08 junio 2006

Los añorados estampidos de un antiguo cañón

LOS AÑORADOS ESTAMPIDOS DE UN ANTIGUO CAÑÓN

Imagino que muchos antiguos vecinos de Ataque Seco, de las calles de Castellón y Duque de la Torre (actual Teruel), se acordarán del antiguo cañón que a las doce en punto del mediodía disparaba su ración de estropajo, y que muchos niños de entonces esperábamos con impaciencia junto a la alambrada de la Batería de Costa. Había días en que los soldados, todos pelones, y algunos con muy mala leche, nos hacían guerrillas desde el otro lado de la alambrada y claro nosotros les respondíamos con nuestra munición: las piedras, que algunas llegaban a la altura del viejo cañón. Este cañonazo quedó como “memoria histórica” de aquéllos disparados que los libertos del antiguo penal debían respetar para la entrada y salida del mismo para sus quehaceres agrícolas diarios en los alrededores de la Plaza. En aquéllos años para los que vestíamos pantalón corto era una apuesta el correr en busca de la estopa, que donde ésta caía, que solía ser muy cerca de la alambrada, el más listo se hacía con el “paquetón”, aun con olor a pólvora, para llevárselo a su madre, o vecinas para que con él fregaran los cacharros de cocina. A mi madre le gustaba más comprar sus rollos de estropajo en la tienda de la señora Esperanza, en la calle Duque esquina con el Callejón del Aceitero. Por cierto que a éste callejón lo han dejado tan estrecho que más bien parece un pasadizo con escaleras. Todo esto que rememoro, con mucho cariño hacia mis amigos coetáneos de aquéllos felices años sobre el antiguo cañonazo de las doce, es porque he leído que algunos vecinos de las viviendas de Ataque Seco se han quejado del ruido que hicieron los disparos al finalizar las actividades del Día de las Fuerzas Armadas. No sé el número de cañonazos que dispararon ese día pero estoy seguro que el año que viene se hará en el sitio adecuado para que los vecinos queden tranquilos. Lo que sí les digo es que cuando se escuchaba aquél trueno en plena canícula, sin tener que ir al colegio, y con el desayuno digerido hacía horas, era para que muchos chaveas nos perdiéramos por las rocas del “Agarraero” (actual incineradora); por la “Piedra Ahogá” y la “Poza de la Vieja”, ya desaparecidas. Lugares que ya se han perdido por las edificaciones cercanas al Cementerio, la Alcazaba, los Fuertes Victoria Chica y Victoria Grande. Desde el acantilado de los dos Victorias se podía transitar a través de una de sus minas hacia las dos bocas de entrada que existían en el Frontón del Parque de Lobera, que nuestro poeta Eladio Algarra y este que les escribe comentábamos hace pocos días en qué paredes del frontón están situadas esas entradas; por supuesto ya tapiadas. A un banco hecho a pico y pala por los antiguos penados en medio del oscuro laberinto le llamaban: “La Sillita de la Reina”; al pozo, especie de bombillo horadado en el suelo del pasadizo, donde se escuchaba el ruido de las olas rompiendo en las rocas del fondo, se le bautizó: “Foso de la Muerte”, nombres que los niños pronunciábamos con temor, por el peligro que ello entrañaba. Siempre me ha llenado la curiosidad si esos pasadizos o minas que recorren el suelo de esos fuertes fueron escenarios donde el cabo de las “Compañías Fijas”, Alonso Martín Sánchez, se cubrió de gloria el 9 de enero de 1775, que junto a doce desterrados lograron rechazar un ataque de los fronterizos. Fue ascendido a Sargento y los desterrados liberados en la totalidad de sus penas. El 8 de julio de 1804 murió con el grado de Capitán de la Primera Compañía Fija. La calle donde está rotulado su nombre es la situada paralela a las de otros héroes como Antonio Falcón, Teniente de Artillería que cayó en el Fuerte de San Antonio (1774-1775); y Pedro Segura, Cabo que defendió con valor el Fuerte de Santiago en 1679, pereciendo con 25 de sus compañeros.
Reciban un cordial saludo.
Juan J. Aranda
Málaga junio de 2006

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