20 diciembre 2016

OLOR, COLOR Y SABOR


Como antaño decía el dicho popular: “Tres cosas tiene Melilla, que no las tiene Madrid: el Poniente, el Levante y el Telegrama del Rif”. Bueno pues, aparte de esas tres cosas, yo defino a mi ciudad, mezclando, como los grandes cocineros sus guisos, por el Olor, el Color y el Sabor.
Por el Olor que siempre ha existido en sus parques Hernández y Lobera, desde que los construyeron. El del General D. Venancio, tan llano y limpio siempre, con las alamedas de rosales, que muchos acortan su belleza, para meterla en un vaso de agua donde, finalmente sus pétalos secos quedan petrificados en las páginas de cualquier libro. También el de D. Cándido, segundo pulmón de la ciudad, con sus parterres, rindiéndose a los pies de la frondosidad y quietud de sus árboles. También los centenarios eucaliptos de la plaza de Torres Quevedo.
Recuerdo el Olor del pinar de Rostro Gordo, parecido a una invisible llave regulando el oxígeno que, junto a sus parques, se respira en la ciudad. Y si bajamos por Cabrerizas y Cuesta de la Viña, al río de la Olla (Rastro), se impregnaba el aroma de la hierbabuena y al té de los cafetines, mezclados con el humo del kif, fumado en largas pipas. Allí se podían leer los carteles de los bares: “La Maja” y “El Mortero”, en sendas esquinas del edificio cuadrilongo, junto al Olor de las verduras, y frutas del día, en humildes tenderetes, traídas por pequeños borriquillos, que después de su venta, volvían con sus dueños despatarrados en sus lomos. La tienda-trapería de Bonilla, donde se vendía desde una aguja de hacer punto, una vieja, y oxidada, romana para pesar, hasta una lavativa desportillada, con su grifito y su goma agrietada. Los zapateros del Rastro, casi todos judíos, oliendo a cuero y a goma de viejas ruedas de coches, que usaban para las medias suelas de viejos zapatos. Alberto, hombre alto y fuerte, buen judío, y su hijo del mismo nombre, lateros-lañadores, con su tenderete junto a la carbonería de Pepe, que hacían jarritos de lata recomponiendo ollas, que se rompían apenas se hacían dos guisos en las antiguas hornillas de carbón. El Olor es el que sube por los torreones que circundan el Pueblo, al asomarte por el Bonete, queriendo ver la otra orilla, y solo divisas la esperanza de que nuestra Madre Patria está allí, en tu mirada de un hijo que la quiere.
El Color negruzco y salitrero de la “Piedrahogá”, isleta preñada de mejillones en punta, que saludaba al Cementerio. El Color añil de nuestro mar, a veces arañando con fuerza los acantilados, y otras lamiéndolos, como un animalillo hambriento de teta materna, en los besos que desprenden las olas con sus ojos blancos de espuma, en las playas de los Cárabos y San Lorenzo.
El Color del sol cuando se derrama haciendo cascada luminosa, como el del alba, con la majestad del Gurugú, que nuestro Soldado en su solemne mirada, constantemente hace guardia en la Plaza de España; montaña que Marte la vistió varias veces de negro luto por nuestros Héroes caídos, que la diosa Niké, convertida en su “Ángel de Bronce”, los guarda en La Purísima con el celo de su perenne amor patrio.
Desde las alturas de Cabrerizas, María Cristina, Barrio de la Victoria y Ataque Seco, se observa el Color de la Melilla inmóvil en sus calles y plazas, como un “la”, huyendo de la campana de un oboe, en compañía del “sí” de una viola, quedando ambos suspendidos en el aire azul, como su bandera.
El Sabor, aunque abstracto, lo puede notar quien la ame y la sienta con el alma de español. No es el Sabor físico como el de un plato bien condimentado, es el tempero y sazón, de ver sus calles sin laberintos, sumergidas en el modernismo de sus edificios, en los barrios construidos a cordel, como me decía un venerable anciano, amante de la ciudad que lo acogió en su niñez. Es el Sabor de nuestra cultura europea, crisol de nuestra idiosincrasia peninsular desde hace más de cinco siglos.
El Olor al asperón de los túneles silenciosos, que visitábamos en nuestra inconsciente niñez, sin ver el peligro que entrañaban las minas y bóvedas oscuras, horadadas hace siglos por los penados, y guardianes de la Plaza. A estos guardianes y próceres, Melilla los honra agradecida bautizando sus calles con sus gloriosos nombres. Se puede saborear la historia de sus proezas con solo leer el nombre del Mariscal Sherlok en una de las calles del Polígono, enviado a Melilla para la defensa del famoso Sitio (1774-1775); el de Miguel Zazo, Teniente que ofreció su vida en 1779, en defensa de la Plaza; López Moreno, Carlos de Arellano, y muchos civiles, como Cándido Lobera, militar y fundador de la prensa escrita; y el del insigne arquitecto Enrique Nieto, proyectista de muchos de los bellos edificios modernistas que configuran la ciudad siendo, faltando a la modestia, el orgullo y la envidia de muchos arquitectos.
Quedándose todos en la orilla de nuestra memoria, para la posteridad en la ciudad, deben disculpar: no lo puedo remediar, que cada vez que reflejo algo de mi ciudad en un papel, siento un profundo sentimiento romántico en el recuerdo. Muchos amigos me dicen que poseo un manantial que nunca deja de brotar españolidad, y amor por Melilla y sus Héroes. Puede que así sea.


06 diciembre 2016

LA TRAGEDIA DEL "CONCHA"

Leyendo el libro: “La Marina de Guerra en África”, de Eduardo Quintana Martínez, ex-Director del “Diario de San Fernando”, y ex-Corresponsal de guerra en África; y Juan Llabrés Bernal, Académico correspondiente de la Real de la Historia y Publicista Naval; en el que se pueden leer los emocionantes relatos sobre las Campañas del Jolot y ocupación de Tetuán (1915-1925); La Tragedia del “Concha” (1915); El Desastre y la Reconquista (1921-1924); el Desembarco de Alhucemas (1925); Campaña de 1926-1927); y La Pacificación. Obra premiada por el Ayuntamiento de Madrid en el Certamen Nacional del 31.03.1928. Editado por la Compañía Iberoamericana de Publicaciones, S. A. Librería Fernando de Fe. Madrid. Obra está dedicada: “Al Excmo Sr. Ministro de Marina, D. Honorio Cornejo Carvajal, Vicealmirante de la Armada, en testimonio de admiración al heroísmo y sacrificio de nuestra Marina de Guerra. Los Autores. Madrid, octubre 1928”.
Humildemente he creído que en la actualidad, después de 113 años que ocurrió aquella tragedia, debe ser conocida por los lectores de este Diario.
