desde tierra una verdadera lluvia
de plomo que cayó sobre el cañonero, recibiendo Ramos Izquierdo un
nuevo balazo en el brazo izquierdo, quedando por lo tanto inútil de
los dos.
E1
Lauria maniobraba a aquella hora con las luces apagadas, en
demanda del Concha; pero advertido el movimiento por los
bocoyas, redoblaron sus descargas de fusilería.
Imposibilitado
Ramos Izquierdo de poder comunicar con el Lauria, pidió dos
voluntarios, que a nado dieran cuenta de lo que a bordo de su buque
ocurría, y de lo insostenible de la situación. Como un sólo
hombre, toda la dotación se ofreció a ello, aceptando el valeroso
oficial el servicio de los fogoneros José Carrascosa Segura y
Antonio González Maldonado, los cuales, a pesar del nutrido fuego y
oscuridad reinante, lograron alcanzar el Lauria. Enterado su
Comandante de que la dotación del buque náufrago iba a intentar su
salvamento a nado, lanzó al agua el tercer bote mandado por el
Alférez de Navío, D. Fernando Bastarreche, y el chinchorro que
mandaba el contramaestre D. Cándido Taboada, a los cuales se unió
el segundo, al mando del oficial D. Casimiro Carré, que con el
Coronel Barreda parlamentaba con los moros.
Próxima
la una de la madrugada del 12, agotados todos los recursos para
rechazar a los asaltantes, inclinado el Concha de popa,
quedaba sin medios de defensa, anegado por el agua que bañaba ya la
cubierta. De acuerdo Ramos Izquierdo con el Oficial Quevedo y
Contador del buque, inutilizó el armamento, arrojándolo a uno de
los pañoles del cañonero que invadían ya los moros, y resuelto a
no abandonar su barco más que por la fuerza, autorizó a sus
tripulantes para salvarse a nado. El practicante Quignón,
aprovechando un momento en que los moros parlamentaban con Izquierdo,
había lanzado un bote al agua, embarcando en él a los heridos y
saliendo a fuerza de remos en demanda del Lauria, siendo
tiroteado por los rifeños al darse cuenta de su huida, y causándole
nuevas bajas.
Entonces,
en medio de la más completa oscuridad, arrojáronse al agua, en
busca de los botes del Lauria muchos de los tripulantes del
Concha. Recogió aquel buque dos oficiales y cincuenta
marineros, de ellos 13 heridos, entre los que se encontraba el
Alférez de Navío, D. Manuel Quevedo y Enríquez, resultando en el
Lauria un marinero herido por el vivo fuego que se hizo al
mismo y a los botes, que hasta la madrugada del 12 rivalizaron en
salvar a los náufragos.
A
las siete de la mañana de dicho día llegó al lugar del siniestro
el Recalde y a las cuatro de la tarde el crucero Reina
Regente.
Los
últimos tripulantes que quedaron a bordo del buque náufrago fueron:
el oficial Ramos Izquierdo, los Contramaestres, D. José Bendala
(herido en la cara), D. Juan Mateo Hidalgo, el maquinista D. Antonio
Casal Rugero, el aprendiz maquinista Fernando Castelló Navarrete,
los fogoneros José Fernández Lagostera y Juan José Aragón, y los
marineros José Picón y Ángel Barroso, que fueron hechos
prisioneros por los indígenas. Al hacer el coronel Barreda
negociaciones para su rescate, pidieron los moros 50.000 duros, más
el barco, tal como se encontraba. El gobierno, desechando tan absurda
pretensión, ordenó la destrucción del casco del Concha, que
se efectuó el 13 por la artillería del Recalde, Lauria y
crucero Reina Regente, disparando sobre el buque e indígenas
que se hallaban a bordo, hasta dejarlo completamente destrozado. En
el Reina Regente resultó herido leve un condestable por bala
de fusil disparado de los acantilados de la costa.
¡¡Los
heroicos defensores del Concha, muertos en el cumplimiento de
su deber, tuvieron por sarcófago el montón informe de los restos
del buque!!, mientras los supervivientes de aquella épica hazaña
presenciaban conmovidos desde el Lauria el trágico fin del
cañonero que con tanto denuedo defendieran.
Había
sido construido este buque en Ferro! en 1883, contaba por tanto
treinta años de existencia, era de hierro y desplegaba 518
toneladas. Medía 49 metros de eslora, 7,8o de manga y 4,74 de
puntal.
