24 diciembre 2006

Relato

La voz aflautada y fatigosa de aquél hombre joven, siempre solía estar triste, pareciendo que se evaporaba cuando subía por la antigua escalera del Sagrado Corazón, como las gotas de rocío cuando las saluda el sol por las mañanas. Era delgado y seco con el color de la tisis en sus mejillas. Muy despacio y con la voz apagada, siempre declamaba su poesía que escribía en su pequeño blok en cualquier esquina: “Las castas flores de los jardines, polinizadas por las laboriosas abejas, había que cuidarlas como a un niño enfermo”. Seguramente recordaba su infeliz niñez en un hogar partido por un padre violento y una madre dulce y cariñosa. Era un amante de los jardines cuando estaban repletos de flores. Los pinos del Lobera fueron sus compañeros silenciosos cuando paseaba por sus veredas. Para él un clavel o una rosa cortadas de sus tallos y bañadas en un vaso de agua tienen siempre los días contados, pero una manzana masticada lentamente y digerida se convierte en ti mismo para el resto de tu vida. Su sonrisa desangelada era entrecortada por la tos seca de sus débiles pulmones. El tallo robusto y verde, decía que ama a su flor cuando vuela hacia el ojal de un galán; quedándose triste y seco hasta la próxima primavera. Así parecía ser aquél hombre joven que viajó a la Península para curarse de su sempiterna tos y que jamás volvió. Algunos dijeron que se reunió con su madre en el cielo, dejando a su padre en el infierno del alcohol.

Poema

Es la noche del Jueves Santo
cuando sale Jesús preso.
Las ventanas enjalbegadas
y los balcones floridos
lloran lágrimas de pena.
El Judas malvado,
enredoso y embustero
le dio un beso en la frente
vendiéndolo solo por treinta dineros.
Fueron treinta mezquinas monedas.
Mientras Él con el madero cargado
perdona en los adoquines
dolorido y humillado a
quien le flagela y maltrata.
Este poema ha sido rescatado por Patrocinio, hija de la Abuela Ascensión, como gustaba ser llamada; poetisa de Moriles, Córdoba. Sirva de homenaje a su memoria por haber sido una buena mujer, y mi amiga.
Juan J. Aranda
Málaga octubre de 2006

Gazapos y meteduras de patas

GAZAPOS Y METEDURAS DE PATAS

En todas las ciudades hay siempre algún gazapo escondido para el regodeo y disfrute de los cachondos del lugar. Fíjense en los tres carteles que al gran actor malagueño, Emilio Thuiller, le han colocado en la Barriada de la Ciudad Jardín, en la capital malacitana. Cuentan que este actor en una de las representaciones que hizo en su ciudad en la obra del Tenorio un gamberro, desde el gallinero del Teatro Cervantes, le lanzó una castaña; fea costumbre de aquéllos tiempos. Cuando Emilio Thuiller vio la castaña en el suelo del escenario, interrumpió la escena y muy tranquilo ordenó que bajaran el telón. Acto seguido pidió una silla y apenas se sentó se quitó un zapato, lo sacudió, y dijo: “De mi tierra, ni la tierra”. Luego hizo mutis por el foro y jamás actuó en la ciudad en que vino a la vida.

La regadera

En aquéllos años de dulce niñez yo tenía un amigo que le gustaba mucho leer poemas de amor, y le gustaba decir, con respecto al oficio de su padre, que era el cuidador del jardín de la muerte; que era más o menos un sepulturero. Era una tarde de un verano cualquiera cuando la quietud de mi calle de Castellón de la Plana se quebró por el ronroneo de la regadera colorada de mi padre. Jamás, hasta ese momento, había tenido la sensación de una quietud, donde toda la calle estaba desierta, por ser verano y a las 4 de la tarde. No se oían los gritos y el jolgorio de los niños jugando, y el calor nos tenía acobardados en los secos jardines de eucaliptos. La gigantesca regadera colorada fue como una aparición al entrar por la parte de los árboles, toda cansada y exhausta. Decían que era de cuando la Republica, siendo ya muy vieja; tenía las ruedas muy grandes, y si la memoria no me falla eran macizas, y el volante con su diámetro igual como el de mi aro de juego de alambre de acero. Al llegar a la puerta de la casa del cura del Cementerio, procedente de Padre Lechundy, mi padre le metía la segunda y ella parecía con su sonsonete darle las gracias. Lentamente entraba por los eucaliptos hacia Castellón pasando Bernardino de Mendoza hasta el del Aceitero, que era donde la estacionaba para que mientras él almorzaba yo abría un grifo muy gordo y todas las mujeres de la calle llenaban sus cubos y garrafas. Entre la espera de una señora a otra, los niños nos deleitábamos con el gran chorro de agua que lanzábamos callejón abajo hacia Duque de la Torre. Era cuando en muchos barrios de Melilla, algunas casas no tenían agua corriente y debían desplazarse a la fuente del cementerio o a la de Duque de la Torre haciendo ochava con la de Almería, frente a la panadería. Esta fuente tenía el armazón de hierro y el agua la cortaban a las doce de la mañana, así que las colas de cacharros para llenar había días que se los llevaban vacíos En las corridas de toros que se celebraban en Melilla yo me sentía protagonista del espectáculo al acompañar a mi padre y a su ayudante, Infante, cuando regaban el albero de la plaza.

