30 mayo 2006

La Leyenda del Vino

“LA LEYENDA DEL VINO”
Ojeando por enésima vez a Diego Ceano en su “Historia y Chascarrillos Malagueños”, leo uno de sus artículos titulado: “La Leyenda del Vino”, que mucha gente debiera leerlo porque, aparte de ser simpático y sentimental, es muy didáctico.  Dice Ceano que encontrábanse en una de esas tabernas donde algunos parroquianos de nariz afresada, andares vacilantes, cada tarde rendían tributo al gran Baco y excesivo culto al “mollate”.  La taberna lucía generalmente el mismo escenario, donde las paredes amarillentas nadie sabía su color original.  Las botellas depositadas en los estantes estaban vacías y llenas de polvo y telarañas, y junto a éstas habían otras muy brillantes por el uso llenas de licores baratos. El mostrador era de madera con olor a lejía donde se podía ver unos números pintados de tiza, que eran las cantidades que los parroquianos debían abonar por sus consumiciones. El tabernero era gordinflón y peludo, con las mejillas coloradas, vistiendo una camiseta sucia llena de lamparones.  La rutina se vio interrumpida al entrar en el local un anciano, que pese a ser un mes caluroso llevaba un traje oscuro con chaleco, camisa, corbata ajada y tocado con un sombrero de fieltro marrón, con manchas de sudor a lo largo de su circunferencia.  Al llegar al mostrador, sin más, pidió un “blanco”.  En esto uno de los clientes, por su desocupación y aburrimiento le preguntó: -¿Abuelo, no hace mucho calor para llevar todavía el traje?-. El anciano que los conocía a todos se acercó y contestó: -La verdad es que sí, pero es lo único que poseo-.  -No me va  usted a decir que tantos años de maestro de escuela no tiene usted ahorrado algún dinerillo-.  –Los tuve… pocos, pero los tuve y también tuve casa y mujer que me cuidaba, y amigos también tuve…. y se fueron-. – ¿Pero que le pasó?-, preguntó intrigado el contertulio. –El vino, mi afición a la bebida hizo que lo perdiera todo, hasta el respeto, hasta mi propia estima-. El otro contestó:-Por eso hay que tener cuidado con la bebida, y se lo dice uno que sabe lo que habla-.  El anciano sabía que aquellos hombres eran con toda seguridad de su misma “cofradía”, aunque ellos no lo admitieran. – ¿Entonces ustedes no han padecido la maldición del pavo, del león, del mono y del cerdo?-, preguntó el antiguo maestro de escuela.  Empezó a contarle una leyenda que según decía que todos los que abusaban del néctar de las viñas, cayeran en la maldición: - Tras la inundación del Diluvio, el viejo Noé se encontraba en tierra firme plantando un viñedo al que prodigaba excesivo cuidado. El diablo celoso de Noé porque no la hacía caso decidió vengarse. Así cuando la viña estuvo plantada, el diablo la regó con sangre de un pavo real. Cuando al tiempo le brotaron las primeras hojas las volvió a regar con sangre de mono. Cuando los racimos de uvas comenzaron a solazarse con los rayos del sol mañanero, volvió el diablo y las regó con sangre de león, y cuando las uvas se encontraban maduras las regó con sangre de cerdo.  Con esto, el diablo se vengó de Noé, haciendo desde entonces que el que bebiera vino, sintiera con su primer vaso, la alegría y la vivacidad de un pavo real; al segundo vaso, cuando el vino comienza a subirse a la cabeza, empezaría a hacer muecas y rarezas como un mono; al tercer vaso, el vino les pondría agresivos como leones, y con el cuarto vaso, el bebedor se convertiría en un verdadero cerdo, cayendo dormido sobre sus miserias-.  Aquélla leyenda no fue del gusto de los contertulios, que prefirieron dejar la bebida para otro día y levantándose salieron, tal vez, para no acabar como el cerdo de la leyenda.
     A todos los dipsómanos que creen que no lo son.

                                        Juan J. Aranda
                                        Málaga mayo 2006

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