Sus
máquinas le imprimían una velocidad de 10 millas por hora y su
armamento estaba constituido por cuatro cañones de 42 milímetros y
tres ametralladoras. Su dotación, compuesta de 95 hombres, tuvo en
el combate 16 muertos, de los cuales el marinero Ariza sucumbió en
el cautiverio y el Cabo de Cañón Antonio Mesa y el Marinero
Salvador Alcón fallecieron en el Hospital de Melilla, 17 heridos y
11 prisioneros, cuya suma es cerca de la mitad de la tripulación, de
la que deben deducirse
los
ocho marineros del bote que, al mando del Oficial Sr. Lazaga, fué a
Alhucemas en demanda de auxilio y que, por lo tanto, no estaban a
bordo durante la lucha.
El
Comandante del Concha, D. Emiliano Castaño Hernández,
contaba cuarenta y siete años, ingresó en la Armada en 1885 y en la
guerra colonial había dado inequívocas pruebas de su pericia,
de su valor y de su inteligencia.
La
artillería del Concha fué inutilizada por su dotación antes
de que cayera en poder del enemigo. Sobre el particular dió el
Gobierno la siguiente nota oficiosa: “De la información practicada
resulta que las ametralladoras del Concha quedaron
inutilizadas y asimismo los cañones, según referencias fidedignas
de los moros y las municiones quedaron bajo tres metros de agua y
con dos cubiertas del buque encima, teniendo la seguridad de que los
montajes y los frenos no pueden aprovecharse”.
El
Contador D. Pablo Rodríguez Alonso salvó los caudales que en papel
se custodiaban en la caja del cañonero.
Veamos
ahora cómo tuvo lugar la liberación de los supervivientes del buque
náufrago. Los prisioneros fueron recogidos el Alférez, Ramos
Izquierdo, 3º maquinista Casal Rugero, 2º contramaestre, Juan
Mateo, fogonero Fernández Lagostera y marinero Barroso, por nuestro
confidente de Bocoya, El Harbí.
El
moro Sivera, también confidente, recogió al cabo de fogoneros, Juan
José Aragón, herido, y marineros José Picón Ruiz, herido de arma
blanca y fuego, y a José Ariza González, que falleció el día 13 a
consecuencia de las graves heridas recibidas.
Mahomed-ben-Iduch,
del poblado de Axdir, en Beni-Urriaguel, recogió al Contramaestre,
D. José Benclala y al aprendiz maquinista Castelló.
El
curandero del mismo poblado tenía en su casa al Contramaestre,
Fernández Lucero.
De
los primeros en ser libertados fué el segundo maquinista, D. José
Silva, que por haberse dado por desaparecido no figura entre los
anteriores. A su llegada a San Fernando nos dijo: “No puedo
precisar la hora. Era después de las doce de la noche, cuando nos
lanzamos al agua el Alférez de Navío D. Manuel Quevedo, contador D.
Pablo Rodríguez Alonso, mi compañero Eloy Sáenz y aprendiz
maquinista Fernando Castelló. No sé cómo no nos vieron los moros,
que en aquel momento, llevábanse al oficia1 Ramos Izquierdo y a
otros camaradas.
Debo
la existencia al salvavidas que me había puesto, pues bien pronto
perdí el rumbo sin divisar al Lauria, que tenía las luces
apagadas, ni a los botes de éste, dedicados a recoger a los
náufragos.
Falto
de fuerzas, corriendo el riesgo de caer en poder de los moros, me
dirigí a la costa alejándome del Concha para evitar me
alcanzasen los proyectiles de los moros. Poco antes de llegar a
tierra perdí el conocimiento. Recuerdo, como un sueño, que estando
tendido en la playa, dos moros me cogieron llevándome en vilo hacia
el interior.
Estuve
sin sentido tres días. La calentura y el delirio me embargaban y
nada recuerdo. El 14, cuando volví a la vida me costó trabajo
reconcentrar las ideas y evocar lo sucedido. Recordé haber sentido
vagamente fuerte cañoneo: eran el Regente y el Recalde que
destrozaban el Concha.
Aquel
día (el 14) entró el moro que me tenía en su poder, demostrando
alegría por verme restablecido. Dile una carta que llevó a
Alhucemas el día 15, trayéndome otra del Gobernador de la Plaza
tranquilizándome y remitiéndome víveres.
Uno
de los hermanos de mi carcelero estaba herido, y se me ocurrió darle
una carta para que lo curasen en Alhucemas, como así sucedió.
Aquella misma noche, al regreso del bocoya se concertó mi fuga. A
eso de las nueve del I7 salí de la casa vistiendo chilaba y
escoltado por cuatro moros, caminando con grandes precauciones para
no ser descubiertos. Al cabo de hora y media descendimos a una playa
inmediata a Morro Nuevo, en donde embarcamos en un cárabo que allí
había, conduciéndome a Alhucemas, a donde llegué a las doce y
media”.