LA TRAGEDIA DEL CONCHA” dice así:
Alternaba en 1913 el viejo cañonero General Concha en los servicios de vigilancia y represión del contrabando con el de guardapesca en aguas de Algeciras. De este puerto salió el 3 de junio para Gibraltar, llevando a su bordo al General del Campo, Muñoz Cobo, que pasaba a dicha plaza con
motivo de celebrarse el cumpleaños del Rey Jorge V de Inglaterra. Marchó después el buque a Málaga para repostarse de carbón, y en su viaje de regreso a Algeciras, le sorprendió tan fuerte temporal que se vio obligado a buscar refugio en la ensenada de Almuñécar. Calmado el tiempo, se hizo nuevamente a la mar con rumbo a Alhucemas, a las 23 horas del día 10 de junio. Navegaba el Concha con las debidas precauciones que reclamaban la obscuridad de la noche y densa niebla que le envolvió a poco de emprender el viaje, cuando a las siete y cuarenta minutos del 2º día, fué a embarrancar sobre la costa de África en unos arrecifes de la playa de Busicú, cábila de Bocoya, a unas cinco millas de distancia de la Bahía de Alhucemas, y cuando se creía muy próximo ya a dicha bahía. Las fuertes corrientes que en el Estrecho se desarrollan, habían variado su rumbo arrastrando al cañonero, ciego en medio de la espesa niebla, hacia el peligro.
Cuando el 2º Contramaestre D. José Bendala Díaz, que fué prisionero de los moros, recobró su libertad, entre las muchas cosas que nos dijo, relató así la varadura de su buque:
Iban en el puente el Comandante, Capitán de Corbeta D. Emiliano Castaño y el Alférez de Navío D. Luis Felipe Lazaga, como oficial de guardia. Yo, en la proa, vigilaba con gran atención, en medio de la niebla, que intensísima, nos envolvía por completo. Todo iba bien a bordo, cuando de pronto divisé unas rocas no muy lejos del barco. Grité con toda mi alma: ¡Atrás a toda fuerza!, aviso que repetí por dos veces y que el Comandante, dándose perfectamente cuenta del peligro, secundó inmediatamente haciendo funcionar el telégrafo de máquinas. Por desgracia, por muy pronto que la máquina cambió de marcha no hubo tiempo bastante para contrarrestar la arrancada que llevaba el buque, que fué a empotrarse violentamente en los acantilados de la más maldita costa marroquí”.
Nos atenemos a esta referencia, por ser irrecusable y coincidir con la de otros náufragos de distintas categorías, como asimismo con la versión oficial, y seguimos en este relato las manifestaciones de los supervivientes del Concha, que pocos días después de la catástrofe, recogimos de sus labios y publicamos en el Diario de San Fernando.
El buque quedó aprisionado entre las rocas con la proa hacia hacia la costa, adoptando en el acto su comandante las disposiciones convenientes, fondeando un ancla por la popa para espiarse (atoar), a fin de sacar el barco a flote, resultando infructuoso todo esfuerzo. Entonces, a las 8,30, destacó un bote convenientemente armado, al mando del Alférez Lazaga, para que fuese en busca de auxilio a Alhucemas, mientras parte de la tripulación procuraba taponar la vía de agua, que en seguida anegó la despensa, pañoles, caja de cadenas y departamentos de proa.
Cuando Castaño vio que eran ineficaces sus trabajos para poner a flote el cañonero, embarcó en el bote chinchorro para reconocer exteriormente las averías de aquél. En este momento llegó a nado un
morito de Bocoya, que fingiéndose de la policía mora le dió todo género de seguridades sobre la actitud de los indígenas que habían acudido a la playa.
Aquel moro era un traidor. Cuando la niebla empezó a disiparse, las crestas de los acanti1ados de la costa y las alturas que dominaban el barco, aparecían coronadas de rifeños, que rompieron por descargas vivo fuego de fusil, contra el buque náufrago, mientras los que estaban más próximos comenzaron a arrojar sobre él enormes piedras.
Cayó muerto el marinero José Piñeiro, repostero del comandante, y herido en el antebrazo y brazo derecho el Alférez de Navío D. Rafael Ramos Izquierdo, siguiendo a estas otras víctimas inmoladas en aras del deber. Ante la agresión salvaje e inopinada de los indígenas, la dotación del Concha aprestóse prontamente a la defensa, serena y valiente. ¡Vano empeño estrellado contra su propia impotencia dada su situación desventajosa!.
Con desprecio de su vida, el 2º Condestable, D. Pedro Muiños San Martín se dirigió al cañón de popa seguido del Artillero Eugenio Benítez, y Cabo de Cañón Francisco García Benedicto, y cuando bajo una verdadera lluvia de balas intentaba desenfundarlo fué herido mortalmente, exclamando al caer: “¡Viva España! ¡Murió Pedro Muiños!”, frase ésta que en broma tenía por costumbre repetir. Muerto resultó también el Artillero Benítez, y herido el Cabo de Cañón y otros marineros. El fuego enemigo arreciaba por momentos.
Al salir de la cámara de oficiales, el cabo de cañón Ramón Salazar, tres proyectiles le dejaron inerte; el primer maquinista, jefe de máquinas, D. Antonio Paredes Perín se desplomó mortalmente herido de dos balazos al pretender subir a cubierta.
El mayordomo José Gómez Martín desde un portillo de luz de la cámara de máquinas hizo fuego sin descanso sobre cuantos moros acercaban al costado del Concha, matando a varios de ellos. Hasta que resultó herido en el brazo, disparó su fusil el cabo de cañón Francisco López Foncuberta.
El 2º Practicante D. Manuel Quignón Lubano, trasladó el botiquín a la cámara de oficiales, siendo el primer herido que curó el Alférez de Navío Ramos Izquierdo. Allí fué alojando a los heridos que por su estado no podían volver al combate, para recoger y transportar a los cuáles, arrollóse al cuerpo una colchoneta con cuya improvisada defensa recorrió el buque distintas veces, recibiendo varios impactos sin que le causaran daño alguno.
Próximamente a las doce y media de la tarde, ebrios de sangre y ansiosos de botín se lanzaron los moros al asalto del Concha. Los siete primeros, que entrando por los escobenes intentaron hollar el sollado de proa, fueron muertos por sus defensores, aquellos bravos y arrojados marineros, que armados sólo de barras, palos y de cuantos objetos pudieron recoger, escribieron una nueva página de heroísmo en los anales de Marina Patria, pero invadido por los numerosos enemigos que bajaban por las escotillas, entablóse en la penumbra del sollado una lucha furiosa y encarnizada.
El marinero preferente Alarcón, y sus compañeros, Luciano Azcorra y Alejo Nascales, defendiéronse desesperadamente cuerpo a cuerpo, más herido de bala el primero y arrollados por el número y amarrados por los cabileños los otros dos, fueron fiera y cobardemente acuchillados.
Eran estos héroes dos hijos de Lequeitio, cuyos pescadores han sabido honrar y conmemorar para siempre la noble conducta de sus hermanos.
Los que no fueron muertos o heridos fueron sacados a cubierta y arrastrados hacia el castillo, con objeto de hacerlos prisioneros. En este momento el comandante del Concha, D. Emiliano Castaño, seguido del Alférez Ramos Izquierdo y de un grupo de marineros, cargó hacia proa haciendo vivo fuego. Cayeron en el choque combatientes de uno y otro bando ... Y Castaño, cuando revólver en mano al frente de sus hombres les arengaba, gritándoles: ¡Adelante hijos míos!, ¡Viva España!, rodó sin vida sobre cubierta, herido mortalmente de dos balazos en la frente y otros en el tronco. Los rasgos de valor sucediéronse en aquella lucha épica en cubierta, en los corredores, en las escotillas donde los moros que intentaban descender eran briosamente rechazados... ¡Cuadro glorioso, formidable, dorado por el sol africano que prestó aquel día mayor grandeza a la agonía sangrienta de uno de los buques de la vieja España!.
