31 octubre 2006

Un día de los santos

UN DIA DE LOS SANTOS


Cada 1º de noviembre, en España, se celebra el día de Todos los Santos. Los Ayuntamientos blanquean las fachadas y patios interiores, limpian los paseos con la ayuda de los familiares, llenándolos de flores frescas en jarrones de cristal y de lata, pegándolos algunos con silicona porque mucha gente se los lleva sin ningún miramiento. Las tumbas se friegan varios días antes para que el día señalado reluzca como Dios manda. Vienen personas de todas partes para visitar a sus deudos, y quienes no se pueden desplazar, algunos, envían dinero para que se le compre un ramo de flores y lo coloque a los pies de la lápida: “Adjunto te envío 500 pesetas para que le pongas unas flores a la tumba de mama”. Así era como solían enviar los giros en mis tiempos.
En Melilla, hace como medio siglo, mi primo Juan (el de mi tía Virginia) y yo, como vivíamos cerca de La Purísima nos gustaba acudir al Cementerio por la murallita del patio de La Legión, que era más accesible para los niños, y también porque el señor Frasquito, no dejaba a los niños entrar al mismo, como no fuéramos acompañados de una persona mayor. Una vez los dos primos Juanes acudimos al cementerio para ver cómo estaba la tumba de nuestro abuelo, padre de nuestras madres, y verla tan tristona en comparación con la de sus vecinos nos dio un poco de pena. Nuestras madres aún no habían acudido, como cada año, a enjalbegar la tumba, y nosotros sin pensárnoslo dos veces nos lanzamos a fregarla con cubos prestados: “Qué niños más apañaos”, decían muchas mujeres junto a la fuente cercana. Nosotros les quitábamos algún que otro ramo a los vecinos más lejanos: un jarro de china desportillado, otro de cristal, en fin que la tumba parecía que mi abuelo en vez de haber muerto a mediados de los 40 lo habían enterrado ese mismo día. Si les digo que encontramos una corona en la que en su lazo negro y con letras bordadas en oro se podía leer: “Tu esposa, hijos y nietos, no te olvidan”. Ya está: su esposa era mi abuela, sus hijos eran nuestras madres y nuestros tíos, y sus nietos, que éramos una decena, pues ya estábamos todos.
Claro que al día siguiente la que me parió hablando con su hermana Virginia le preguntó si ella había estado en el cementerio arreglando la tumba de papa: “Y fíjate Virginia, hasta le han colocado una corona y todo”. La hermana no tenía idea de lo que le decía, pero mi primo y yo que estábamos cerca de ellas, sí que se nos encendieron las luces de alarma. Las dos dirigieron sus miradas hacia nosotros, sin saber si reír o largarnos un guantazo a cada uno. Lo que si que recuerdo es el comentario de mi madre: “¡Ay!, qué fatiga, ya me da vergüenza ir al Cementerio por culpa de estos dos andarríos”. Es una anécdota que siempre recuerdo con un sentimiento de cariño cada año por estas fechas.
Y para terminar me agradaría que alguien me dijera si la Patrona de los Abogados sigue siendo Santa Teresa de Jesús, o Maria Teresa de Jesús, (Mari Tere para los amigos), porque según he leído alguien quiere cambiar el nombre “religioso estático” de ese órgano. Y eso, con todos mis respetos, no me gustaría nada porque un 15 de octubre, día de Santa Teresita de Jesús, fue cuando mi madre me trajo a la vida y como segundo nombre me pusieron el de Jesús, nombre que llevo con todo el orgullo.


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