El
aprendiz maquinista, Fernando Castelló fue también libertado
espontáneamente por el moro que lo tenía prisionero, y conducido al
Peñón, desde donde, con Silva, se trasladaron al Lauria, que
los condujo luego a San Fernando.
Tanto
en estas evasiones como en la del alférez Ramos Izquierdo y demás
prisioneros, intervinieron, y fueron preparadas de común acuerdo
entre el Gobernador Militar de Alhucemas, Teniente Coronel Gavilá,
nuestro confidente El Harbí, el renegado español, Joaquín Ibáñez,
y también el comerciante Sr. Ibancos.
Casi
de igual o parecida manera a los anteriores fueron libertados el
heroico oficial Sr. Ramos Izquierdo y los demás cautivos que con él
estaban. He aquí cómo: El día 27, a eso de las siete de la
mañana, El Harbí e Ibáñez levantaron a Ramos Izquierdo y a sus
compañeros y dándoles varios canastos y diciéndoles que iban a
coger higos salieron de la casa, marchando unas dos horas por montes,
vegas y barranqueras. Desde una altura divisaron a mucha distancia al
cañonero Recalde. Al fin llegaron a una playa situada al
Oeste de Busicú. En lo alto existía un morabito, y en la playa una
pequeña caseta donde se guarecían dos moros, guardianes de unos
cárabos varados en la arena.
El
Harbí y Joaquín Ibáñez enviaron a uno de aquellos indígenas a
coger brevas, mientras los cautivos se bañaban. Cuando el bocoya
desapareció los dos moros amigos dijeron a los prisioneros: “Pronto,
vamos a echar un cárabo al agua”. El maquinista Casal Rugero, sin
darse cuenta aún de que se trataba de una evasión en regla,
experimentó la consiguiente emoción; pero repuesto en el acto,
empujó al bote como los demás compañeros de infortunio, y en
breves momentos, estuvo a flote la embarcación salvadora. Embarcaron
los cautivos y sus dos salvadores y todos, incluso Ramos Izquierdo, a
pesar de sus heridas, y de los ruegos de los demás cautivos, remaron
febrilmente durante una hora de mortal ansiedad. Cuando de la playa
se habían alejado no más de media milla, los moros, advertidos de
la huida, salieron en su persecución a bordo de dos cárabos, desde
los que les hicieron algunos disparos.
Avistados
por el Recalde, navegó este buque en demanda de la fugitiva
embarcación, recogiendo sus tripulantes. El momento fué solemne,
conmovedor; Ramos Izquierdo pisó la cubierta vitoreando a España.
Sus compañeros y el Comandante D. Antonio Morante, abrazáronle
efusivamente, mientras los demás cautivos fueron igualmente
agasajados y atendidos por todos sus camaradas.
El
Recalde. con el cárabo a remolque, puso rumbo a Alhucemas. De
allí se dirigió a Melilla, en donde anclaba a la una y media de la
tarde del 27 de junio, en cuyo día fueron también libertados los
Contramaestres Bendala y Fernández Lucero, y pocos días después
los dos marineros que quedaban en poder de los moros.
En
gracia a la brevedad omitimos otros muchos y no menos interesantes
detalles relacionados con estas liberaciones.
Hay
que advertir que no fueron nuestros marinos maltratados por los moros
durante su corto cautiverio. Afortunadamente para los tripulantes del
Concha no existía entonces en Axdir un malvado y sanguinario
Abd-el-Krim. Ni se les interceptó su comunicación, ni cuantos
medicamentos, ropas y víveres se les remitía del Peñón. En casa
del moro La Yache, hermano de El Harbí, donde estuvo el Alférez de
navío Ramos Izquierdo, al que curaban diariamente sus compañeros de
infortunio, el Contramaestre Mateo, ayudado por el marinero Barroso,
hacía la comida, consistente en sopa de pan o arroz, frito de
gallina, huevos, café, etc.
El
día 28 de junio llegaron los prisioneros a San Fernando, y en esta
ciudad, nacida al calor de la Marina, cuyas glorias y vicisitudes le
son propias, dispensó a los heroicos cautivos un recibimiento
solemne y grandioso.
El
Capitán General, Almirante Sánchez Lobatón, al descender del tren
Ramos Izquierdo lo abrazó efusivamente en nombre de la Armada y de
todos los compañeros del Apostadero. El público aplaudía y
aclamaba a los bravos marinos, vítores a los cuales respondían con
otros a España y al heroico D. Emiliano Castaño, Comandante del
buque.
Ramos
Izquierdo recibió de S. M. el Rey el siguiente despacho: “San
Ildefonso. Palacio, 27.-16 h. Alférez de Navío Ramos Izquierdo.
