03 abril 2006

De Damas y Caballeros

DE DAMAS Y DE CABALLEROS

Sobre el vino hay un latinajo que dice: “Consolatium aflectorum, refugium pecatorum, delirium tremen, ora pronobis”. Yo no soy bebedor pero ante algunos hechos, en este caso una lectura, me soplo un vasito, a ser posible de un buen rioja, con unos taquitos de queso y de jamón, para que la sonrisa no se me borre de mi jeta, consolando mi aflicción, refugiando mi pecado guasón, pero sin llegar a emborracharme; y lo de ora pronobis yo digo: amén. He leído en este periódico unos versos (me reservo la opinión) de una señora que se hace llamar “la dama de Melilla”, que imagino tendrá registrado ese nombre donde se registran los nombres que cada uno desea que se le llame. De verdad que cada día mi capacidad de sorpresa se agranda, y más al leer que una señora se hace llamar dama de una ciudad donde ya existen señoras como ella desde hace cinco siglos, y si no que se lo pregunten a cualquier mujer nacida en la ciudad. Mi madre, mi mujer, mis hermanas, sus amigas, mis abuelas, mis primas, sus amigas, mis vecinas Eleuteria, Edelmira y Ruperta, todas las señoras que se dedican a la política, de uno u otro bando, incluidas las que están emparejadas con los varones que también se dedican a ese bello arte de tirarse los trastos a las testas en cada asamblea, en fin, todas y cada una de ellas las considero “Damas de Melilla”, incluso a la señora del poema que se autodenomina como tal. El Diccionario dice de la palabra Dama, entre varias definiciones, que es una mujer noble y distinguida; la que en palacios y casas grandes era la acompañante de la señora principal; las que acompañan a la novia en el altar cuando van a casarse; la esposa del presidente de una nación, llamada Primera Dama; la Dama Joven, una actriz que desempeña los papeles de mujer joven; Dama de Teatro, es una actriz de carácter; y también tenemos a la Dama de Noche, la planta de las solanáceas, que por las noches huele a gloria en cualquier rincón que esté plantada. Pero como ésta solo es un matojo solamente percibimos su olor.
Si a lo hombres nacidos en Melilla nos llamaran: “Caballeros de Melilla”, resultaría un puro cachondeo; y la verdad que a mi no me agrada que me llamen caballero de mi ciudad, solamente deseo que me digan melillense, porque la palabra caballero tiene un montón de definiciones, entre las cuales están: el que va a caballo; el que pertenece a una orden de caballería; el que se porta con nobleza; el Caballero Cubierto, que no está obligado a quitarse el sombrero ante el Rey; el de Alarde, que pasaba revista montado a caballo; el de Conquista, que recogía el botín de las tierras que ganaba, y puede que en la actualidad haya algún descendiente que siga beneficiándose de tal privilegio; el de Espuela Dorada, cuando era nombrado Caballero. Y finalmente tenemos a dos buleros (mentirosos en caló): el Caballero de Industria: hombre de apariencia de caballero que vive a costa ajena por medio de la estafa y del engaño; y el Caballero de Mohatra que es el que aparenta ser un caballero no siéndolo; lo que coloquialmente es un payaso, con admiración y perdón de Fofó y Miliki. Y la verdad es que a mi no me gusta que me digan que soy un payaso, así que llámenme: melillense, el gentilicio que sentimos con orgullo los nacidos en ese trocito de España.
“¿Quién te mete, Pascualete, a hacer cosas de copete?”. Este es un refrán que viene muy bien contra aquéllos que sin la aptitud acreditada, acometen un empeño imposible. Y esta otra frase poética que no tengo idea quien pudo decirla: “Felices los astrónomos que bautizan las estrellas con sus nombres”; tampoco está tan mal, ¡eh!.

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