El gesto heroico de la dotación del cañonero consiguió arrojar a los moros de a bordo, aprovechando los momentos de lucha, los supervivientes del sollado de proa que se hallaban en su poder para abrirse paso y unirse a sus compañeros de popa, a excepción del Contramaestre, Fernández Lucero y un marinero, que fueron llevados a tierra prisioneros. Resultaron entonces algunos heridos, entre ellos el oficia Quevedo, que recibió un balazo en el cuello.
Muerto el Comandante, asumió entonces el mando del buque el Alférez de Navío más antiguo, D. Rafael Ramos Izquierdo y Gener, herido como hemos dicho (pues el 2º Comandante del Concha se
hallaba en Cádiz en uso de licencia), sosteniendo durante cerca de catorce horas la defensa del cañonero, mientras éste se hundía por momentos a consecuencia de las dos vías de agua que tenía en el casco.
Después que en Alhucemas notició el Alférez Lazaga lo ocurrido, volvió al lugar del siniestro remolcado el bote por la lancha Rubí que conducía al Coronel de Estado Mayor D. Emilio Barreda. En el trayecto encontraron al vapor mercante Vicente Sáenz, al que transbordaron.
Cuando este buque llegó al lugar donde se hallaba el barco encallado, el fuego de los bocoyas era nutridísimo. Los tripulantes del Concha defendíanse desde las escotillas, tendidos sobre los trancaniles, haciendo fuego por las falucheras, por 1as portillas de luz de los camarotes; vendiendo caras sus vidas, cuya sangre ofrendaban nuestros marinos, una vez más, ante el Altar de la Patria.
En aquella cruenta lucha murieron también los marineros, José Postigo, José Ruiz Delgado, Francisco Peña y Francisco Oteyza. José Padilla, ayudante-carpintero, pereció ahogado.
A las dos y media de la tarde cesó el fuego, presentándose en la playa un grupo de cabileños que conducía al marinero Estenia Moaña, pidiendo parlamento. Concedido éste, el marinero entregó un papel escrito por el Contramaestre Lucero, en que decía que los indígenas, si se entregaba el barco, libertarían a los tres prisioneros y permitirían el salvamento de los tripulantes.
Rechazada tan absurda pretensión, abrieron de nuevo los moros nutrido fuego contra el buque.
Desde las cuatro y media de la tarde hasta las seis (hora en que pasó el coronel Barreda a conferenciar con el moro Sibera, que estaba en la playa), suspendieron el tiroteo.
A esta hora se acercó al Concha una embarcación con indígenas que llevaban bandera blanca. Solicitaron de Ramos Izquierdo les entregara los moros muertos que había sobre cubierta, a cambio de no hacer fuego hasta que en los botes del cañonero se evacuaran nuestros muertos y heridos, prometiendo además, dejar salir del buque, sin ser hostilizados, a los tripulantes que autorizase el Comandante.
Accedió aquel valeroso oficial, entregándoles por la borda once cadáveres, y retirando del sitio en que se encontraban, hacia popa, los del Comandante, primer maquinista y dos marineros, y mal herido al marinero Estenia Moaña, que al entregar el papel de Fernández Lucero había quedado a bordo.
Cuando los traidores rifeños tuvieron en su embarcación a sus muertos (que, con siete que cayeron fuera del escobén, y tres que mató sobre la borda el marinero Carrillo, sumaban 21), rompieron nuevamente el fuego.
Uno de los primeros barcos de guerra que acudieron en auxilio del Concha fué el cañonero Lauria, que al lugar de la hecatombe llegó sobre las cinco y media de la tarde, situándose a 5oo metros de distancia, pero sin poder comunicar con el buque náufrago.
A las nueve de la noche, otra vez pidieron parlamento los indígenas, pretendiendo la entrega del armamento y municiones, ridícula demanda, a cuya negativa respondió desde tierra una verdadera lluvia de plomo que cayó sobre el cañonero, recibiendo Ramos Izquierdo un nuevo balazo en el brazo izquierdo, quedando por lo tanto inútil de los dos.
E1 Lauria maniobraba a aquella hora con las luces apagadas, en demanda del Concha; pero advertido el movimiento por los bocoyas, redoblaron sus descargas de fusilería.
Imposibilitado Ramos Izquierdo de poder comunicar con el Lauria, pidió dos voluntarios, que a nado dieran cuenta de lo que a bordo de su buque ocurría, y de lo insostenible de la situación. Como un sólo hombre, toda la dotación se ofreció a ello, aceptando el valeroso oficial el servicio de los fogoneros José Carrascosa Segura y Antonio González Maldonado, los cuales, a pesar del nutrido fuego y oscuridad reinante, lograron alcanzar el Lauria. Enterado su Comandante de que la dotación del buque náufrago iba a intentar su salvamento a nado, lanzó al agua el tercer bote mandado por el Alférez de Navío, D. Fernando Bastarreche, y el chinchorro que mandaba el contramaestre D. Cándido Taboada, a los cuales se unió el segundo, al mando del oficial D. Casimiro Carré, que con el Coronel Barreda parlamentaba con los moros.
Próxima la una de la madrugada del 12, agotados todos los recursos para rechazar a los asaltantes, inclinado el Concha de popa, quedaba sin medios de defensa, anegado por el agua que bañaba ya la cubierta. De acuerdo Ramos Izquierdo con el Oficial Quevedo y Contador del buque, inutilizó el armamento, arrojándolo a uno de los pañoles del cañonero que invadían ya los moros, y resuelto a no abandonar su barco más que por la fuerza, autorizó a sus tripulantes para salvarse a nado. El practicante Quignón, aprovechando un momento en que los moros parlamentaban con Izquierdo, había lanzado un bote al agua, embarcando en él a los heridos y saliendo a fuerza de remos en demanda del Lauria, siendo tiroteado por los rifeños al darse cuenta de su huida, y causándole nuevas bajas.
Entonces, en medio de la más completa oscuridad, arrojáronse al agua, en busca de los botes del Lauria muchos de los tripulantes del Concha. Recogió aquel buque dos oficiales y cincuenta marineros, de ellos 13 heridos, entre los que se encontraba el Alférez de Navío, D. Manuel Quevedo y Enríquez, resultando en el Lauria un marinero herido por el vivo fuego que se hizo al mismo y a los botes, que hasta la madrugada del 12 rivalizaron en salvar a los náufragos.
A las siete de la mañana de dicho día llegó al lugar del siniestro el Recalde y a las cuatro de la tarde el crucero Reina Regente.
Los últimos tripulantes que quedaron a bordo del buque náufrago fueron: el oficial Ramos Izquierdo, los Contramaestres, D. José Bendala (herido en la cara), D. Juan Mateo Hidalgo, el maquinista D. Antonio Casal Rugero, el aprendiz maquinista Fernando Castelló Navarrete, los fogoneros José Fernández Lagostera y Juan José Aragón, y los marineros José Picón y Ángel Barroso, que fueron hechos prisioneros por los indígenas. Al hacer el coronel Barreda negociaciones para su rescate, pidieron los moros 50.000 duros, más el barco, tal como se encontraba. El gobierno, desechando tan absurda pretensión, ordenó la destrucción del casco del Concha, que se efectuó el 13 por la artillería del Recalde, Lauria y crucero Reina Regente, disparando sobre el buque e indígenas que se hallaban a bordo, hasta dejarlo completamente destrozado. En el Reina Regente resultó herido leve un condestable por bala de fusil disparado de los acantilados de la costa.