Comandancia de Marina de Málaga. Mi entusiasta felicitación por
sereno valor mostrado en cumplimiento del deber y mi enhorabuena por
rescate logrado. Deseo saber estado heridas.- Alfonso”.
Pero,
¿quién era el renegado español Joaquín Ibáñez Bellido, que
intervino en el rescate de los cautivos del Concha?. Era
natural de Teruel. Sentenciado por un delito de sangre a cadena
perpetua, que cumplía en Alhucemas, una noche del año I904, tras
catorce años de expiación, logró fugarse internándose en el campo
moro, y allí contrajo matrimonio con una indígena, de la que tuvo
cuatro hijos. Convertido en rifeño, su alma era española, y su
único anhelo fué servir a la Patria en cuantas ocasiones se le
presentaron, contrayendo sobresalientes méritos por los humanitarios
servicios prestados durante la campaña.
Ramos
Izquierdo se interesó por su indulto, abogó por él la prensa, y
fué al fin conseguido de los poderes públicos. A la sazón contaba
Ibáñez 47 años de edad y deseaba abrazar a su madre.
Meses
después de la tragedia, en octubre del mismo año, recibió el
Comandante General del Apostadero de Cádiz una comunicación del
Presidente de la Cruz Roja de Melilla, notificándole que el miembro
de aquella benemérita institución, el comerciante de Alhucemas, D.
Antonio Ibancos, que tanto trabajara para la liberación de los
prisioneros del Concha, auxiliado por el socio de la misma D.
Eduardo Soto, Interventor de la Aduana; D. Ricardo Pacheco, profesor
de instrucción primaria; D. Nicolás Romano, Aforador del Municipio;
D. Eduardo Hidalgo, D. Marcelino Romano y D. José Heredia,
valiéndose de moros amigos de Bocoya, y siguiendo las indicaciones
de uno de ellos, logró rescatar y recoger de entre las rocas
próximas a los despojos del cañonero 1os cadáveres de su heroico
Comandante, Capitán de Corbeta, Castaño, del 1º Maquinista, D.
Antonio Paredes y tres marineros, cuyos restos condujo al Peñón el
día 8, dándoles cristiana sepultura.
En
corroboración de cuanto llevamos dicho, he aquí algunos párrafos
del parte de Campaña del Alférez de Navío D. Manuel Quevedo,
relato oficial de la tragedia que por aquellos días conmovió a la
opinión pública:
“Al
Excmo. Sr. Comandante General del Apostadero de Cádiz, el oficial
que suscribe, que por estar prisionero el alférez de navío señor
Ramos Izquierdo, es el único oficial de guerra que de los que
estuvieron a bordo del Concha durante los sucesos del día 11
del presente mes, se encuentra en libertad, da cuenta de lo
siguiente:
Poco
después de haber salido de a bordo para Alhucemas el Alférez de
Navío Lazaga, al mando de un bote armado, fué aumentando
considerablemente el número de moros que había en la playa, dando
muestras de desagrado por las maniobras que a bordo se efectuaban con
el fin de salvar el buque, y empezaron a diseminarse en distintas
direcciones por grupos más o menos numerosos, hacia las alturas que
dominaban al barco. De pronto nos hicieron varias descargas, matando
al marinero José Piñeiro e hiriendo en un brazo al alférez de
navío Ramos Izquierdo. Ante dicha agresión ordenó el comandante
que la gente que es taba a popa se armase, bajando para ello a las
cámaras, donde con anterioridad había sido llevado todo el
armamento para evitar que se mojase, a proa, y después, que sin
disparar se apostasen algunos hombres en cubierta en los sitios de
más resguardo, y otros en los portillos para observar los
movimientos de los moros. Intentaron entonces algunos de ellos
apoderarse del chinchorro que estaba al costado, viniendo para ello a
nado; en vista de esto, se ordenó hacer fuego produciéndoles
algunas bajas; se dispuso al mismo tiempo cubrir la artillería de
popa, pero al cumplirse esta orden arreció el fuego de los moros,
matando al condestable Muiños, e hiriendo a los sirvientes y a otros
marineros que se hablaban en cubierta, por cuyo motivo mandó el
comandante guarecerse en las cámaras. Mientras esto ocurría a popa,
continuaban a proa, en el lugar de la avería, 8 o 10 hombres, dos
contramaestres y el que suscribe, llevando a cabo los trabajos
encaminados a contener las vías de agua que amenazaban inundar el
buque. Fuera, los moros seguían haciendo un fuego tan nutrido y
certero que no permitía a hombre alguno asomarse siquiera a
cubierta, pues los que lo intentaban fueron desde luego muertos o
heridos, motivo por el cual no era posible enviar armas y municiones
a la gente que en el sollado trabajaba, ni que éstos fueran a unirse
a la gente de popa, abandonando sus trabajos.
