24 diciembre 2006

Feliz Navidad

FELIZ NAVIDAD
Otro año más el tiempo, en su continuo y armonioso rodar nos trae los días en que conmemoramos el Nacimiento del Niño Jesús. Otra vez las vacaciones con el remanso de seguridad y de paz en contraste con la agitación callejera de compras impulsivas de regalos que algunos se quedan obsoletos de un año para otro. Los que viven fuera retornan al lado de los suyos, recibidos con alegría. La emoción de desamparo que sienten muchas personas al ver los balcones y ventanas iluminados estas noches al pasar por una calle desierta y hostil en una ciudad extraña. En algunos hogares los “belenes”, con las figuritas de años anteriores, con el papel de orillo del agua de un río donde María lavaba los pañales de su hijo. En un rincón principal de la casa, el árbol de Navidad engalanado con toda clase de figuritas y de regalos. Las zambombas, los panderos y sonajas haciendo de acompañamiento a los villancicos que toda la familia canta alrededor de la mesa. Éstas, desde la más lujosa hasta la más humilde, se llenan de los manjares más diversos, y sobre todo de los propios de estos días. Antes, en mis tiempos de chavea, en algunos hogares se podía comer pavo, que tu madre compraba en el Polígono en el mes de septiembre y engordaba en el patio de tu casa hasta que el día 24 se le cortaba el gaznate y sirviera de jala en la mesa. En otros hogares era un pollo o una gallina, auténticas víctimas, junto con el pavo, de estas fiestas. Entonces éstas no eran tan pantagruélicas como lo son en la actualidad.
Don Julio Moreno, nuestro maestro de música, en el Mantelete, desde primeros de noviembre nos hacía ensayar los villancicos que a mediados de diciembre cantábamos en muchos centros oficiales, como la Casa Sindical, el Gobierno Militar o el Ayuntamiento. También acudíamos a cantar al colegio de los Hermanos de la Salle y al del Buen Consejo, pero a los públicos (de balde) exceptuando el de Ataque Seco, ninguno disfrutaba de nuestras voces, y digo disfrutar porque la verdad es que lo hacíamos muy bien.
Las pastorales eran lo más típico; entonces se podían ver grupos de gente de todas las edades, donde el más gordo manejaba una gigantesca zambomba, que más bien parecía el tiesto de una gran maceta de cualquier portal. El que manejaba el triángulo se las daba de director de la pastoral, y quienes tocaban los panderos y rascaban las botellas de Anís del Mono solían ser las muchachas. El que llevaba el botijo del agua para el carrizo de la zambomba era el niño, el chaveílla que quería estar en el grupo hasta que se encerraban en sus casas, cosa que jamás ocurría, porque apenas visitaban a dos familias, el pobrecillo caía rendido en brazos de su hermana o de algún otro acompañante.
Desde éstas humildes líneas, y en recuerdo de aquéllos años, a toda persona que me lea, como siempre digo: Reciban un cordial saludo, pero éste que sea acompañado del deseo de que Sean Felices en estos días tan entrañables.
Juan J. Aranda
Málaga diciembre 2006

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