Poemas

En el hospital del Rey:
un baile,
delante de mucha gente
nos quedamos solos los dos.
A la siguiente mañana:
en El Real, ya éramos novios.
Melilla soñolienta dormía
en el crepúsculo del verano.
A hurtadillas, ella dejándose,
la besé inquieto.
Los pinos del Lobera
nos daban sombra en la tarde
y en el aire volaba
un perfume de jazmines.
No nos miramos,
solo nuestras sonrisas hablaban
al perderse con la risa.
Monumental Melilla
que en español te modulaste,
sin tregua en la llanura
diciendo que son tus hijos
te cantan sirenas draconianas,
pero sabes que los que pariste
como esmeraldas brillan
de piedras preciosas sus destellos.
El azul radiante de tu bandera
de suaves y bellas perlas
españolas desgranadas
y en su castellano ensartadas
delatan la belleza
de tus senos asombrados.
Qué importa del verso,
su devenir truncado,
Qué importa que burlonamente,
piensen que la rima separen,
y nieguen al poeta
sus humildes canciones.
Qué importa, poeta amigo,
si tu sueño en silencio
te condena, el final truncado.
Escribe y canta poeta,
y ríete con viento
del cenutrio burlador.
Tengo versos que desgranan
los prodigios del día.
Los que manan de su luz
haciendo completos poemas
que flotan en mi memoria
como brillantes jirones
tejidos en el cielo.
Todos son como destellos
que emigran
y retornan sonrientes
desde el fondo de mi niñez.
Si tú eres poeta,
la vida es poesía.
Si tu mente es creativa
a ella hay que hacerla fantasía.
Si tú eres la fuerza que doblega
ella es la flor
del árbol que perdura.
En el umbral de mi quietud
a veces paseo con sigilo mi destino.
Veo una jubilosa algarabía
de arabescos mi camino.
Cruzo de lirios un valle
con el silencio de los jazmines.
Atrapadas están las gardenias en el ribazo
por violentos nardos aguerridos.
Un rumor de enamoradas rosas
de alegres alhelíes
perfuman a las guirnaldas
consentidas en el sendero.
Es todo un perfume
de acentos sorprendidos.
Mis zapatos, su color,
prendido de flores,
anhelan un césped descansado.
Pensador acantilado Rusadir
que del meditar tus recuerdos
del viejo Marte, hoy solo
te asedia la inquietud.
Él se fue dejando atrás
en La Purísima
héroes y gloria.
Con diapasónica melodía
rompe tú en silencio
y nimba bien
tus épicas andaduras.
Imaginar bellas canciones
es del poeta sus pasiones.
Entonar dilemas,
es del hombre sus cadenas.
Yo le canto a Melilla:
“Heráldica y sublime
en tus rusadianas piedras,
clamadora de alboradas cervantinas,
aleja de ti el drama del vecino
de blanca chilaba y
marfileñas babuchas
con sus taumaturgas melodías.
De tu silencio prudente
hago yo elocuencia
con mis humildes poemas.

El catarro de Eladio

EL CATARRO DE ELADIO
Por el hilo del teléfono sentí que Eladio tenía una tonada catarral y un rosario de poemas al hablar. Eran como flores quebradas que la “Couldina” estaba sanando acompañada de lectura, y tecleando su vieja máquina “Underwood”, buscando en la enramada de sus libros las páginas preciosas de su poesía. Con su molesto catarro yo le recordaba como le canta a los hombres olvidados, a los árboles, y en particular a su araucaria del Hernández; a los estorninos y golondrinas que invaden nuestro cielo azul, sin dejar atrás las vericuetas calles de El Pueblo, su Pueblo con las centenarias murallas que tantas veces les ha cantado. Cuando me hablaba llegué a sentir sus profundas esencias de sonidos exuberantes cómo fluían; igual que la lluvia que le cayó encima cuando regresaba de la redacción de este periódico. Eladio mira al sol no como algunos lo hacemos, él lo ve cómo se agranda bajo la sombra de un árbol; observa cómo la corriente poética baña sus pies de claridad y melillismo. Seguro que mientras expulsaba el molesto catarrro estaba construyendo versos en muros de cristal para que todo el mundo los lea, y también los vean, porque con un mínimo de imaginación los versos se pueden ver, y hasta palpar. Cuando estén leyendo estas líneas, seguramente lo veran paseando por nuestras calles con sus ramos de rimas para construir los versos empapados de floraciones.

