UNA PELÍCULA DE MOROS Y CRISTIANOS EN EL NACIONAL (años 50)
He titulado la película
de moros y cristianos, aunque no recuerdo el título de la misma, sí
las luchas que se veían en las distintas secuencias, en lo alto de
las torres de un castillo rodeado de un foso, donde nadaban unos
“feroces” cocodrilos. Los cristianos vistiendo con ropajes estilo
“Guerrero del Antifaz”, con la cruz negra en el pecho, la capa al
vuelo y espadón al cinto, cada vez que se cargaban a un sarraceno y
éste caía al foso, donde los cocodrilos se lo “tapiñaban” a
dentelladas, el jolgorio y griterío entre la chiquillería, que en
su mayoría era cristiana, era apoteósico; pero claro cuando era al
contrario, cuando un cristiano era derribado por el alfanje de un
contrario cayendo al foso, lo que se podía oír era: “¡oooh!”.
Algo así como una queja de lástima. Pero en una de las secuencias,
donde no había lucha, con la sala en un silencio sepulcral, oyéndose
solo una musiquilla de suspense, un niño de mi misma edad que se
encontraba a mi lado, no paraba de indicarme que los españoles
(cristianos) también caían al foso, y era verdad. Entonces yo le
dije que lo gritara bien fuerte, para que se enterara toda la gente;
y el chavea ni corto ni perezoso, menudo era el cabroncete, con la
fuerza de sus pulmones, gritó: “...¡¡También a los españoles
se los comen los cocodrilos!!...”. Créanme si les digo que fue la
primera vez que escuché aplausos en la sala de un cine durante la
proyección de una película. La gente reía divertida, porque la
cosa era para reír.
Yo creo que ese niño, si
no se le ha olvidado de respirar, contará 72 tacos de almanaque que
porta en su espalda. Y si es que me lee, le envío un fuerte abrazo
en recuerdo de nuestra niñez. ¡Ah!, por si no lo he dicho, hacía
poco que había hecho la Comunión en el Sagrado Corazón, o sea, que
era cristiano y un pelín gamberrete.
Muchos lectores
recordarán las funciones de cine que se hacían en las distintas
salas que existían en nuestra ciudad. Mis recuerdos se remontan a
mediados de los cincuenta en el Nacional, cuando gallinero costaba
2´50 ptas, anfiteatro 3´00 ptas y butaca 5´00 ptas.. Recuerdo que
en butaca, o platea, existían unos ventiladores en la parte derecha,
según se mira a la pantalla, y en la de la izquierda, frente a
Correos en verano, el acomodador solía abrir los ventanales para que
entrara el fresco por entre medio de los grandes cortinajes, y la
verdad es que el único fresco que entraba era un tío de Cabrerizas,
que se colaba de rondón, por toda la jeta, como si tal cosa. También
estaba a la entrada de la sala “la fila de los mancos” donde las
parejas, a oscuras palpándose por todos los recovecos de sus
cuerpos, se pegaban sus buenos lotes, saliendo al final de la
función: ellas, rojas como la grana en sus lindas e “inocentes”
caritas; y ellos, insatisfechos, con un dolor en salva sea la parte,
que
por pudor no menciono; y con el
clásico color de “peo mona” en el rostro cabreado.
Las tres “lúas”
(ptas) que me daba mi madre eran: 2´50 para el gallinero, o la
cazuela como decía mi padre, y los dos reales restantes para pipas,
o un polo de la calle Marina, frente al Parque.
A la salida, como una
obligación que se debía cumplir, era el habitual garbeo por la
Avenida: acera desde el Canarias hasta el Acueducto, y cruzando a la
Levantina, hasta el Banco Español de Crédito, o al Metropol. A
veces nos pasábamos al centro de la calzada. Así hasta la hora del
toque de retreta, que era cuando los soldados salían zumbando para
sus distintos cuarteles. Entonces la Avenida se quedaba medio vacía,
y cada mochuelo a su olivo. Hay que recordar que entonces la Avenida,
era cortada al tráfico rodado, convirtiéndose en una gran alameda
de paseantes de todas las edades.
Si me lo permiten este
humilde poemita, como muchos otros, lo escribí, en una plácida
noche de verano, mientras hacía guardia en la “Desinfección
Vizcaya”, junto a la playa de la Hípica.
“La Avenida tiene un
encanto,
que las muchachas lucen.
A la salida del cine,
el paseo es obligado,
en las tardes de domingo.
Chula e insolente,
la vigilancia militar
observa quieta,
mientras ellas se saludan
cien veces,
hasta el Toque de
Retreta.”
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