¡¡Los heroicos defensores del Concha, muertos en el cumplimiento de su deber, tuvieron por sarcófago el montón informe de los restos del buque!!, mientras los supervivientes de aquella épica hazaña presenciaban conmovidos desde el Lauria el trágico fin del cañonero que con tanto denuedo defendieran.
Había sido construido este buque en Ferro! en 1883, contaba por tanto treinta años de existencia, era de hierro y desplegaba 518 toneladas. Medía 49 metros de eslora, 7,8o de manga y 4,74 de puntal.
Sus máquinas le imprimían una velocidad de 10 millas por hora y su armamento estaba constituido por cuatro cañones de 42 milímetros y tres ametralladoras. Su dotación, compuesta de 95 hombres, tuvo en el combate 16 muertos, de los cuales el marinero Ariza sucumbió en el cautiverio y el Cabo de Cañón Antonio Mesa y el Marinero Salvador Alcón fallecieron en el Hospital de Melilla, 17 heridos y 11 prisioneros, cuya suma es cerca de la mitad de la tripulación, de la que deben deducirse
los ocho marineros del bote que, al mando del Oficial Sr. Lazaga, fué a Alhucemas en demanda de auxilio y que, por lo tanto, no estaban a bordo durante la lucha.
El Comandante del Concha, D. Emiliano Castaño Hernández, contaba cuarenta y siete años, ingresó en la Armada en 1885 y en la guerra colonial había dado inequívocas pruebas de su pericia, de su valor y de su inteligencia.
La artillería del Concha fué inutilizada por su dotación antes de que cayera en poder del enemigo. Sobre el particular dió el Gobierno la siguiente nota oficiosa: “De la información practicada resulta que las ametralladoras del Concha quedaron inutilizadas y asimismo los cañones, según referencias fidedignas de los moros y las municiones quedaron bajo tres metros de agua y con dos cubiertas del buque encima, teniendo la seguridad de que los montajes y los frenos no pueden aprovecharse”.
El Contador D. Pablo Rodríguez Alonso salvó los caudales que en papel se custodiaban en la caja del cañonero.
Veamos ahora cómo tuvo lugar la liberación de los supervivientes del buque náufrago. Los prisioneros fueron recogidos el Alférez, Ramos Izquierdo, 3º maquinista Casal Rugero, 2º contramaestre, Juan Mateo, fogonero Fernández Lagostera y marinero Barroso, por nuestro confidente de Bocoya, El Harbí.
El moro Sivera, también confidente, recogió al cabo de fogoneros, Juan José Aragón, herido, y marineros José Picón Ruiz, herido de arma blanca y fuego, y a José Ariza González, que falleció el día 13 a consecuencia de las graves heridas recibidas.
Mahomed-ben-Iduch, del poblado de Axdir, en Beni-Urriaguel, recogió al Contramaestre, D. José Benclala y al aprendiz maquinista Castelló.
El curandero del mismo poblado tenía en su casa al Contramaestre, Fernández Lucero.
De los primeros en ser libertados fué el segundo maquinista, D. José Silva, que por haberse dado por desaparecido no figura entre los anteriores. A su llegada a San Fernando nos dijo: “No puedo precisar la hora. Era después de las doce de la noche, cuando nos lanzamos al agua el Alférez de Navío D. Manuel Quevedo, contador D. Pablo Rodríguez Alonso, mi compañero Eloy Sáenz y aprendiz maquinista Fernando Castelló. No sé cómo no nos vieron los moros, que en aquel momento, llevábanse al oficia1 Ramos Izquierdo y a otros camaradas.
Debo la existencia al salvavidas que me había puesto, pues bien pronto perdí el rumbo sin divisar al Lauria, que tenía las luces apagadas, ni a los botes de éste, dedicados a recoger a los náufragos.
Falto de fuerzas, corriendo el riesgo de caer en poder de los moros, me dirigí a la costa alejándome del Concha para evitar me alcanzasen los proyectiles de los moros. Poco antes de llegar a tierra perdí el conocimiento. Recuerdo, como un sueño, que estando tendido en la playa, dos moros me cogieron llevándome en vilo hacia el interior.
Estuve sin sentido tres días. La calentura y el delirio me embargaban y nada recuerdo. El 14, cuando volví a la vida me costó trabajo reconcentrar las ideas y evocar lo sucedido. Recordé haber sentido vagamente fuerte cañoneo: eran el Regente y el Recalde que destrozaban el Concha.
Aquel día (el 14) entró el moro que me tenía en su poder, demostrando alegría por verme restablecido. Dile una carta que llevó a Alhucemas el día 15, trayéndome otra del Gobernador de la Plaza tranquilizándome y remitiéndome víveres.
Uno de los hermanos de mi carcelero estaba herido, y se me ocurrió darle una carta para que lo curasen en Alhucemas, como así sucedió. Aquella misma noche, al regreso del bocoya se concertó mi fuga. A eso de las nueve del I7 salí de la casa vistiendo chilaba y escoltado por cuatro moros, caminando con grandes precauciones para no ser descubiertos. Al cabo de hora y media descendimos a una playa inmediata a Morro Nuevo, en donde embarcamos en un cárabo que allí había, conduciéndome a Alhucemas, a donde llegué a las doce y media”.
El aprendiz maquinista, Fernando Castelló fue también libertado espontáneamente por el moro que lo tenía prisionero, y conducido al Peñón, desde donde, con Silva, se trasladaron al Lauria, que los condujo luego a San Fernando.
Tanto en estas evasiones como en la del alférez Ramos Izquierdo y demás prisioneros, intervinieron, y fueron preparadas de común acuerdo entre el Gobernador Militar de Alhucemas, Teniente Coronel Gavilá, nuestro confidente El Harbí, el renegado español, Joaquín Ibáñez, y también el comerciante Sr. Ibancos.
Casi de igual o parecida manera a los anteriores fueron libertados el heroico oficial Sr. Ramos Izquierdo y los demás cautivos que con él estaban. He aquí cómo: El día 27, a eso de las siete de la mañana, El Harbí e Ibáñez levantaron a Ramos Izquierdo y a sus compañeros y dándoles varios canastos y diciéndoles que iban a coger higos salieron de la casa, marchando unas dos horas por montes, vegas y barranqueras. Desde una altura divisaron a mucha distancia al cañonero Recalde. Al fin llegaron a una playa situada al Oeste de Busicú. En lo alto existía un morabito, y en la playa una pequeña caseta donde se guarecían dos moros, guardianes de unos cárabos varados en la arena.
El Harbí y Joaquín Ibáñez enviaron a uno de aquellos indígenas a coger brevas, mientras los cautivos se bañaban. Cuando el bocoya desapareció los dos moros amigos dijeron a los prisioneros: “Pronto, vamos a echar un cárabo al agua”. El maquinista Casal Rugero, sin darse cuenta aún de que se trataba de una evasión en regla, experimentó la consiguiente emoción; pero repuesto en el acto, empujó al bote como los demás compañeros de infortunio, y en breves momentos, estuvo a flote la embarcación salvadora. Embarcaron los cautivos y sus dos salvadores y todos, incluso Ramos Izquierdo, a pesar de sus heridas, y de los ruegos de los demás cautivos, remaron febrilmente durante una hora de mortal ansiedad. Cuando de la playa se habían alejado no más de media milla, los moros, advertidos de la huida, salieron en su persecución a bordo de dos cárabos, desde los que les hicieron algunos disparos.