Reflexiones sin acedera II

REFLEXIONES SIN ACEDERA II
Una persona que dice llamarse “Blas de Lezo” en Internet, ha comentado el escrito mío titulado “Reflexiones sin Acedera”, que éste periódico publicó el 8 de diciembre, diciendo que: “… Hacía tiempo no había leído un artículo tan vacío y huero como el del señor Aranda en otra de sus escapadas desde su rincón, (…) Si hay alguien sin enterarse, que plantea razonamientos como quien escupe y que se repite y repite y repite… sobre el vacío mental más absoluto, es él, (yo). Tampoco es mal record”. A mi, qué quieren que les diga, apenas lo estaba leyendo me recorría una alegría que me llegaba al alma, porque alguien que dice llamarse, o que se ha arrogado (de mentirijillas, claro está) el nombre del gran marino vasco; que por cierto se llamaba: Blas de Lezo y Olavarrieta, y nació en el pueblo guipuzcoano de Pasajes allá por enero de 1689, quedando cojo de la pierna izquierda frente a Vélez Málaga (donde yo me baño en verano) e inútil del brazo derecho frente a Barcelona (donde me bañaba hace años); de verdad que merece todos mis respetos, y aún más si critica un escrito mío que éste periódico suele publicarme.
“Blas de Lezo” dice que lo que escribo es “vacío y huero”; dos palabras que quieren decir lo mismo. Con una de ellas, su crítica hubiera estado tan llena como con los dos sinónimos. Pero si le gusta iterar, hace muy bien, y además lo aplaudo. En mi escrito, entre otras cosas, digo que algunos se jactan y alardean de lo que escriben y otros presumen de lo que leen. También digo que algunos cuando escriben suelen esconder sus “peludas” orejas de “Platero” (Juan R. Jiménez) llenas de intransigencia en la falacia más absurda, para que sus palmeros serviles (por no decir pelotas) descompasados (aplaudir sin compás) digan de él que “….Qué bueno es el tío, como ha puesto a esos rojos de mierda”, cuando solo ha empleado una palabrería sonora, peyorativa, demagógica y chauvinista, que despotrica de todos los que no piensan como él. También les recomiendo que se vayan a un desierto con su “sabia razón” y de paso que lo barran; que tampoco estaría mal. Y sobre las coaliciones de los partidos políticos busqué el símil de colocarse el zapato izquierdo en el pié derecho y viceversa, sin que les salga ningún callo. Y al final les digo que beban grandes cantidades de democracia, una pizca de humildad y otra de modestia.
Yo, humildemente, le aconsejo a nuestro “marino de mentirijillas” que lea algunos artículos de esas personas que un día si y el otro también escriben siempre lo mismo sin ningún objetivo pedagógico, donde solamente despotrican en contra de los que no piensan como ellos. Y si yo me repito “como el que escupe”, le diré que no suelo escupir porque es de tener una ínfima educación; también será porque no fumo, ya que si lo hiciera estaría hecho un gargajoso. Creo, y muy bien que lo sabe mi anónimo crítico, que yo intento no molestar a nadie, y si alguna vez alguien se siente ofendido por ello, desde aquí le pido humildes disculpas. Por eso titulé mis reflexiones sin acedera alguna; para que el que la leyera no sintiera esa acidez tan peculiar, y mucho menos los despotricadores y “rajamantas” de contrarios políticos; a esos les echo un poquito de sal y pimienta para que al menos muevan los 18 músculos que tenemos en la cara cuando sonrían. ¡Ah!, ya se me olvidaba: jamás me he escapado de ningún rincón, solamente lo hacía cuando mi madre me regañaba con su sonrisa. Lo bueno sería que mi admirado crítico saliera al albero de estas páginas, para que entre los dos intentáramos cortarle una oreja al toro de la libertad de expresión. Y si este escrito le parece huero, vacío, hueco, vano, superficial o desierto de palabras, y no se ha enterado aún de lo que quiero decir, le pido por favor que lo rellene de sana ironía. Es como observar bien un cuadro, que hay que salirse de él para ver al que lo mira. ¡Qué frase me ha salido!. Un amigo me diría que me ha salido de colofón filosófico, y yo no me beso en la cara porque no puedo y estaría feo.
Que sean felices, pero ustedes sin acedera.