Así
continuaron las cosas hasta después de medio día, en que una
avalancha de moros asaltó el barco por la proa, yendo un gran número
de ellos, por las escotillas al sollado.
Los
que allí estábamos, armándonos con palos y los demás objetos que
cada uno pudo recoger, nos defendimos; pero acorralados y arrollados
por el número, los que no fueron muertos o heridos fuimos a viva
fuerza sacados a cubierta y arrastrados hacia el castillo con ánimo
de hacernos prisioneros.
En
este momento el comandante, seguido del Alférez de Navío Izquierdo,
ya herido, y de un grupo de marineros, arengándolos al grito
de ¡Viva España!, cargó hacia proa haciendo fuego, consiguiendo
así hacer huir a los moros de a bordo, momento que fué aprovechado
por los que en su poder nos hallábamos para abrirnos paso entre
ellos y unirnos a nuestros compañeros de popa, a excepción del
Contramaestre Lucero y marinero Esterría, que fueron llevados a
tierra. Al efectuar la incorporación a popa, hubo algunos heridos,
entre ellos el que suscribe, que recibió un balazo en el cuello.
En
la carga antes citada murió el Comandante y algunos de los que con
él iban, hiriendo a otros. El resto volvió a ocupar los puestos que
antes tenían.
Por
muerte del Comandante asumió el mando el Alférez de Navío
Izquierdo, quien dispuso se siguiese disparando solamente cuando
pudieran ocasionar bajas al enemigo, y continuando en esta forma
hasta eso de las tres de la tarde, que se presentó el marinero
Esterría, que antes había sido llevado por los moros, trayendo un
papel en el que los moros proponían la rendición del buque,
permitiendo en cambio no hacer daño a la dotación y diciendo que,
caso de no aceptar, volarían
el
barco con dinamita.
El
alférez de navío Izquierdo consultó la opinión del contador y del
que suscribe, únicos oficiales que había a bordo, y por unanimidad
opinaron que no debía rendirse el buque, sino persistir en su
defensa, sin contestar siquiera a tal proposición y quedando a bordo
el marinero Esterría.
Transcurrió
el tiempo en la misma situación, sin cesar el tiroteo hasta que a
las cinco de la tarde, próximamente, se notó que cesaba el fuego,
viendo al mismo tiempo que un cañonero español, que resultó ser el
Lauria, se aproximaba; al poco rato un bote de dicho cañonero
se dirigió a la playa, de la que salía a su encuentro otro
tripulado por moros, llevando ambos bandera blanca.
El
bote moro, al pasar cerca del costado del Concha, manifestó
que no se hiciese fuego, porque iban a parlamentar, y que
comunicarían el resultado; pero que no permaneciera en cubierta más
que el
capitán.
A pesar de esta, al parecer suspensión de hostilidades, los moros
hacían descargas al Cancha en cuanto alguien trataba de salir
a cubierta, lo cual ocasionó algunas bajas.
Al
regresar el bote moro manifestaron que iban a tierra a celebrar
junta. Durante el tiempo transcurrido en el desarrollo de estos
sucesos, el buque seguía sumergiéndose de popa, invadiendo ya el
agua los pañoles de municiones.
Ya
al amanecer, viendo que el buque seguía sumergiéndose por momentos,
que continuaban los disparos, aunque con menos intensidad, sin tener
noticias del resultado de las conferencias, y en vista de la
imposibilidad de comunicar con el Lauria, se enviaron a nado
dos fogoneros, González Maldonado y Carrascosa, que voluntariamente
se prestaron para ir a dicho buque y poner en conocimiento de su
comandante la situación en que nos hallábamos.
Entretanto
el agua seguía aumentando y haciéndose imposible la permanencia en
las cámaras; se subieron a cubierta los muertos y heridos y se
arrojaron a los pañoles, ya inundados, el armamento y municiones que
aquellos no podían ya utilizar.
También,
y en presencia del contador y del que suscribe, abrió el Alférez de
Navío, Izquierdo, la caja de plomo de señales de reconocimiento,
quemando su contenido.
La
noche avanzaba, y aprovechando su oscuridad se arrió un bote en el
que se metieron el mayor número de heridos y gente que fué posible,
con ánimo de trasladarlos al Lauria; pero estando todavía
atracado al costado, arreció el fuego de los moros, tiroteando
vivamente al buque y al bote.
En
el primero recibió una herida en el otro brazo, el Alférez
Izquierdo, y otros individuos que no puedo precisar, y en el bote
ocurrieron también bajas.
El
Lauria, entonces, apercibido sin duda, hizo algunos disparos
de ametralladora y cañón, que acallando momentáneamente el fuego
de los moros, permitió alejarse el bote, que llegó al Lauria.