Avistados por el Recalde, navegó este buque en demanda de la fugitiva embarcación, recogiendo sus tripulantes. El momento fué solemne, conmovedor; Ramos Izquierdo pisó la cubierta vitoreando a España. Sus compañeros y el Comandante D. Antonio Morante, abrazáronle efusivamente, mientras los demás cautivos fueron igualmente agasajados y atendidos por todos sus camaradas.
El Recalde. con el cárabo a remolque, puso rumbo a Alhucemas. De allí se dirigió a Melilla, en donde anclaba a la una y media de la tarde del 27 de junio, en cuyo día fueron también libertados los Contramaestres Bendala y Fernández Lucero, y pocos días después los dos marineros que quedaban en poder de los moros.
En gracia a la brevedad omitimos otros muchos y no menos interesantes detalles relacionados con estas liberaciones.
Hay que advertir que no fueron nuestros marinos maltratados por los moros durante su corto cautiverio. Afortunadamente para los tripulantes del Concha no existía entonces en Axdir un malvado y sanguinario Abd-el-Krim. Ni se les interceptó su comunicación, ni cuantos medicamentos, ropas y víveres se les remitía del Peñón. En casa del moro La Yache, hermano de El Harbí, donde estuvo el Alférez de navío Ramos Izquierdo, al que curaban diariamente sus compañeros de infortunio, el Contramaestre Mateo, ayudado por el marinero Barroso, hacía la comida, consistente en sopa de pan o arroz, frito de gallina, huevos, café, etc.
El día 28 de junio llegaron los prisioneros a San Fernando, y en esta ciudad, nacida al calor de la Marina, cuyas glorias y vicisitudes le son propias, dispensó a los heroicos cautivos un recibimiento solemne y grandioso.
El Capitán General, Almirante Sánchez Lobatón, al descender del tren Ramos Izquierdo lo abrazó efusivamente en nombre de la Armada y de todos los compañeros del Apostadero. El público aplaudía y aclamaba a los bravos marinos, vítores a los cuales respondían con otros a España y al heroico D. Emiliano Castaño, Comandante del buque.
Ramos Izquierdo recibió de S. M. el Rey el siguiente despacho: “San Ildefonso. Palacio, 27.-16 h. Alférez de Navío Ramos Izquierdo. Comandancia de Marina de Málaga. Mi entusiasta felicitación por sereno valor mostrado en cumplimiento del deber y mi enhorabuena por rescate logrado. Deseo saber estado heridas.- Alfonso”.
Pero, ¿quién era el renegado español Joaquín Ibáñez Bellido, que intervino en el rescate de los cautivos del Concha?. Era natural de Teruel. Sentenciado por un delito de sangre a cadena perpetua, que cumplía en Alhucemas, una noche del año I904, tras catorce años de expiación, logró fugarse internándose en el campo moro, y allí contrajo matrimonio con una indígena, de la que tuvo cuatro hijos. Convertido en rifeño, su alma era española, y su único anhelo fué servir a la Patria en cuantas ocasiones se le presentaron, contrayendo sobresalientes méritos por los humanitarios servicios prestados durante la campaña.
Ramos Izquierdo se interesó por su indulto, abogó por él la prensa, y fué al fin conseguido de los poderes públicos. A la sazón contaba Ibáñez 47 años de edad y deseaba abrazar a su madre.
Meses después de la tragedia, en octubre del mismo año, recibió el Comandante General del Apostadero de Cádiz una comunicación del Presidente de la Cruz Roja de Melilla, notificándole que el miembro de aquella benemérita institución, el comerciante de Alhucemas, D. Antonio Ibancos, que tanto trabajara para la liberación de los prisioneros del Concha, auxiliado por el socio de la misma D. Eduardo Soto, Interventor de la Aduana; D. Ricardo Pacheco, profesor de instrucción primaria; D. Nicolás Romano, Aforador del Municipio; D. Eduardo Hidalgo, D. Marcelino Romano y D. José Heredia, valiéndose de moros amigos de Bocoya, y siguiendo las indicaciones de uno de ellos, logró rescatar y recoger de entre las rocas próximas a los despojos del cañonero 1os cadáveres de su heroico Comandante, Capitán de Corbeta, Castaño, del 1º Maquinista, D. Antonio Paredes y tres marineros, cuyos restos condujo al Peñón el día 8, dándoles cristiana sepultura.
En corroboración de cuanto llevamos dicho, he aquí algunos párrafos del parte de Campaña del Alférez de Navío D. Manuel Quevedo, relato oficial de la tragedia que por aquellos días conmovió a la opinión pública:
Al Excmo. Sr. Comandante General del Apostadero de Cádiz, el oficial que suscribe, que por estar prisionero el alférez de navío señor Ramos Izquierdo, es el único oficial de guerra que de los que estuvieron a bordo del Concha durante los sucesos del día 11 del presente mes, se encuentra en libertad, da cuenta de lo siguiente:
Poco después de haber salido de a bordo para Alhucemas el Alférez de Navío Lazaga, al mando de un bote armado, fué aumentando considerablemente el número de moros que había en la playa, dando muestras de desagrado por las maniobras que a bordo se efectuaban con el fin de salvar el buque, y empezaron a diseminarse en distintas direcciones por grupos más o menos numerosos, hacia las alturas que dominaban al barco. De pronto nos hicieron varias descargas, matando al marinero José Piñeiro e hiriendo en un brazo al alférez de navío Ramos Izquierdo. Ante dicha agresión ordenó el comandante que la gente que es taba a popa se armase, bajando para ello a las cámaras, donde con anterioridad había sido llevado todo el armamento para evitar que se mojase, a proa, y después, que sin disparar se apostasen algunos hombres en cubierta en los sitios de más resguardo, y otros en los portillos para observar los movimientos de los moros. Intentaron entonces algunos de ellos apoderarse del chinchorro que estaba al costado, viniendo para ello a nado; en vista de esto, se ordenó hacer fuego produciéndoles algunas bajas; se dispuso al mismo tiempo cubrir la artillería de popa, pero al cumplirse esta orden arreció el fuego de los moros, matando al condestable Muiños, e hiriendo a los sirvientes y a otros marineros que se hablaban en cubierta, por cuyo motivo mandó el comandante guarecerse en las cámaras. Mientras esto ocurría a popa, continuaban a proa, en el lugar de la avería, 8 o 10 hombres, dos contramaestres y el que suscribe, llevando a cabo los trabajos encaminados a contener las vías de agua que amenazaban inundar el buque. Fuera, los moros seguían haciendo un fuego tan nutrido y certero que no permitía a hombre alguno asomarse siquiera a cubierta, pues los que lo intentaban fueron desde luego muertos o heridos, motivo por el cual no era posible enviar armas y municiones a la gente que en el sollado trabajaba, ni que éstos fueran a unirse a la gente de popa, abandonando sus trabajos.
Así continuaron las cosas hasta después de medio día, en que una avalancha de moros asaltó el barco por la proa, yendo un gran número de ellos, por las escotillas al sollado.
Los que allí estábamos, armándonos con palos y los demás objetos que cada uno pudo recoger, nos defendimos; pero acorralados y arrollados por el número, los que no fueron muertos o heridos fuimos a viva fuerza sacados a cubierta y arrastrados hacia el castillo con ánimo de hacernos prisioneros.