Feliz Navidad

FELIZ NAVIDAD
Otro año más el tiempo, en su continuo y armonioso rodar nos trae los días en que conmemoramos el Nacimiento del Niño Jesús. Otra vez las vacaciones con el remanso de seguridad y de paz en contraste con la agitación callejera de compras impulsivas de regalos que algunos se quedan obsoletos de un año para otro. Los que viven fuera retornan al lado de los suyos, recibidos con alegría. La emoción de desamparo que sienten muchas personas al ver los balcones y ventanas iluminados estas noches al pasar por una calle desierta y hostil en una ciudad extraña. En algunos hogares los “belenes”, con las figuritas de años anteriores, con el papel de orillo del agua de un río donde María lavaba los pañales de su hijo. En un rincón principal de la casa, el árbol de Navidad engalanado con toda clase de figuritas y de regalos. Las zambombas, los panderos y sonajas haciendo de acompañamiento a los villancicos que toda la familia canta alrededor de la mesa. Éstas, desde la más lujosa hasta la más humilde, se llenan de los manjares más diversos, y sobre todo de los propios de estos días. Antes, en mis tiempos de chavea, en algunos hogares se podía comer pavo, que tu madre compraba en el Polígono en el mes de septiembre y engordaba en el patio de tu casa hasta que el día 24 se le cortaba el gaznate y sirviera de jala en la mesa. En otros hogares era un pollo o una gallina, auténticas víctimas, junto con el pavo, de estas fiestas. Entonces éstas no eran tan pantagruélicas como lo son en la actualidad.
Don Julio Moreno, nuestro maestro de música, en el Mantelete, desde primeros de noviembre nos hacía ensayar los villancicos que a mediados de diciembre cantábamos en muchos centros oficiales, como la Casa Sindical, el Gobierno Militar o el Ayuntamiento. También acudíamos a cantar al colegio de los Hermanos de la Salle y al del Buen Consejo, pero a los públicos (de balde) exceptuando el de Ataque Seco, ninguno disfrutaba de nuestras voces, y digo disfrutar porque la verdad es que lo hacíamos muy bien.
Las pastorales eran lo más típico; entonces se podían ver grupos de gente de todas las edades, donde el más gordo manejaba una gigantesca zambomba, que más bien parecía el tiesto de una gran maceta de cualquier portal. El que manejaba el triángulo se las daba de director de la pastoral, y quienes tocaban los panderos y rascaban las botellas de Anís del Mono solían ser las muchachas. El que llevaba el botijo del agua para el carrizo de la zambomba era el niño, el chaveílla que quería estar en el grupo hasta que se encerraban en sus casas, cosa que jamás ocurría, porque apenas visitaban a dos familias, el pobrecillo caía rendido en brazos de su hermana o de algún otro acompañante.
Desde éstas humildes líneas, y en recuerdo de aquéllos años, a toda persona que me lea, como siempre digo: Reciban un cordial saludo, pero éste que sea acompañado del deseo de que Sean Felices en estos días tan entrañables.
Juan J. Aranda
Málaga diciembre 2006

Reflexiones sin acedera

REFLEXIONES SIN ACEDERA
Don Miguel de Unamuno en una de sus notas sobre un libro que iba a escribir sobre la Guerra Civil y titulado: “El resentimiento trágico de la vida”, escribe: “El que una horda de locos energúmenos, de desesperados, mate a un número de ricos sin razón alguna, por bestialidad, no me parece tan grave como que unos señoritos saquen a un profesor de su casa, con una orden militar, y le asesinen por suponerle,…..masón”. Yo creo que leer es bueno para la salud y para la convivencia. Algunos se jactan y alardean de lo que escriben y otros solo presumen de lo que leen, ya que un libro o un periódico son como un par de zapatos cómodos con los que andas a gusto; pero si llevan el color del traje de monsieur Jean B. Poquelín (Moliére) cuando la palmó en el escenario, y te hacen sobaduras en tus pensamientos lo mejor es llevarlos a la horma de tu mente o colocarte unas tiritas en las heridas porque toda lectura, sea la que sea, sirve para modelar nuestras almas calladas, y sopesarlas con objetividad. Algunos cuando escriben suelen esconder sus “peludas” orejas de “Platero” llenas de intransigencia en la falacia más absurda; y solo para que sus palmeros serviles descompasados digan de él: “qué bueno es el tío, cómo ha puesto a esos rojos de mierda”; cuando solo ha empleado una palabrería sonora, peyorativa, demagógica y chauvinista, despotricando de todo de lo que él no cree. Hay veces que cuando una persona desea llevarse a su casa toda la razón, la suya y la de los demás, lo que debiera hacer es retirarse a un desierto para estar a sus anchas con su “sabia razón”; y de paso que lo barran. Aunque a estas personas que se aplauden a si mismo, ya se sabe que no les importa que le silben los demás. Ellos van a lo suyo, sin importarles un carajo la opinión de nadie, cuando todo el mundo sabe que nada hay más pamplinoso que hablar en plan pamplinoso, ni nada más jocoso que hablar en plan guasón de aquello que nadie sospecharía que lo fuera. Yo le llamo el arte de darle al lenguaje, escrito o hablado, energía suficiente para deleitar, persuadir o conmover al lector; más o menos lo que todos conocemos como retórica (cachonda, digo yo). Algunos políticos son verdaderos artistas en la materia, y si no fíjense cuando hacen una coalición entre dos partidos irreconciliables, que es como llevar el zapato derecho en el pie izquierdo y el izquierdo en el pie derecho sin que les salgan ni un callo. Pero esta gente de cachonda no tiene nada; lo que está es llena de un resentimiento interno que buena falta les hace echarlo fuera con elegancia, y si me lo permiten creo se pasaría bebiendo grandes cantidades de democracia, una pizca de humildad y otra de modestia; en fin, esas cosas que sientan tan requetebién cuando uno se dispone a caer en los brazos de Morfeo por las noches.

