24 diciembre 2006

Reflexiones sin acedera

REFLEXIONES SIN ACEDERA
Don Miguel de Unamuno en una de sus notas sobre un libro que iba a escribir sobre la Guerra Civil y titulado: “El resentimiento trágico de la vida”, escribe: “El que una horda de locos energúmenos, de desesperados, mate a un número de ricos sin razón alguna, por bestialidad, no me parece tan grave como que unos señoritos saquen a un profesor de su casa, con una orden militar, y le asesinen por suponerle,…..masón”. Yo creo que leer es bueno para la salud y para la convivencia. Algunos se jactan y alardean de lo que escriben y otros solo presumen de lo que leen, ya que un libro o un periódico son como un par de zapatos cómodos con los que andas a gusto; pero si llevan el color del traje de monsieur Jean B. Poquelín (Moliére) cuando la palmó en el escenario, y te hacen sobaduras en tus pensamientos lo mejor es llevarlos a la horma de tu mente o colocarte unas tiritas en las heridas porque toda lectura, sea la que sea, sirve para modelar nuestras almas calladas, y sopesarlas con objetividad. Algunos cuando escriben suelen esconder sus “peludas” orejas de “Platero” llenas de intransigencia en la falacia más absurda; y solo para que sus palmeros serviles descompasados digan de él: “qué bueno es el tío, cómo ha puesto a esos rojos de mierda”; cuando solo ha empleado una palabrería sonora, peyorativa, demagógica y chauvinista, despotricando de todo de lo que él no cree. Hay veces que cuando una persona desea llevarse a su casa toda la razón, la suya y la de los demás, lo que debiera hacer es retirarse a un desierto para estar a sus anchas con su “sabia razón”; y de paso que lo barran. Aunque a estas personas que se aplauden a si mismo, ya se sabe que no les importa que le silben los demás. Ellos van a lo suyo, sin importarles un carajo la opinión de nadie, cuando todo el mundo sabe que nada hay más pamplinoso que hablar en plan pamplinoso, ni nada más jocoso que hablar en plan guasón de aquello que nadie sospecharía que lo fuera. Yo le llamo el arte de darle al lenguaje, escrito o hablado, energía suficiente para deleitar, persuadir o conmover al lector; más o menos lo que todos conocemos como retórica (cachonda, digo yo). Algunos políticos son verdaderos artistas en la materia, y si no fíjense cuando hacen una coalición entre dos partidos irreconciliables, que es como llevar el zapato derecho en el pie izquierdo y el izquierdo en el pie derecho sin que les salgan ni un callo. Pero esta gente de cachonda no tiene nada; lo que está es llena de un resentimiento interno que buena falta les hace echarlo fuera con elegancia, y si me lo permiten creo se pasaría bebiendo grandes cantidades de democracia, una pizca de humildad y otra de modestia; en fin, esas cosas que sientan tan requetebién cuando uno se dispone a caer en los brazos de Morfeo por las noches.

Contador de visitas