En este momento el comandante, seguido del Alférez de Navío Izquierdo, ya herido, y de un grupo de marineros, arengándolos al grito de ¡Viva España!, cargó hacia proa haciendo fuego, consiguiendo así hacer huir a los moros de a bordo, momento que fué aprovechado por los que en su poder nos hallábamos para abrirnos paso entre ellos y unirnos a nuestros compañeros de popa, a excepción del Contramaestre Lucero y marinero Esterría, que fueron llevados a tierra. Al efectuar la incorporación a popa, hubo algunos heridos, entre ellos el que suscribe, que recibió un balazo en el cuello.
En la carga antes citada murió el Comandante y algunos de los que con él iban, hiriendo a otros. El resto volvió a ocupar los puestos que antes tenían.
Por muerte del Comandante asumió el mando el Alférez de Navío Izquierdo, quien dispuso se siguiese disparando solamente cuando pudieran ocasionar bajas al enemigo, y continuando en esta forma hasta eso de las tres de la tarde, que se presentó el marinero Esterría, que antes había sido llevado por los moros, trayendo un papel en el que los moros proponían la rendición del buque, permitiendo en cambio no hacer daño a la dotación y diciendo que, caso de no aceptar, volarían
el barco con dinamita.
El alférez de navío Izquierdo consultó la opinión del contador y del que suscribe, únicos oficiales que había a bordo, y por unanimidad opinaron que no debía rendirse el buque, sino persistir en su defensa, sin contestar siquiera a tal proposición y quedando a bordo el marinero Esterría.
Transcurrió el tiempo en la misma situación, sin cesar el tiroteo hasta que a las cinco de la tarde, próximamente, se notó que cesaba el fuego, viendo al mismo tiempo que un cañonero español, que resultó ser el Lauria, se aproximaba; al poco rato un bote de dicho cañonero se dirigió a la playa, de la que salía a su encuentro otro tripulado por moros, llevando ambos bandera blanca.
El bote moro, al pasar cerca del costado del Concha, manifestó que no se hiciese fuego, porque iban a parlamentar, y que comunicarían el resultado; pero que no permaneciera en cubierta más que el
capitán. A pesar de esta, al parecer suspensión de hostilidades, los moros hacían descargas al Cancha en cuanto alguien trataba de salir a cubierta, lo cual ocasionó algunas bajas.
Al regresar el bote moro manifestaron que iban a tierra a celebrar junta. Durante el tiempo transcurrido en el desarrollo de estos sucesos, el buque seguía sumergiéndose de popa, invadiendo ya el agua los pañoles de municiones.
Ya al amanecer, viendo que el buque seguía sumergiéndose por momentos, que continuaban los disparos, aunque con menos intensidad, sin tener noticias del resultado de las conferencias, y en vista de la imposibilidad de comunicar con el Lauria, se enviaron a nado dos fogoneros, González Maldonado y Carrascosa, que voluntariamente se prestaron para ir a dicho buque y poner en conocimiento de su comandante la situación en que nos hallábamos.
Entretanto el agua seguía aumentando y haciéndose imposible la permanencia en las cámaras; se subieron a cubierta los muertos y heridos y se arrojaron a los pañoles, ya inundados, el armamento y municiones que aquellos no podían ya utilizar.
También, y en presencia del contador y del que suscribe, abrió el Alférez de Navío, Izquierdo, la caja de plomo de señales de reconocimiento, quemando su contenido.
La noche avanzaba, y aprovechando su oscuridad se arrió un bote en el que se metieron el mayor número de heridos y gente que fué posible, con ánimo de trasladarlos al Lauria; pero estando todavía atracado al costado, arreció el fuego de los moros, tiroteando vivamente al buque y al bote.
En el primero recibió una herida en el otro brazo, el Alférez Izquierdo, y otros individuos que no puedo precisar, y en el bote ocurrieron también bajas.
El Lauria, entonces, apercibido sin duda, hizo algunos disparos de ametralladora y cañón, que acallando momentáneamente el fuego de los moros, permitió alejarse el bote, que llegó al Lauria.
El buque seguía sumergiéndose, oyéndose a veces crujidos y conmociones, debidos sin duda a quebrantamientos. El agua bañaba ya la cubierta, y siendo imposible el salvamento marinero del buque y su defensa militar, dispuso el comandante accidental Sr. Izquierdo, que fueran abandonando el buque a nado lodos aquellos que se encontrasen en condiciones de hacerlo.
Entonces fueron poco a poco arrojándose al agua algunos de sus tripulantes que se consideraron con ánimos de alcanzar al Lauria, no sin ser tiroteados desde tierra cada vez que alguno lo hacía, a pesar de lo cautelosamente que se efectuaba.
Antes de abandonar el buque, cada uno fué arrojando al agua su armamento.
Próximamente a la una de la madrugada, ya sólo quedaban a bordo el Alférez de Navío Izquierdo, herido en ambos brazos; unos cuantos heridos graves faltos ele movimiento, varios tripulantes que no se decidieron a salvarse a nado, y además el contador y el que suscribe, quienes después de consultar nuevamente con el Alférez de Navío Izquierdo, y autorizados por éste, se decidieron a trasladarse al Lauria, a nado, efectuándolo al mismo tiempo el maquinista Silva.
Nuestra salida fué como las anteriores notada desde tierra, haciéndonos nuevos disparos.
Después de nadar algún tiempo el maquinista, no contando con fuerzas para llegar a ser recogido por algún barco, decidió volverse a tierra a la costa más próxima, continuando el contador y el que
suscribe, nadando durante algún tiempo que no pueden precisar, hasta que próximo al Lauria, fueron recogidos por el chinchorro de dicho buque que les llevó a bordo.
Respecto a la suerte del maquinista que salió con nosotros, he sabido con posterioridad que fué hecho prisionero y está ya libertado.
Esto es, Excelentísimo Señor, el relato que puede hacer de los sucesos ocurridos a bordo del Concha, unos presenciados por mí y otros sabidos por mis compañeros y subordinados.
Antes de terminar, creo de mi deber manifestar a V. E., sin perjuicio de las rectificaciones que sobre el particular pueda hacer el Alférez de Navío Izquierdo, el comportamiento valeroso y buen espíritu de la dotación en general, distinguiéndose especialmente los que a continuación expreso:
Primer maquinista, D. Antonio Paredes; segundo condestable, D. Pedro Muiños; 2º practicante, D. Manuel Quignón; segundos contramaestres, Bendala y Mateo; fogonero, Juan Aragón; cabos de
cañón. Salazar y Castañeda; maestro carpintero, Ruiz Delgado; marineros, Benítez, Acevedo y Cándido Agraso; marineros preferente, Alejo Nascales, Luciano Azcorra, Pardo, García Tavares y Alarcón; marineros, Manuel Rojas, José Rial, Amarelo, Vaqueiro, José Andrade, Miguel Amores, José Gómez, Bravo, Escobedo, José María Ariza y Caamaño; fogoneros, González Maldonado y Carrascosa; marineros, Francisco Esterria y Nemesio Pérez. Y absteniéndome de juzgar el, a mi parecer, heroico comportamiento de mis superiores y compañeros”.
El Ministro de Marina contestó al parte de campaña remitido por el Capitán General del Apostadero, con el siguiente telegrama, que fué leído ante las tripulaciones formadas de los buques de la Escuadra:
Madrid, 17-6-1913.-Enterado parte campaña comprensivo suceso Concha, felicito calurosamente en nombre Gobierno supervivientes dotación, por honrosísimo y brillante comportamiento y dotación buques de ese Apostadero, por sus distinguidas operaciones auxilios prestados”.