De caciques, cantamañanas y dictadores

DE CACIQUES, CANTAMAÑANAS Y DICTADORES
Desde hace tiempo leo por Internet tanto este periódico como los demás que se publican en Melilla, aparte claro está los demás de tirada nacional, incluso los del color que odian tanto los actores de teatro; éstos los leo como una especie de flagelación por los pecados que he podido cometer. Este que tienen en sus manos lo recibo en papel cuando Correos tiene a bien, y entonces es cuando me empapo de “arriba a bajo”, incluso de los anuncios. El sábado 2 de diciembre leo las palabras que un político del gobierno le lama al de la oposición: “Cantamañanas”, que es ser informal, fantasioso, irresponsable, y además que no merece ningún crédito. “Cacique”, un señor de vasallos de alguna provincia o pueblo de indios, también dice de la persona que una colectividad o grupo ejerce poder abusivo, o de la persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos. “Dictador”, el que se arroga o recibe todos los poderes políticos extraordinarios y los ejerce sin limitación alguna; también es la persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás, y por último entre los antiguos romanos era el magistrado supremo y temporal que uno de sus cónsules nombraba por acuerdo del Senado en tiempos de peligro para la República, confiriéndole poderes extraordinarios. Y creo que todo era porque el de la oposición le dijo que estaba fomentando la “guardia mora”, aquélla que Franco utilizó como fuerza de choque en la guerra civil; y también que Melilla es la única ciudad que le da brillo a la estatua de Franco. Yo la verdad es que a veces a los políticos se les calienta el pico y largan lo que primero se les viene a la cabeza, y se olvidan de que son interinos en sus puestos. Dejando a los profesionales de la política con sus dimes y diretes hasta que las urnas hablen, que me dicen de los que saben muchas cosas de la Historia de nuestra ciudad, y están calladitos, y cobran. Me refiero a los que se dedican a inventariar; los que recopilan datos y las verdades las ponen historiadas para que cualquiera se entere de lo que ocurrió en un tiempo determinado; o también inventar algo que cualquier archivo nacional, o los nombres en algunas tumbas silenciosas lo desmentirían nada más pasar la vista por cualquiera de esos documentos o por las lápidas. Muchos lectores estamos esperando con interés el día que en los papeles estas personas, enteradas de la Historia recopilada y historiada, comenten que el chelja es un dialecto rifeño, por lo tanto extranjero, y que el tamazight es un idioma que se difuminó con el tiempo. No digo que deban tener el don socrático del magisterio, pero que al menos lo traten de una manera didáctica. Y no me vale que a los que critican esta posición algunos les den palmaditas en la espalda: “Cojonudo Fulanito,… pero yo es que no puedo, por mi puesto, ¡sabes!”. O quieran que seas una persona no grata en tu misma ciudad, te llamen viejo y se burlen de ti por la calle; o también que te inviten a un vasito de leche y que te acuestes.