El
buque seguía sumergiéndose, oyéndose a veces crujidos y
conmociones, debidos sin duda a quebrantamientos. El agua bañaba ya
la cubierta, y siendo imposible el salvamento marinero del buque y su
defensa militar, dispuso el comandante accidental Sr. Izquierdo, que
fueran abandonando el buque a nado lodos aquellos que se encontrasen
en condiciones de hacerlo.
Entonces
fueron poco a poco arrojándose al agua algunos de sus tripulantes
que se consideraron con ánimos de alcanzar al Lauria, no sin
ser tiroteados desde tierra cada vez que alguno lo hacía, a pesar de
lo cautelosamente que se efectuaba.
Antes
de abandonar el buque, cada uno fué arrojando al agua su armamento.
Próximamente
a la una de la madrugada, ya sólo quedaban a bordo el Alférez de
Navío Izquierdo, herido en ambos brazos; unos cuantos heridos graves
faltos ele movimiento, varios tripulantes que no se decidieron a
salvarse a nado, y además el contador y el que suscribe, quienes
después de consultar nuevamente con el Alférez de Navío Izquierdo,
y autorizados por éste, se decidieron a trasladarse al Lauria, a
nado, efectuándolo al mismo tiempo el maquinista Silva.
Nuestra
salida fué como las anteriores notada desde tierra, haciéndonos
nuevos disparos.
Después
de nadar algún tiempo el maquinista, no contando con fuerzas para
llegar a ser recogido por algún barco, decidió volverse a tierra a
la costa más próxima, continuando el contador y el que
suscribe,
nadando durante algún tiempo que no pueden precisar, hasta que
próximo al Lauria, fueron recogidos por el chinchorro de
dicho buque que les llevó a bordo.
Respecto
a la suerte del maquinista que salió con nosotros, he sabido con
posterioridad que fué hecho prisionero y está ya libertado.
Esto
es, Excelentísimo Señor, el relato que puede hacer de los sucesos
ocurridos a bordo del Concha, unos presenciados por mí y
otros sabidos por mis compañeros y subordinados.
Antes
de terminar, creo de mi deber manifestar a V. E., sin
perjuicio de las rectificaciones que sobre el particular pueda hacer
el Alférez de Navío Izquierdo, el comportamiento valeroso y buen
espíritu de la dotación en general, distinguiéndose especialmente
los que a continuación expreso:
Primer
maquinista, D. Antonio Paredes; segundo condestable, D. Pedro Muiños;
2º practicante, D. Manuel Quignón; segundos contramaestres, Bendala
y Mateo; fogonero, Juan Aragón; cabos de
cañón.
Salazar y Castañeda; maestro carpintero, Ruiz Delgado; marineros,
Benítez, Acevedo y Cándido Agraso; marineros preferente, Alejo
Nascales, Luciano Azcorra, Pardo, García Tavares y Alarcón;
marineros, Manuel Rojas, José Rial, Amarelo, Vaqueiro, José
Andrade, Miguel Amores, José Gómez, Bravo, Escobedo, José María
Ariza y Caamaño; fogoneros, González Maldonado y Carrascosa;
marineros, Francisco Esterria y Nemesio Pérez. Y absteniéndome de
juzgar el, a mi parecer, heroico comportamiento de mis superiores y
compañeros”.
El
Ministro de Marina contestó al parte de campaña remitido por el
Capitán General del Apostadero, con el siguiente telegrama, que fué
leído ante las tripulaciones formadas de los buques de la Escuadra:
“Madrid,
17-6-1913.-Enterado parte campaña comprensivo suceso Concha,
felicito calurosamente en nombre Gobierno supervivientes
dotación, por honrosísimo y brillante comportamiento y dotación
buques de ese Apostadero, por sus distinguidas operaciones auxilios
prestados”.
La
actitud gallarda y valerosa conducta del Alférez de Navío Ramos
Izquierdo, que después de muerto su comandante, sostuvo con elevado
espíritu durante catorce horas la defensa del buque que se iba
hundiendo, le hizo acreedor a la Cruz de los Héroes: la Laureada de
San Fernando, que tras su correspondiente juicio contradictorio le
fué concedida en 20 de mayo de 1914.
Perdonad,
benévolos lectores, la prodigalidad en los detalles. La épica
jornada de que fueron protagonistas esos marinos, siempre abnegados,
siempre prontos a todo sacrificio en aras de la Patria Madre y
Señora de todos sus anhelos, lo merece”.