La actitud gallarda y valerosa conducta del Alférez de Navío Ramos Izquierdo, que después de muerto su comandante, sostuvo con elevado espíritu durante catorce horas la defensa del buque que se iba hundiendo, le hizo acreedor a la Cruz de los Héroes: la Laureada de San Fernando, que tras su correspondiente juicio contradictorio le fué concedida en 20 de mayo de 1914.
Perdonad, benévolos lectores, la prodigalidad en los detalles. La épica jornada de que fueron protagonistas esos marinos, siempre abnegados, siempre prontos a todo sacrificio en aras de la Patria Madre y Señora de todos sus anhelos, lo merece”.

Como epílogo a este emocionante relato, debo decir que existe un arduo trabajo sobre nuestros Héroes y
Mártires, que se hallan enterrados en nuestro Cementerio, realizado durante laboriosos años, por mi bueno y entrañable amigo, José Luís Blasco López, como una pieza didáctica, y de consultas, para despertar los sanos pensamientos de los lectores. En este caso los que sentimos el honor de los Héroes en lo más profundo de nuestros corazones. Tanto José Luís como este que les escribe, ambos estamos orgullosos de sacar de las sombras de sus sepulcros, los nombres de nuestros Héroes y Mártires, a la luz de la Gloria. Intentando a la vez que su lectura sea una plataforma de comunicación sensible, nos encontremos con una visión real de nuestra Historia; porque aunque ésta, a veces, se escriba con mayúsculas, no nos cuenta todo lo que ocurrió realmente en el momento determinado. Pero como saben, es tan real cuando presenciamos, cada vez que visitamos la Purísima con la intención de dirigirnos a los Panteones Militares, y leer los nombres de los Héroes que se encuentran salpicados en tumbas y nichos, descansando en su silencio eterno, comprobar sin olvidarnos, que todos ellos han sido, durante más de cinco siglos, los que ofrendaron sus vidas por la Patria, en defensa de la españolidad, y por ende de la cultura occidental de nuestra ciudad. A mí, desde muy pequeño, siempre me ha parecido que éstos se hallan en un palco proscenio, como una solemne guardia de honor saludando, e indicando el camino, a todo aquél que se dirige a esos sagrados panteones, donde se respira la brisa de la Patria que acaricia a todos ellos con la paz en su sueño eterno.
También, aunque no soy hombre de hacer halagos de circunstancias, debo decir que José Luís, como buen polemista, bien pertrechado de datos históricos, muy fidedignos, con su escritura y su voz clara y robusta, siempre refleja la verdad pura aunque para algunas personas incongruentes, les sea dura. Yo tengo la suerte de que las conversaciones que ambos mantenemos, sobre historia y cultura, la cultivamos como un “Parnaso privado”.
A continuación lean algunos nombres que figuran en el relato de los Héroes y Mártires de la Armada y de la Compañía de Mar de Melilla, que se encuentran enterrados en nuestro Cementerio de la Purísima:
Manuel Galbán López. Teniente de Navío del Cuerpo General de la Armada. Muerto en acto de servicio, a los 31 años de edad. 12.06.1978.
José Mazzarelo Román, Jefe de la Compañía de Mar. Tte. de la Compañía de Mar. + 08.12.1916.
En la misma lápida anterior: Restos mortales de Manuel Gallego Aznar. (Tte. de la Cía. de Mar).
Señalado en el Plano-Guía con el nº 104.
Antonio García Ruiz. +08.03.1942. A los 58 años.
De la Compañía de Mar fallecidos en acto de servicio:
Juan Garbín Espigares. Cabo 1º. +28.05.1997.
Marinero, Francisco Rodríguez López. +18.10.1910
Marinero, José Macía Martín. +01.09.1930
Marinero, Miguel San Modesto Izquierdo. 22.06.1937
Salvador Alarcón Cuenca. Marinero. Herido en acto de servicio a bordo del Cañonero “General Concha”. +12.06.1913.
Antonio Mesa Fernández. Cabo. Herido en acto de servicio a bordo del cañonero “General Concha”. +16.06.1913.
Emilio Vaquero Gutiérrez. Marinero. Herido en acto de servicio a bordo del Cañonero “General Concha”. + 02.07.1913. Sepultura en propiedad.
José Cortés Flanez. +31.12.1912. A los 21 años de edad. Marinero del Cañonero “LAURIA”.
José Sánchez de Lacampa Espinosa. +19 de abril de 1913. Maquinista Mayor de la Armada.
José García Prado. “Familia García Prados. Esta persona perteneció a la “Compañía de Mar del Rif”.
Manuel Manero Roca. +11.04.1922. Maquinista del Crucero “Cataluña”. Trasladado al Osario General el 5.10.1928.
Antonio Rodríguez Loage. +11.04.1923. 20 años. Marinero del Cañonero “Laya”.
Antonio Ferrer Carrasco. +22.10.1925. Marinero del Aljibe “Triana”.
Ricardo Santiago Suaces. +03.06.1971. 37 años. Marino del Buque “Liniers”.
PANTEÓN DE HÉROES.
Fosa General
Juan Martínez Delgado. Murió de herida en Campaña el 13 de septiembre de 1925. A los 21 años de edad. Del Guardacostas “Wad Ras” .
Juan Masijo Bellver. Murió de herida en Campaña, el 10 de octubre de 1925. a los 23 años de edad.
Manuel Aguilera Gómez. 22 años. + 27.07.1921. Cañonero “LAURIA”.
Matías Fernández Gallardo. Marinero de 2ª, a bordo del bote automóvil. 21 años. +27.07.1921. Cañonero “LAYA”.
Antonio Gómez Pareja. (el segundo apellido es López (sic). Marinero de 1ª. 22 años. +03.08.1921. Cañonero “LAURIA”. Bote salvavidas en socorro de Sidi Dris
Alfredo Núñez Llana. +08.09.1921. 22 años. En campaña. Del Cañonero “LAURIA”
Emilio Sanz Asensio. +25.09.1921, en campaña. Del Cañonero “LAURIA”
Edualdo (Sic) Gómez Martinea. + 09.10.1909 (Sic). A los 23 años. De heridas producidas en campaña. Cañonero “LAYA”.
Antonio Jiménez Mira. 21 años. + 26.07.1921, en socorro de Sidi Dris. Crucero “PRINCESA DE ASTURIAS”.
José Augustus Orts Rillo. 20 años. + 26.07-1921. Crucero “PRINCESA DE ASTURIAS”, en socorro de Sidi Dris.
José Márquez Domínguez. (El primer apellido es Marqués (sic). Marinero de 1ª a bordo del bote salvavidas. 22 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAURIA”, en socorro de Sidi Dris.
Juan Cumbres Otero. 23 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAURIA”
Luciano Castañeda Esquerra. 19 AÑOS. + 26.07.1921 A consecuencia de herida por arma de fuego. Cañonero “LAURIA”.
Federico Peña Estévez.. 22 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAYA”. ( Su nombre aparece reflejado en el tomo III de las “Campañas de Marruecos”)
Juan Díaz Moreno. 22 años. + 26.07.1921. Cañonero “LAYA”.
Álvaro González Martínez. +27.07.1909 (Sic). Del Crucero Acorazado “PRINCESA DE ASTURIAS”.
Antonio Latorre Martínez. 23 años. En Campaña. Del Cañonero “LAYA”.
Carlos Paredes Pajares. 20 años. En campaña. Del Crucero Acorazado “PRINCESA DE ASTUIRIAS”.