Unos mineros accidentales

Aquél niño que vivía en la Alcazaba tenía los ojos habladores, no como su lengua, trapajosa, rodeada de una cara churretosa y asustada. Mi madre, siempre que venía a mi casa, lo invitaba a merendar, lo mismo que tomaba yo, el clásico bollo de 1´10 ptas con su correspondiente hoyo lleno de casi medio cuarto de aceite y el tazón de café con leche ordeñada por Juan, el cabrero que pasaba por calle de Castellón de la Plana cada tarde, el que con la espuma te sisaba un buen chorreón; también se le caía a veces la ceniza de su cigarro de picadura en la medida y para disimularlo metía su dedo sucio revolviéndola y mas parecía una chocolatada que la leche recién sacada de las tetas de sus cabras, que por cierto a todas les tenía puesto un nombre de mujer, pero a una le llamaba la gaseosa, por los pedos que soltaba: “ Juan ande, haga que se tire pedos la gaseosa”, le decíamos los niños, y quien verdaderamente se los tiraba era él mismo, echándole las culpas a la pobre cabra. Juan era un hombre muy bonachón y bastante cazurro. Mi madre decía que ese niño tenía la sonrisa de arroz con leche con su rodajita de limón. Para muchas personas evocar los tiempos de niñez, colegio, etc., les resultan caóticos en la memoria, a mi me resulta fácil y a veces hasta divertido cuando alguno de estos recuerdos es simpático. Mi memoria es como un cedazo donde tamizo mis recuerdos, unas veces suelo poner la criba muy tupida porque deseo guardar los mas preciados y otras la pongo mas abierta y salen a borbotones como aquella vez que nos quedamos encerrados a oscuras y llorando con los esfínteres dilatados en la mina que existe cerca del fuerte de Victoria Grande y desemboca en el frontón del parque de Lobera. Éramos ocho o diez andarríos, como decía mi abuela, de unos diez años; todos excepto Ángel Romero que vivía en la calle Marina, los demás éramos de Ataque Seco, El Pueblo, Castellón y Duque de la torre. Los partidos de fútbol en el frontón eran mas bien cortos para nosotros porque apenas llegaban los mayores, no los de quince años, sino de quinta cumplida y algún que otro casado y polletón y sin mediar palabras se ponían a pelotear y a dar zancadas obligándonos a los enanos a buscar refugio en los laterales y engancharnos a los palos colgados que habían en las paredes de las bandas. Los más osados nos asomábamos a la boca de la mina que olía a cueva y a humo de suelas de las alpargatas que eran de goma que usaban para alumbrarse. Pero hubo un día en que no nos bastó con asomarnos a la puerta del “Infierno” donde encontró la muerte el famoso cabo Alonso Martín junto con doce desterrados el 9 de Enero de 1775 al intentar llevar ayuda a los sitiados de Victoria Grande y Victoria Chica cuando el Emperador Sidi Mohamed puso aquél famoso Sitio a la ciudad , que por cierto duró cien días justos . Poseíamos una suela de goma de una alpargata vieja y un chicuy (palabra clásica de los niños de Melilla en los cincuenta) del Pueblo decía que tenía una linterna en el bolsillo de su tabardo, el muy embustero. Con un alambre enganchado a una punta de la suela y encendida como una tea, fuimos en fila india y agarrados por la cintura hasta que se agoto el combustible. Aquél que decía que tenía una linterna en el bolsillo se reía de miedo porque no tenía linterna ni nada parecido, solo tenía el pantalón mojado de la meada que soltó por el susto que tenía en el cuerpo, y su mano, que mas bien era una garra asida a mi sahariana de paño azul, pareciendo que estaba cosida a ella. Imaginaros a diez niños intrépidos, llorando y sin saber donde estaba la salida de ese pasadizo donde solamente cabe una persona adulta agachada. Existen galerías más amplias pero aquella era angosta y sucia y además en la más completa oscuridad. Hubo uno que le dio por decir su nombre: me llamo fulanito, me llamo fulanito...., parecía una letanía, los demás no sabíamos ni el nombre de la madre que nos parió del terror que sentíamos en el cuerpo. Cuando los minutos se nos hicieron horas vimos una potente luz que se acercaba a nosotros y al tal fulanito no se le ocurre otra cosa que cantar: “Vamos niños al sagrario que Jesús llorando está”.
Un sargento y dos soldados con un plano y una linterna gigantesca fueron los que nos sacaron del infierno hasta la entrada por la parte del frontón. Allí no había ni banda de música ni aplausos, las que si estaban eran unas madres preocupadas y asustadas que no paraban de besar y acariciar a sus hijos ahumados, cagados y meados, eso si, todo con el amor fraternal. Otros no sentíamos esa pena de que nuestras madres no estuviesen allí, al contrario, nos alegramos porque así no sufrieron esa tragedia de saber que sus hijos estuvieron casi una hora perdidos en las infectas minas. Pero las madres y alguna que otra hermana mayor, ejerciendo de madrastrona a veces saben todo lo que les ocurre a sus hijos y la evidencia estaba clara, más bien renegrida. Los abrazos, besos y caricias que me dio mi madre fueron la obligación de lavarme la madrastrona de mi hermana en el patio durante un buen rato hasta que no se me quitó todo el olor nauseabundo de la mina; conste que era invierno. Aquél niño del Pueblo que dijo que llevaba una linterna, don Domingo, nuestro profesor, le dijo un día que era un orate muy estulto y creyendo que le había hecho un cumplido se puso muy contento, pero cuando mi padre me dijo lo que significaban las dichosas palabrejas comprendí que lo que hicimos. fue una verdadera estulticia, más bien una tonteria que nos suena mas familiar.

