24 diciembre 2006

Una historia del habla malagueña

UNA HISTORIA DEL HABLA MALAGUEÑA
Estas historias las leí hace un par de años en un libro de chascarrillos malagueños, que muy bien pudo haber ocurrido en nuestra ciudad, ya que algunas palabras que se hablan aquí, herencia de nuestros abuelos, se pronuncian en la otra orilla.
En una casa malagueña se encontraban dos mujeres merendando en la cocina; una era la anfitriona y la otra una señora forastera, de un pueblo de Castilla. En la mesa había un suculento bizcocho, como los que acostumbra a confeccionar mi mujer, Ana. Entre la charla la forastera se deshizo en elogios sobre las cualidades del bizcocho que la anfitriona le obsequiaba. Aquélla le pidió la receta de tan suculento dulce porque ella también deseaba hacerlo en su casa para su familia. La anfitriona, muy amable, se dispuso a dictarle los artículos que componían el bizcocho: tanto de harina, tanto de aceite, de agua, de huevos, etc.; y de azúcar la que admita. Todo esto se lo dijo lógicamente en un correcto y cerrado acento malagueño. Días más tarde la señora que se llevó la receta volvió a la casa de su amiga, comentándole que no había podido hacer el pastel porque uno de los ingredientes no lo había encontrado en ninguna tienda, preguntándole donde podía comprarlo. El ingrediente en cuestión era el azúcar “La Carmita”. La malagueña primero se extrañó y luego dándose cuenta del error se rió de buena gana diciéndole: “Que no mué, que ezo no e una marca d´azúca, lo que yo te dije e que le pusiera la azúca c,armita (es decir la azúcar que admita).
Otra historia es la de una inglesa, estudiante, que intercambió con otra española, malagueña, la residencia y el hogar. La madre de la malagueña, apenas acomodó a la inglesita en la habitación de su hija, le recomendó que mirara por el agua, o sea que gastara lo imprescindible, ya que la sequía aquél año fue catastrófica. Y a la hora de la cena y viendo que la invitada tardaba mucho en acudir al comedor, la señora fue a la habitación donde se encontraba la forastera viéndola con un vaso lleno de agua y mirando a través de él. Cuando se deshizo el error la pobre chica dijo que se había tirado toda la tarde mirando el agua, creyendo que sería por algo extraordinario.
Y yo digo: Bendita idiosincrasia malagueña, con su habla tan peculiar.

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