31 octubre 2006

250 años de Correos

250 AÑOS DE CORREOS

Cuando yo comencé a prestar mis servicios en Correos, hace ya unos cuarenta y tres años, algunos sabíamos que el 8 de octubre de 1756 los carteros empezaron a recorrer las calles de Madrid. El Asesor de la Renta de Correos, Pedro Rodríguez Campomanes, dio el rango de cuerpo oficial a un oficio de cinco siglos. El germen de Correos, nuestro Correos de toda la vida, lo formaron una docena de hombres repartiendo misivas aquél 8 de octubre de 1756. Desde entonces entre los españoles creció una red a distancia; como saber el paradero de familiares, comunicarte con cartas epistolares con amigos, y lo que para algunos es un poco molesto: saber lo que tenías que endiñarle Hacienda. En los 250 años que han pasado, los sellos, las caras de quienes aparecían en ellos, y los valores faciales, algunos “chiflatélicos” buscaban con ahínco estampillas de lo más raras, como uno de Franco con la sonrisa en su rostro, sello que jamás he visto. Las cartas empezaron a circular en coches de caballos, para luego repartirlas en una cartera de cuero de vaca, a la que muchos le llamábamos “suavizalomos”, por lo pesada que llegaba a ser. Después circularon por ferrocarril, en bicicleta, en los automóviles, para cruzar los océanos en las bodegas de los barcos y aviones. Los uniformes los hemos tenido de todas las formas, pero el gris para el verano y el azul marino para el invierno siempre han primado; los dos con sus respectivas gorras de plato. El de verano era una chaqueta con mangas largas y pantalón, que parecíamos soldados de Filipinas. Esta chaqueta “veraniega” debíamos llevarla abrochada hasta el cuello, pero lo más cutre era que nos endiñaban unas sandalias abiertas que debíamos calzarlas con calcetines. El de invierno era otra cosa, ya que con el frío algunos nos la abrochábamos hasta el último botón; el pantalón tenía una raya a todo lo largo que parecíamos porteros de un hotel. Pero lo más bueno, si a eso se le puede llamar bueno, es que si te caían unas gotas de lluvia en el traje, la camisa había que tirarla, por el destiñe que soltaba. La figura del cartero como todos saben ha cambiado: desde la bicicleta con el cartelito en rojo “Correos” en el cuadro (los de telégrafos era en azul), pasando por las Rieju, Motobic, y ya en la actualidad las benditas vespas. Y los uniformes actuales con sus pantalones cortos en verano, sus chalecos con un sinfín de bolsillos, las camisas amarillas, con el anagrama de la cornamusa y la corona; de verdad que el cambio en pocos años ha sido para bien.
Deseo que este humilde escrito sirva de homenaje de todo el personal de Correos, y muy particularmente a los de las generaciones anteriores. Aquí en Melilla tenemos un funcionario que es biznieto, nieto, sobrino nieto, primo e hijo de carteros, o sea, la saga de una familia de hace un siglo.

Contador de visitas