Una historia del habla malagueña

UNA HISTORIA DEL HABLA MALAGUEÑA
Estas historias las leí hace un par de años en un libro de chascarrillos malagueños, que muy bien pudo haber ocurrido en nuestra ciudad, ya que algunas palabras que se hablan aquí, herencia de nuestros abuelos, se pronuncian en la otra orilla.
En una casa malagueña se encontraban dos mujeres merendando en la cocina; una era la anfitriona y la otra una señora forastera, de un pueblo de Castilla. En la mesa había un suculento bizcocho, como los que acostumbra a confeccionar mi mujer, Ana. Entre la charla la forastera se deshizo en elogios sobre las cualidades del bizcocho que la anfitriona le obsequiaba. Aquélla le pidió la receta de tan suculento dulce porque ella también deseaba hacerlo en su casa para su familia. La anfitriona, muy amable, se dispuso a dictarle los artículos que componían el bizcocho: tanto de harina, tanto de aceite, de agua, de huevos, etc.; y de azúcar la que admita. Todo esto se lo dijo lógicamente en un correcto y cerrado acento malagueño. Días más tarde la señora que se llevó la receta volvió a la casa de su amiga, comentándole que no había podido hacer el pastel porque uno de los ingredientes no lo había encontrado en ninguna tienda, preguntándole donde podía comprarlo. El ingrediente en cuestión era el azúcar “La Carmita”. La malagueña primero se extrañó y luego dándose cuenta del error se rió de buena gana diciéndole: “Que no mué, que ezo no e una marca d´azúca, lo que yo te dije e que le pusiera la azúca c,armita (es decir la azúcar que admita).
Otra historia es la de una inglesa, estudiante, que intercambió con otra española, malagueña, la residencia y el hogar. La madre de la malagueña, apenas acomodó a la inglesita en la habitación de su hija, le recomendó que mirara por el agua, o sea que gastara lo imprescindible, ya que la sequía aquél año fue catastrófica. Y a la hora de la cena y viendo que la invitada tardaba mucho en acudir al comedor, la señora fue a la habitación donde se encontraba la forastera viéndola con un vaso lleno de agua y mirando a través de él. Cuando se deshizo el error la pobre chica dijo que se había tirado toda la tarde mirando el agua, creyendo que sería por algo extraordinario.
Y yo digo: Bendita idiosincrasia malagueña, con su habla tan peculiar.

Sobre los rosales de la Victoria y bastones de oro

SOBRE LOS ROSALES DE LA VICTORIA Y BASTONES DE ORO
El 20 de noviembre se cumplieron 31 años de la muerte de Franco, y se puede ver en la fotografía de su estatua que está en la pared de las murallas a la entrada del Puerto, entre la Florentina y San Juan, los diversos ramos de flores que muchos nostálgicos depositan a sus pies. Un anciano amigo, que siempre le doy a leer este periódico, nada más verlo con el bastón, los prismáticos y su sombrero de campaña, lo primero que me dijo fue: “Melilla siempre fue la al Movimiento, pero ahora habrá que llamarla la a la Democracia”. Alguien creerá que mi amigo lleva razón y otros pensarán que no, que nuestra ciudad ha cambiado mucho, como muchos políticos lo hacen de bando. Yo ya lo decía hace unos meses: los vestigios del dictador no se van a diluir porque se retire su estatua de las vías públicas de las ciudades. A las historias viejas debemos tratarlas con mucho cuidado, porque se parecen a bellas flores silvestres marchitas que se deshojan al menor soplo de viento. Ni tampoco va a cambiar para nada el curso de la Historia a base de cambiar los cuadros colgados en las paredes. Tampoco se pueden cambiar las palabras que Franco dedicó a los moros que le ayudaron en el campo de batalla en la Guerra Civil, que fue todo poesía: “Cuando florezcan los rosales de la victoria, nosotros os entregaremos las mejores flores”. O lo que les dijo en abril de 1937: “Valientes soldados marroquíes, os prometo que cuando acabe la contienda a los mutilados les daré un bastón de oro”. No creo que cautivo y desarmado el ejército rojo quedara algo de oro en las arcas del Tesoro para que los moros lisiados se fueran apoyados en esos valiosos bastones a sus casas. Hoy algunos de ellos en vez de apoyarse en un bastón de oro lo hacen en uno de mendigo. Toda esta arenga llena de falacia se lo decía a los que supuestamente quedarían heridos, porque de 70.000 moros que lucharon en sus filas, murieron 5.000. Ahora, buscando protagonismo, hay alguna plataforma reivindicativa que requiere para estos ancianos, nonagenarios casi todos, que el Gobierno Español les actualice sus míseras pensiones, congeladas desde hace varios años. Yo creo que el Gobierno debiera hacerlo como lo ha hecho con nuestros nacionales que lucharon en los dos bandos. Pero también al mismo tiempo, esta misma plataforma debiera aconsejar a estos ancianos, luchadores contra la Republica, que pidan perdón por los robos, violaciones, atrocidades y asesinatos que cometieron en las ciudades que iban tomando junto a las tropas llamadas “nacionales”. Como muestra, esta perla de Queipo de Llano cuando dijo: “Nuestros bravos legionarios y regulares han enseñado a los cobardes rojos lo que significa ser hombre. También a sus mujeres. Después de todo a estas comunistas y anarquistas les ha hecho bien adoptar la doctrina del amor libre. Y ahora conocerán por lo menos a hombres verdaderos, y no esos milicianos maricas”.
Juan J. Aranda
Málaga noviembre 2006