Como
epílogo a este emocionante relato, debo decir que existe un arduo
trabajo sobre nuestros Héroes y
Mártires,
que se hallan enterrados en nuestro Cementerio, realizado durante
laboriosos años, por mi bueno y entrañable amigo, José Luís
Blasco López, como una pieza didáctica, y de consultas, para
despertar los sanos pensamientos de los lectores. En este caso los
que sentimos el honor de los Héroes en lo más profundo de nuestros
corazones. Tanto José Luís como este que les escribe, ambos estamos
orgullosos de sacar de las sombras de sus sepulcros, los nombres de
nuestros Héroes y Mártires, a la luz de la Gloria. Intentando a la
vez que su lectura sea una plataforma de comunicación sensible, nos
encontremos con una visión real de nuestra Historia; porque aunque
ésta, a veces, se escriba con mayúsculas, no nos
cuenta todo lo que ocurrió realmente en el momento determinado. Pero
como saben, es tan real cuando presenciamos, cada vez que visitamos
la Purísima con la intención de dirigirnos a los Panteones
Militares, y leer los nombres de los Héroes que se encuentran
salpicados en tumbas y nichos, descansando en su silencio eterno,
comprobar sin olvidarnos, que todos ellos han sido, durante más de
cinco siglos, los que ofrendaron sus vidas por la Patria, en defensa
de la españolidad, y por ende de la cultura occidental de nuestra
ciudad. A mí, desde muy pequeño, siempre me ha parecido que éstos
se hallan en un palco proscenio, como una solemne guardia de honor
saludando, e indicando el camino, a todo aquél que se dirige a esos
sagrados panteones, donde se respira la brisa de la Patria que
acaricia a todos ellos con la paz en su sueño eterno.
También,
aunque no soy hombre de hacer halagos de circunstancias, debo decir
que José Luís, como buen polemista, bien pertrechado de datos
históricos, muy fidedignos, con su escritura y su voz clara y
robusta, siempre refleja la verdad pura aunque para algunas personas
incongruentes, les sea dura. Yo tengo la suerte de que las
conversaciones que ambos mantenemos, sobre historia y cultura, la
cultivamos como un “Parnaso privado”.
A
continuación lean algunos nombres que figuran en el relato de los
Héroes y Mártires de la Armada y de la Compañía de Mar de
Melilla, que se encuentran enterrados en nuestro Cementerio de la
Purísima:
Manuel
Galbán López. Teniente de Navío del Cuerpo General de la Armada.
Muerto en acto de servicio, a los 31 años de edad. 12.06.1978.
José
Mazzarelo Román, Jefe de la Compañía de Mar. Tte. de la Compañía
de Mar. + 08.12.1916.
En
la misma lápida anterior: Restos mortales de Manuel Gallego Aznar.
(Tte. de la Cía. de Mar).
Señalado
en el Plano-Guía con el nº 104.
Antonio
García Ruiz. +08.03.1942. A los 58 años.
De
la Compañía de Mar fallecidos
en acto de servicio:
Juan
Garbín Espigares. Cabo 1º. +28.05.1997.
Marinero,
Francisco Rodríguez López. +18.10.1910
Marinero,
José Macía Martín. +01.09.1930
Marinero,
Miguel San Modesto Izquierdo. 22.06.1937
Salvador
Alarcón Cuenca. Marinero. Herido en acto de servicio a bordo del
Cañonero “General Concha”. +12.06.1913.
Antonio
Mesa Fernández. Cabo. Herido en acto de servicio a bordo del
cañonero “General Concha”. +16.06.1913.
Emilio
Vaquero Gutiérrez. Marinero. Herido en acto de servicio a bordo del
Cañonero “General Concha”. + 02.07.1913. Sepultura en propiedad.
José Cortés Flanez. +31.12.1912. A los 21
años de edad. Marinero del Cañonero “LAURIA”.
José
Sánchez de Lacampa Espinosa. +19 de abril de 1913. Maquinista Mayor
de la Armada.
José
García Prado. “Familia García Prados. Esta persona perteneció a
la “Compañía de Mar del Rif”.
Manuel
Manero Roca. +11.04.1922.
Maquinista del Crucero “Cataluña”. Trasladado
al Osario General el 5.10.1928.
Antonio Rodríguez Loage. +11.04.1923. 20 años.
Marinero del Cañonero “Laya”.
Antonio Ferrer Carrasco. +22.10.1925. Marinero
del Aljibe “Triana”.
Ricardo Santiago Suaces. +03.06.1971. 37 años.
Marino del Buque “Liniers”.
PANTEÓN
DE HÉROES.
Fosa
General
Juan
Martínez Delgado. Murió de herida en Campaña el 13 de septiembre
de 1925. A los 21 años de edad. Del Guardacostas “Wad Ras” .
Juan
Masijo Bellver. Murió de herida en Campaña, el 10 de octubre de
1925. a los 23 años de edad.
