14 enero 2017

UNA PELÍCULA DE MOROS Y CRISTIANOS EN EL NACIONAL (años 50)


He titulado la película de moros y cristianos, aunque no recuerdo el título de la misma, sí las luchas que se veían en las distintas secuencias, en lo alto de las torres de un castillo rodeado de un foso, donde nadaban unos “feroces” cocodrilos. Los cristianos vistiendo con ropajes estilo “Guerrero del Antifaz”, con la cruz negra en el pecho, la capa al vuelo y espadón al cinto, cada vez que se cargaban a un sarraceno y éste caía al foso, donde los cocodrilos se lo “tapiñaban” a dentelladas, el jolgorio y griterío entre la chiquillería, que en su mayoría era cristiana, era apoteósico; pero claro cuando era al contrario, cuando un cristiano era derribado por el alfanje de un contrario cayendo al foso, lo que se podía oír era: “¡oooh!”. Algo así como una queja de lástima. Pero en una de las secuencias, donde no había lucha, con la sala en un silencio sepulcral, oyéndose solo una musiquilla de suspense, un niño de mi misma edad que se encontraba a mi lado, no paraba de indicarme que los españoles (cristianos) también caían al foso, y era verdad. Entonces yo le dije que lo gritara bien fuerte, para que se enterara toda la gente; y el chavea ni corto ni perezoso, menudo era el cabroncete, con la fuerza de sus pulmones, gritó: “...¡¡También a los españoles se los comen los cocodrilos!!...”. Créanme si les digo que fue la primera vez que escuché aplausos en la sala de un cine durante la proyección de una película. La gente reía divertida, porque la cosa era para reír.
Yo creo que ese niño, si no se le ha olvidado de respirar, contará 72 tacos de almanaque que porta en su espalda. Y si es que me lee, le envío un fuerte abrazo en recuerdo de nuestra niñez. ¡Ah!, por si no lo he dicho, hacía poco que había hecho la Comunión en el Sagrado Corazón, o sea, que era cristiano y un pelín gamberrete.
Muchos lectores recordarán las funciones de cine que se hacían en las distintas salas que existían en nuestra ciudad. Mis recuerdos se remontan a mediados de los cincuenta en el Nacional, cuando gallinero costaba 2´50 ptas, anfiteatro 3´00 ptas y butaca 5´00 ptas.. Recuerdo que en butaca, o platea, existían unos ventiladores en la parte derecha, según se mira a la pantalla, y en la de la izquierda, frente a Correos en verano, el acomodador solía abrir los ventanales para que entrara el fresco por entre medio de los grandes cortinajes, y la verdad es que el único fresco que entraba era un tío de Cabrerizas, que se colaba de rondón, por toda la jeta, como si tal cosa. También estaba a la entrada de la sala “la fila de los mancos” donde las parejas, a oscuras palpándose por todos los recovecos de sus cuerpos, se pegaban sus buenos lotes, saliendo al final de la función: ellas, rojas como la grana en sus lindas e “inocentes” caritas; y ellos, insatisfechos, con un dolor en salva sea la parte, que por pudor no menciono; y con el clásico color de “peo mona” en el rostro cabreado.
Las tres “lúas” (ptas) que me daba mi madre eran: 2´50 para el gallinero, o la cazuela como decía mi padre, y los dos reales restantes para pipas, o un polo de la calle Marina, frente al Parque.
A la salida, como una obligación que se debía cumplir, era el habitual garbeo por la Avenida: acera desde el Canarias hasta el Acueducto, y cruzando a la Levantina, hasta el Banco Español de Crédito, o al Metropol. A veces nos pasábamos al centro de la calzada. Así hasta la hora del toque de retreta, que era cuando los soldados salían zumbando para sus distintos cuarteles. Entonces la Avenida se quedaba medio vacía, y cada mochuelo a su olivo. Hay que recordar que entonces la Avenida, era cortada al tráfico rodado, convirtiéndose en una gran alameda de paseantes de todas las edades.
Si me lo permiten este humilde poemita, como muchos otros, lo escribí, en una plácida noche de verano, mientras hacía guardia en la “Desinfección Vizcaya”, junto a la playa de la Hípica.

“La Avenida tiene un encanto,
que las muchachas lucen.
A la salida del cine,
el paseo es obligado,
en las tardes de domingo.
Chula e insolente,
la vigilancia militar observa quieta,
mientras ellas se saludan cien veces,
hasta el Toque de Retreta.”



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