Sobre vándalos y salvajes

SOBRE VÁNDALOS Y SALVAJES
Desde hace tiempo llevo leyendo que en la ciudad hay unos “angelitos” que destrozan parte del mobiliario que la Ciudad Autónoma coloca para el uso y disfrute de los ciudadanos. Una de sus obras más notables de incivismo ha sido el destrozo de las barandas de un parque infantil, metiendo sus motos dentro del mismo. Un colaborador de este periódico en su escrito los trata de “vándalos y de auténticos salvajes”. Sobre las definiciones de estas palabras todo el mundo sabe a qué se refería, pero sería bueno explicar que vándalo era aquél pueblo germánico que procedía de Escandinavia, unos “atilas” que lo destrozaban todo a su paso. Sobre la palabra salvaje yo, modestamente, lo hubiera matizado un poco porque también significa que es silvestre, inculto, selvático, agreste, montuoso; y si es referente al animal no humano éste puede ser bravío, montés, cerril, montaraz, et.. Si a esta gentuza los catalogamos con los primeros sinónimos creo que nos quedaríamos un poco cortitos, exceptuando lo de montuosos porque quizás sean originarios de esos montes donde la civilización aún no ha puesto su patita; y si los encajamos en la parcela de los animales no humanos, tampoco quedaría bien, porque eso sería compararlos con los pobrecitos animales, y los amantes de éstos protestarían con toda la razón del mundo. Decir que son unos mierdas a lo mejor nos acercaríamos en su catalogación, pero eso sería a gusto del lector, ya que las hay de todas las formas y colores, como secas y recién “puestas”. Yo, si me lo permiten, los voy a enmarcar en el cuadro de los que poseen mala leche; de los que son malos y retorcidos, los que son mala gente desde que nadaban en el líquido amniótico en los vientres de sus mamas. Y ya que estamos en las catalogaciones, creo que a muchos lectores nos gustaría saber donde colocarían los salvadores de las igualdades culturales, y promotores de plataformas varias, a esta chusma, ya que toda la ciudad sabe de donde proceden. Y creo que eso de que hay que solicitar más dinero para su Educación, a mucha gente no les va a gustar, porque ésta la dan la mama y el papa en los hogares con sus ejemplos de civismo y buenas costumbres, y la Formación, si es que tienen alguna oportunidad y los dejan ejercer su trabajo, la dan los profesores en las aulas. Así que los orígenes no hay que buscarlos en la falta de policía en las calles, sino en los hogares.
Juan J. Aranda
Málaga noviembre 2006

A la memoria de Manuel Infante Torres

A LA MEMORIA DE MANUEL INFANTE TORRES (CARTERO URBANO)
Ha muerto Manuel Infante Torres, “melillense en el exilio”. Él siempre me decía que éramos “Melillenses en el exilio peninsular”. Contaba con la edad en que los hombres nos encontramos en la frontera de la plenitud del trabajo bien hecho, ya que engendró seis hijos buenos y trabajadores haciéndolos felices, como a su desconsolada esposa y compañera, durante todos los años de unión, que han sido casi cuarenta años. Manolo, Manolín para los amigos y compañeros postales, había nacido el día de la Virgen del Pilar del año 1944 (tres días antes que yo, y en la misma calle de Castellón de la Plana). La Miga donde comenzó sus balbuceos haciendo palotes fue en la de doña Nieves, en la de Duque de la Torre, que el que les escribe también disfrutó de la bondad de aquélla profesora ocasional por dos reales al día. Más tarde a él lo inscribieron en el Colegio de don Isidro, perteneciente a la Iglesia del Sagrado Corazón, y mis padres lo hicieron conmigo en el Grupo de Ataque Seco. Cuando sus padres decidieron mudarse a la calle Carlos R. de Arellano, él siguió acudiendo a ese colegio cada día junto a sus hermanos, igual que yo lo hacía junto a los míos. La amistad que nos ha unido ha sido desde aquélla entrañable miga hasta el desempeño y jubilación de nuestro servicio en Correos durante casi cuarenta años. Manolín desde la lejanía peninsular sentía su melillismo en lo más hondo de su corazón, que nos transmitíamos con nuestras inquietudes de melillenses desde esta otra orilla. Era un asiduo lector de toda la prensa de nuestra ciudad. Trabajador incansable, culto y prudente, de recta nobleza y gran corazón de hombre bueno, que ha dejado una honda huella en todos los que tuvimos el privilegio de ser sus amigos. Como cartero repartidor estuvo en el único distrito postal de Málaga prestando sus servicios durante más de treinta años, hasta que la cartera le pesó tanto que solicitó el traslado a la Sala de Dirección como experto clasificador. Manuel Infante, Manolín, desde el lunes día 20 de noviembre, sus restos descansan en una loma frente al mar en el tranquilo y recoleto cementerio de Rincón de la Victoria, como él dejó dicho a su familia.
Desde éstas humildes líneas de El Telegrama de Melilla, el periódico que él citaba a menudo, mi deseo es que su recuerdo quede reflejado en la ciudad en que vino a la vida: su Melilla, sus calles y sus gentes.
Juan J. Aranda
Málaga noviembre 2006

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