Manuel
Aguilera Gómez. 22 años. + 27.07.1921. Cañonero “LAURIA”.
Matías
Fernández Gallardo. Marinero de 2ª, a bordo del bote automóvil. 21
años. +27.07.1921. Cañonero “LAYA”.
Antonio
Gómez Pareja. (el segundo apellido es López (sic). Marinero de 1ª.
22 años. +03.08.1921. Cañonero “LAURIA”. Bote salvavidas en
socorro de Sidi Dris
Alfredo Núñez Llana. +08.09.1921. 22 años.
En campaña. Del Cañonero “LAURIA”
Emilio Sanz Asensio. +25.09.1921, en campaña.
Del Cañonero “LAURIA”
Edualdo
(Sic) Gómez Martinea. + 09.10.1909 (Sic). A los 23 años. De
heridas producidas en campaña.
Cañonero “LAYA”.
Antonio
Jiménez Mira. 21 años. + 26.07.1921, en socorro de Sidi Dris.
Crucero “PRINCESA DE ASTURIAS”.
José
Augustus Orts Rillo. 20 años. + 26.07-1921. Crucero “PRINCESA DE
ASTURIAS”, en socorro de Sidi Dris.
José
Márquez Domínguez. (El primer apellido es Marqués (sic). Marinero
de 1ª a bordo del bote salvavidas. 22 años. + 26.07.1921. Cañonero
“LAURIA”, en socorro de Sidi Dris.
Juan
Cumbres Otero. 23 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAURIA”
Luciano
Castañeda Esquerra. 19 AÑOS. + 26.07.1921 A consecuencia de herida
por arma de fuego. Cañonero “LAURIA”.
Federico
Peña Estévez.. 22 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAYA”. ( Su
nombre aparece reflejado en el tomo III de las “Campañas de
Marruecos”)
Juan
Díaz Moreno. 22 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAYA”.
Álvaro González Martínez. +27.07.1909
(Sic). Del Crucero Acorazado “PRINCESA DE ASTURIAS”.
Antonio Latorre Martínez. 23 años. En
Campaña. Del Cañonero “LAYA”.
Carlos Paredes Pajares. 20 años. En campaña.
Del Crucero Acorazado “PRINCESA DE ASTUIRIAS”.
Domingo Pérez Valle. +08.09.1921.
En Campaña. Del Cañonero “LAURIA”.
Donato Durán Sanabria. 25 años. Muerto por
herida de bala. Del Cañonero “LAYA”
Emilio García Cuenca. +25.09.1921. A los 23
años. Herido en campaña. Del Cañonero “LAURIA”.
Nota.- Estos trece marineros muertos en acto
de servicio no aparecen citados en páginas 276-277 del libro escrito
por los Sres. Migallón y Sar.
Rufino
Majada López. +10.08.1913. A consecuencia de herida por arma de
fuego en Tres Forcas.
¿Marinero
del Acorazado “España”?
Fidel
San Isidro Rivero. +El 16.05.1914. A los 23 años. Marinero del
Crucero “Extremadura”.
Ángel
Ralfo Infante. +09.06.1921. 24 años. Suicidio-Murió ahorcado.
Marinero
del Buque “Almirante Cabo”.
Manuel
Manero Roca. +6.11.1L (51)922. A los 44 años. 2º Maquinista del
Crucero “Cataluña”.
Nota.-
Procedente de la parcela 25, trasladado al Osario General el 5 de
octubre de 1928.
Aquilino
Díez Mateo. +El 2 de septiembre de 1925. A los 32 años de edad. De
Infantería de Marina.
Julio
Pellicer Morant. +10.09.1925. De herida recibida en Campaña. Del
Rgto. Cazadores de África Nº 1. Muerto a bordo del Buque
“Andalucía”. Nota.- Trasladado al Osario General el 5.10.1928.
José
Felipe Sierra. +08.02.1926. Marinero del Cañonero “Canalejas”.
Ángel
Oliver Menéndez. +09.12.1937. 24 años. Ahogado. Marinero del
Remolcador “Ferrolano”.
Augusto
Cordero Fernández. +09.12.1937. Ahogado. Marinero del Remolcador
“Ferrolano”.
José
Greco Tobio. +09.12.1937. 25 años. Ahogado. Marinero del Remolcador
“Ferrolano”. (Fue sepultado un mes después).
Juan
Silva Moltes (En listado “Moldes”). +09.12.1937. 25 años.
Ahogado. Marinero del Remolcador “Ferrolano”.
Domingo
Segarra Orbegazo. +14.01.1938. 23 años. Marinero
del patrullero “Héroes del Alcázar de Toledo”.
Juan
Gallego Robles. + 2 de julio de 1941. A los 18 años de edad.
Marinero del Crucero “Canarias”.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home