Domingo Pérez Valle. +08.09.1921. En Campaña. Del Cañonero “LAURIA”.
Donato Durán Sanabria. 25 años. Muerto por herida de bala. Del Cañonero “LAYA”
Emilio García Cuenca. +25.09.1921. A los 23 años. Herido en campaña. Del Cañonero “LAURIA”.
Nota.- Estos trece marineros muertos en acto de servicio no aparecen citados en páginas 276-277 del libro escrito por los Sres. Migallón y Sar.
Rufino Majada López. +10.08.1913. A consecuencia de herida por arma de fuego en Tres Forcas.
¿Marinero del Acorazado “España”?
Fidel San Isidro Rivero. +El 16.05.1914. A los 23 años. Marinero del Crucero “Extremadura”.
Ángel Ralfo Infante. +09.06.1921. 24 años. Suicidio-Murió ahorcado.
Marinero del Buque “Almirante Cabo”.
Manuel Manero Roca. +6.11.1L (51)922. A los 44 años. 2º Maquinista del Crucero “Cataluña”.
Nota.- Procedente de la parcela 25, trasladado al Osario General el 5 de octubre de 1928.
Aquilino Díez Mateo. +El 2 de septiembre de 1925. A los 32 años de edad. De Infantería de Marina.
Julio Pellicer Morant. +10.09.1925. De herida recibida en Campaña. Del Rgto. Cazadores de África Nº 1. Muerto a bordo del Buque “Andalucía”. Nota.- Trasladado al Osario General el 5.10.1928.
José Felipe Sierra. +08.02.1926. Marinero del Cañonero “Canalejas”.
Ángel Oliver Menéndez. +09.12.1937. 24 años. Ahogado. Marinero del Remolcador “Ferrolano”.
Augusto Cordero Fernández. +09.12.1937. Ahogado. Marinero del Remolcador “Ferrolano”.
José Greco Tobio. +09.12.1937. 25 años. Ahogado. Marinero del Remolcador “Ferrolano”. (Fue sepultado un mes después).
Juan Silva Moltes (En listado “Moldes”). +09.12.1937. 25 años. Ahogado. Marinero del Remolcador “Ferrolano”.
Domingo Segarra Orbegazo. +14.01.1938. 23 años. Marinero del patrullero “Héroes del Alcázar de Toledo”.
Juan Gallego Robles. + 2 de julio de 1941. A los 18 años de edad. Marinero del Crucero “Canarias”.


UN PARALELISMO

Según en “Diario de una Bandera”, de Franco, se puede leer: “...Rebasado Monte Arruit, detenemos nuestra marcha, y concentrada la columna nos dirigimos al poblado. Renuncio a describir el horrendo cuadro que se presenta a nuestra vista. La mayoría de los cadáveres han sido profanados o bárbaramente mutilados. Los hermanos de la Doctrina Cristiana recogen en parihuelas los momificados y esqueléticos cuerpos, y en camiones son trasladados a la enorme fosa. Algunos cadáveres parecen ser identificados, pero sólo el deseo de los deudos acepta muchas veces el piadoso engaño, ¡es tan difícil identificar estos cuerpos desnudos, con las cabezas machacadas! Nos alejamos de aquellos lugares, sintiendo en nuestros corazones un anhelo de imponer a los criminales el castigo más ejemplar que hayan visto las generaciones...”.
Y el Soldado Florentino Moreno Pérez, del 5º Escuadrón del Rgto. Alcántara de Caballería nº 14, decía yo en una de mis “Cartas desde la Purísima”: “Era el 3.09.1921 cuando, cercano a la posición de Zeluán, en la evacuación, una vez que nos habíamos rendido, y entregado las armas como, desgraciadamente, ocurrió en Monte Arruit, los moros de Abdelkrím, cobardemente nos fusilaron a mansalva, pegándole fuego a todo el poblado, quedando la enfermería reducida a cenizas, con los enfermos en su interior. Mi cadáver, como los del Sargento, Miguel Rivero, el del Cabo de Ametralladoras, Emiliano Pajuelo, y el de mi entrañable amigo y compañero de fatigas, siempre voluntario, Tesifonte Expósito, entre decenas de ellos, quedamos esparcidos por los alrededores de la posición, y dados como desaparecidos”.
Y ahora, si me lo permiten, hilvanando estos hechos de ensañamiento, maldad y cobardía, que los rebeldes rifeños, tuvieron con nuestros soldados, en su rendición, analicemos el paralelismo que hubo entre ellos, y el personal de nuestra Armada en aquéllos días:
Cuando el acorazado Cataluña, desde la ensenada de los Álamos, cooperaba en la defensa de Tiguisatz, (“La Marina de Guerra”. Madrid. 31.03.1928); se puede leer, que el bombardeo realizado por este buque a los poblados de la costa: “...Dió ocasión a que un médico de la Armada se comportara heroicamente, cumpliendo cuánto de apostolado tiene la carrera. Los rifeños muertos y heridos no fueron recogidos del campo. Desde los barcos españoles veíase perfectamente que muchos de los que fueron abandonados, aún estaban con vida, tratando de incorporarse y alejarse de la playa con dificultad. Grande era el número de moros heridos, y el espectáculo, desconsolador para cuántos lo presenciaban. Entonces el Médico Segundo, D. Pedro González Rodríguez, del cañonero Álvaro de Bazán, (fiel a su juramento hipocrático), se presentó a su comandante demandando autorización para ir a tierra y asistir a aquellos enemigos, ya vencidos y abandonados por los suyos; y en una lancha, acompañado de dos sanitarios, uno de los cuáles llevaba el botiquín, y el otro una bandera blanca izada en un palo, se dirigió a tierra, y en ella permanecieron curando a cuántos rifeños había allí heridos, prodigándoles el auxilio de la ciencia y el consuelo de acto tan generoso y tan noble. Al poner pie en la playa sonaron algunos disparos, sin duda, porque temieran los indígenas que era otro el propósito de aquéllos intrépidos españoles; pero pronto cesaron de ser hostilizados nuestros marinos, y tras de varias horas que emplearon en realizar su sublime misión, pudieron regresar a bordo sin novedad alguna y con satisfacción de haber procedido como hombres altamente humanitarios”.
Yo creo que episodios tan ejemplares deben ser comentados para los historiadores. Y para los amantes, y aficionados de nuestra Historia, saber también que en Melilla prestaron servicios los remolcadores Gaditano, Ferrolano, Cartagenero y Galicia, haciendo convoyes a distintas posiciones, hasta que entrado el año 1922 se les ordenó se reintegraran a sus departamentos marítimos. La donación de 5.000 ptas. de la Sociedad Pesquera Malagueña, a los marineros del cañonero Laya y lanchas gasolineras, que actuaron en Mar Chica, fué un patriótico proceder que los empleados y obreros de aquella entidad, repetían por segunda, vez con destino a las fuerzas de la Armada que combatían en Marruecos. El comentario en “La Marina de Guerra” dice: “...En relación a este hecho conviene siempre recordar, que los moros de Abdelkrím, como vencedores, fueron las brutales bestias, que se engendraron como las tempestades humanas: excesos, robando y asesinando, después de su rendición a nuestros soldados desarmados, gloriosos soldados, jóvenes sublimes y admirables hijos queridos de la Patria”.

Y yo, que soy un tanto crédulo, en mi supina ignorancia, me pregunto si existió correspondencia, semejanza o paralelismo, entre ambos hechos.  

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